No he cumplido aún la promesa hecha en páginas anteriores de demostrar el carácter puramente egoísta de otro sueño en el que no toma parte mi yo. Al mencionar un breve sueño en el que el profesor M. me decía: «Mi hijo, el miope…» (cap. 6, apart. f, 3), indiqué que se trataba de un sueño preliminar, seguido de otro principal en el que desempeñaba yo un papel. He aquí dicho sueño principal, que nos plantea la aclaración de un producto verbal ininteligible: «A causa de ciertos acontecimientos de que ha sido teatro la ciudad de Roma se ha hecho necesario poner en salvo a los niños. La escena se desarrolla luego ante una doble puerta monumental de estilo antiguo. (En el mismo sueño sé que se trata de la Porta romana de Siena.) Me veo sentado al borde de una fuente, muy triste y casi lloroso. Una figura femenina -una camarera o una monja- trae a los dos niños y se los entrega a su padre, que no soy yo. El de más edad es, desde luego, mi hijo mayor. No me es posible ver el rostro del otro. La mujer que los ha traído pide al primero un beso de despedida; pero el niño se lo niega y dice, tendiéndole la mano: Auf Geseres. Y, luego, a nosotros dos (o a uno de nosotros): Auf Ungeseres. Tengo idea de que esto último significa una preferencia.»
Este sueño se halla edificado sobre una multitud de pensamientos que me sugirió la representación de una obra teatral titulada La nueva judería. Entre las ideas latentes resulta fácil descubrir toda una serie referente al problema judío, a las preocupaciones que nos inspira el porvenir de nuestros hijos, carentes de una patria propia, y al cuidado de darles una educación que los haga independientes.
«Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos y aun llorábamos.» Siena es famosa, como Roma, por sus bellas fuentes. En el sueño tengo que componer con fragmentos de lugares conocidos una sustitución de Roma. Cerca de la Porta romana de Siena vimos un gran edificio muy iluminado, que nos dijeron era el manicomio. Poco antes del sueño oí decir que un correligionario.mío había tenido que abandonar su puesto en un manicomio del Estado, después de haber luchado mucho tiempo para conseguirlo.
La frase Auf Geseres -pronunciada cuando la situación del sueño hacía esperar la de Hasta la vista (Auf Wiedersehen)- y su contraria, Auf Ungeseres, desprovistas por completo de sentido, despiertan especialmente nuestro interés. Según los datos que me han proporcionado los entendidos en estas materias, Geseres es una palabra netamente hebrea, derivada del verbo goiser, y su más aproximada traducción es fatalidad. El argot popular judío ha desnaturalizado esta significación, sustituyéndola por la de «lamentaciones y quejas». Ungeseres es un neologismo inventado por mí en el sueño y me resulta al principio totalmente incomprensible. Pero la pequeña observación que cierra el sueño, indicándome que Ungeseres contiene una idea de preferencia en comparación con Geseres, abre el camino a las asociaciones y, con ellas, a la solución buscada. Recuerdo, en efecto, que con respecto al caviar se da una análoga relación de preferencia, siendo más estimado el que no tiene sal (ungesalzen) que el salado (gesalzen). El pueblo ve en el caviar una representación de las «aficiones aristocráticas». Ocúltase aquí una burlona alusión a una persona de mi casa, de la que espero se ocupe del porvenir de mis hijos si yo llegase a faltar, pues es más joven que yo. Esta circunstancia queda confirmada por la aparición, en el sueño, de otra persona de mi servidumbre, nuestra buena niñera, personificada en la camarera (o la monja) que trae a los niños. Fáltanos aún un elemento intermedio que facilite el paso desde el pan sin sal = salado al de Geseres = Ungeseres. Dicho elemento es, indudablemente, el pan gesäuert = ungesäuert («con levadura = sin levadura»). En su fuga de Egipto no tuvo el pueblo judío tiempo de dejar fermentar la masa de su pan, y en memoria de esto comen hoy sus descendientes pan sin levadura (pan ázimo) durante la época de Pascua. Al llegar a esta parte del análisis surgió en mí una repentina asociación. Recordé, en efecto, que hallándome paseando con mi amigo de Berlín por las calles de Breslau, ciudad a la que fuimos a pasar las últimas vacaciones de Pascua y que visitábamos por vez primera, se acercó a mí una niña, preguntándome por una calle. Después de manifestar mi desconocimiento de la topografía de la ciudad, dije a mi amigo: «Confiemos en que más adelante demuestre esta chica mayor penetración para elegir las personas que hayan de guiarla en la vida.» Poco después se ofreció a mi vista una placa en la que ponía: «Doctor Herodes. Consulta de…», y se la indiqué a mi acompañante, comentando: «Es de esperar que, por lo menos, no sea médico de niños.» Mi amigo me iba exponiendo mientras tanto sus opiniones sobre la significación biológica de la simetría bilateral y comenzó una de sus frases con las palabras: «Si tuviéramos un ojo en mitad de la frente, como el cíclope (Kylop)…» Estas palabras conducen a la frase del profesor M., en el sueño preliminar: «Mi hijo, el miope (Myop)…», y con ella, a la fuente principal de la palabra Geseres. Hace muchos años, cuando dicho hijo del profesor M. -pensador hoy de gran valía- ocupaba aún un sitio en los bancos escolares, contrajo una enfermedad de la vista, que el médico declaró grandemente peligrosa, pues si bien no tenía importancia mientras continuase siendo unilateral , podía extenderse al otro ojo y adquirir entonces extrema gravedad. El ojo atacado curó sin dificultad al poco tiempo, pero entonces enfermó el otro. La madre del paciente llamó, aterrorizada, al médico, haciéndole acudir desde la capital a la lejana finca donde se hallaba pasando el verano. Pero el facultativo.la tranquilizó en la misma forma que la primera vez, exponiendo que se trataba del mismo caso: «Ahora, como antes, se trata de una afección unilateral, y lo mismo que antes curó en un lado, curará ahora en el otro.» Y empleando la palabra Geseres en el sentido que le da el argot popular judío, añadió: «¿Ve usted cómo no había motivo para tantos temores y lamentaciones? (Geseres).» El enfermo curó, en efecto, sin complicación ninguna.
Veamos ahora las relaciones de este sueño con mi persona y las de mis familiares. El banco escolar, en el cual se inició el hijo del profesor M. en los caminos de la sabiduría, ha pasado a ser propiedad de mi hijo mayor -aquel en cuyos labios pone mi sueño las enigmáticas palabras de despedida- por donación de la madre de su anterior propietario. Fácilmente puede adivinarse cuál es uno de los deseos que se enlazan a esta transferencia. Pero, además, tiene dicho banco una forma especial encaminada a evitar la miopía y la unilateralidad que el niño podría contraer si permaneciera durante las largas horas de clase y estudio en una posición viciosa. De aquí, en el sueño, el miope (detrás, cíclope) y mi recuerdo, luego, de la discusión sobre la bilateralidad. La unilateralidad que deseo evitar a mi hilo se refiere tanto a su desarrollo físico como a su desarrollo intelectual. La misma escena del sueño dentro de toda su insensatez, parece querer alejar de mí esta preocupación. Observamos, en efecto, que el niño se vuelve primero a un lado, pronunciando unas palabras de despedida, y da luego frente al lado opuesto y pronuncia las palabras contrarias, como para restablecer el equilibrio. ¡Obra, pues, atendiendo a la simetría bilateral!
Hemos de deducir, por tanto, que el sueño muestra con frecuencia una máxima sensatez allí donde más disparatado parece. En todos los tiempos han gustado de disfrazarse con los atributos de la locura aquellos que tenían algo que decir y no podían decirlo sin peligro. Aquel a quien se referían las palabras prohibidas, las toleraba mejor cuando podía reír al oírlas y mitigar su escozor con el pensamiento de que el atrevido crítico gozaba fama de loco. Del mismo modo que el sueño, procede en el drama de Shakespeare el desdichado príncipe que se ve forzado a fingir la demencia y siendo así, podemos decir de él lo que, sustituyendo las circunstancias verdaderas por otras chistosamente incomprensibles, dice Hamlet de sí mismo: «No estoy loco sino cuando sopla el Nordeste; cuando sopla el Sur distingo perfectamente una garza de un halcón».
Así, pues, hemos resuelto el problema de la absurdidad de los sueños descubriendo que las ideas latentes de los mismos no son nunca absurdas -por lo menos las de los sueños de personas psíquicamente sanas- y comprobando que la elaboración onírica produce sueños absurdos o con algunos elementos de este género cuando encuentra en las ideas latentes elementos que entrañan crítica, insulto o burla y tiene que representarlos en su peculiar forma expresiva.
Fáltanos ahora demostrar que la acción conjunta de los tres factores hasta el momento examinados -y de otro más que aún nos queda por investigar- es lo que constituye la elaboración onírica, la cual no hace, fuera de esto, sino llevar a cabo una traducción de las ideas latentes, ateniéndose a las cuatro condiciones que le son prescritas, y, además, que la cuestión de si el alma labora en el sueño con todas sus facultades o sólo con una parte de las mismas se halla defectuosamente planteada y se aparta de las circunstancias reales. Mas como existen numerosos sueños en los que se juzga, critica y reconoce y en los que surge asombro o extrañeza de algunos de sus elementos, se construyen.complicadas argumentaciones o se emprenden tentativas de aclaración, habré de rebatir con la exposición de ejemplos apropiados las objeciones que aparecen fundadas en tales fenómenos.
Mi respuesta a dichas objeciones es la siguiente: aquello que en los sueños se nos muestra como una aparente actividad de la función del juicio no debe ser considerado como un rendimiento intelectual de la elaboración onírica, pues pertenece al material de ideas latentes y ha llegado desde ellas como un producto terminado al contenido manifiesto. Aún más: gran parte de los juicios que, después de despertar, hacemos recaer sobre el sueño recordado y gran parte de las sensaciones que la reproducción del mismo despierta en nosotros pertenecen al contenido latente y deben ser incluidos en la interpretación del sueño.