Escena XI

En la ventana se para el Mozo de la Faja. Tiene el sombrero plano echado a la cara y da pruebas de gran pesadumbre.

MOZO. ¿Se toma el fresco, zapaterita?

ZAPATERA. Exactamente igual que usted.

MOZO. Y siempre sola... ¡Qué lástima!

ZAPATERA. (Agria.) ¿Y por qué, lástima?

MOZO. Una mujer como usted, con ese pelo y esa pechera tan hermosísima...

ZAPATERA. (Más agria.) Pero, ¿por qué lásti- ma?

MOZO. Porque usted es digna de estar pintada en las tarjetas postales y no aquí... este portalillo.

ZAPATERA. ¿Sí?... A mí las tarjetas postales me gustan mucho, sobre todo las de novios que se van de viaje...

MOZO. ¡Ay, zapaterita, qué calentura tengo!

(Siguen hablando.)

ZAPATERO. (Entrando y retrocediendo.) ¡Con todo el mundo y a estas horas! ¡Qué dirán los que vengan al rosario de la iglesia! ¡Qué dirán en el casino! ¡Me estarán poniendo!... En cada casa, un traje con ropa interior y todo. (Zapatera ríe.) ¡Ay, Dios mío! ¡Tengo razón para marcharme! Quisiera oír a la mujer del sacristán; pues ¿y los curas? ¿Qué dirán los curas? Eso será lo que habrá que oír. (Entra desesperado.)

MOZO. ¿Cómo quiere que se lo exprese. .? Yo la quiero, te quiero como...

ZAPATERA. Verdaderamente eso de «la quiero», «te quiero», suena de un modo que parece que me están haciendo cosquillas con una pluma detrás de las orejas. Te quiero, la quiero...

MOZO. ¿Cuántas semillas tiene el girasol?

ZAPATERA. ¡Yo qué sé!

MOZO. Tantos suspiros doy cada minuto por usted; por ti...

(Muy cerca.)

ZAPATERA. (Brusca.) Estáte quieto. Yo puedo oírte hablar porque me gusta y es bonito, pero nada más, ¿lo oyes? ¡Estaría bueno!

MOZO. Pero eso no puede ser. ¿Es que tienes otro compromiso?

ZAPATERA. Mira, vete.

MOZO. No me muevo de este sitio sin el sí. ¡Ay, mi zapaterita, dame tu palabra! (Va a abrazarla.)

ZAPATERA. (Cerrando violentamente la ventana.) ¡Pero qué impertinente, qué loco!... ¡Si te he hecho daño te aguantas!... Como si yo no estuviera aquí más que paraaa, paraaaa... ¿Es que en este pueblo no puede una hablar con nadie? Por lo que veo, en este pueblo no hay más que dos extremos: o monja o trapo de fregar... ¡Era lo que me quedaba que ver! (Hacien- do como que huele y echando a correr.) ¡Ay, mi comida que está en la lumbre! ¡Mujer ruin!

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