«Ven, Himeneo, y tantas le dé a Pales
Cuantas a Palas dulces prendas esta
Apenas hija hoy, madre mañana.
De errantes lilios unas la floresta
Cubran: corderos mil, que los cristales
Vistan del río en breve undosa lana;
De Aracnes otras la arrogancia vana
Modestas acusando en blancas telas,
No los hurtos de Amor, no las cautelas
De Júpiter compulsen: que, aun en lino, Ni a la pluvia luciente de oro fino,
Ni al blanco cisne creo.
Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo. »
El dulce alterno canto
A sus umbrales revocó felices
Los novios, del vecino templo santo.
Del yugo aún no domadas las cervices,
Novillos -breve término surcado-
Restituyen así el pendiente arado
Al que pajizo albergue los aguarda.
Llegaron todos, pues, y, con gallarda
Civil magnificencia, el suegro anciano,
Cuantos la sierra dio, cuantos dio el llano, Labradores convida
A la prolija rústica comida
Que sin rumor previno en mesas grandes.
Ostente crespas, blancas esculturas
Artífice gentil de dobladuras
En los que Damascó manteles Flandes, Mientras casero lino Ceres tanta
Ofrece ahora, cuantos guardó el heno
Dulces pomos, que al curso de Atalanta
Fueran dorado freno.
Manjares que el veneno
Y el apetito ignoran igualmente
Les sirvieron, y en oro, no, luciente,
Confuso Baco, ni en bruñida plata
Su néctar les desata,
Sino en vidrio topacios carmesíes
y pálidos rubíes.
Sellar del fuego quiso regalado
Los gulosos estómagos el rubio
Imitador suave de la cera
Quesillo -dulcemente apremïado
De rústica, vaquera,
Blanca, hermosa mano, cuyas venas
La distinguieron de la leche apenas-;
Mas ni la encarcelada nuez esquiva,
Ni el membrillo pudieran anudado, Si la sabrosa oliva
No serenara el Bacanal diluvio.
Levantadas las mesas, al canoro
Son de la Ninfa un tiempo, ahora caña,
Seis de los montes, seis de la campaña
-Sus espaldas rayando el sutil oro
Que negó al viento el nácar bien tejido-,
Terno de gracias bello, repetido
Cuatro veces en doce labradoras,
Entró bailando numerosamente;
Y dulce Musa entre ellas -si consiente
Bárbaras el Parnaso moradoras-.
«Vivid felices -dijo-
Largo curso de edad nunca prolijo;
Y si prolijo, en nudos amorosos
Siempre vivid, Esposos.
Venza no sólo en su candor la nieve,
Mas plata en su esplendor sea cardada
Cuanto estambre vital Cloto os traslada
De la alta fatal rueca al huso breve.
»Sean de la Fortuna
Aplausos la respuesta
De vuestras granjerías.
A la reja importuna,
A la azada molesta
Fecundo os rinda -en desiguales días-
El campo agradecido
Oro trillado y néctar exprimido.
»Sus morados cantuesos, sus copadas
Encinas la montaña contar antes
Deje que vuestras cabras, siempre errantes, Que vuestras vacas, tarde o nunca herradas.
Corderillos os brote la ribera,
Que la hierba menuda
Y las perlas exceda del rocío
Su número, y del río
La blanca espuma, cuantos la tijera
Vellones les desnuda.
»Tantos de breve fábrica, aunque ruda Albergues vuestros las abejas moren,
Y Primaveras tantas os desfloren,
Que -cual la Arabia madre ve de aromas
Sacros troncos sudar fragantes gomas-
Vuestros corchos por uno y otro poro
En dulce se desaten líquido oro.
»Próspera al fin, mas no espumosa tanto
Vuestra fortuna sea,
Que alimenten la invidia en vuestra aldea
Áspides más que en la región del llanto.
Entre opulencias y necesidades
Medianías vinculen competentes
A vuestros descendientes,
-Previniendo ambos daños- las edades.
Ilustren obeliscos las ciudades,
A los rayos de Júpiter expuesta
-Aún más que a los de Febo- su corona,
Cuando a la choza pastoral perdona
El cielo, fulminando la floresta.
»Cisnes, pues, una y otra pluma, en esta Tranquilidad os halle labradora
La postrimera hora:
Cuya lámina cifre desengaños,
Que en letras pocas lean muchos años.»