CORO II

«Ven, Himeneo, y tantas le dé a Pales

Cuantas a Palas dulces prendas esta

Apenas hija hoy, madre mañana.

De errantes lilios unas la floresta

Cubran: corderos mil, que los cristales

Vistan del río en breve undosa lana;

De Aracnes otras la arrogancia vana

Modestas acusando en blancas telas,

No los hurtos de Amor, no las cautelas

De Júpiter compulsen: que, aun en lino, Ni a la pluvia luciente de oro fino,

Ni al blanco cisne creo.

Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo. »

El dulce alterno canto

A sus umbrales revocó felices

Los novios, del vecino templo santo.

Del yugo aún no domadas las cervices,

Novillos -breve término surcado-

Restituyen así el pendiente arado

Al que pajizo albergue los aguarda.

Llegaron todos, pues, y, con gallarda

Civil magnificencia, el suegro anciano,

Cuantos la sierra dio, cuantos dio el llano, Labradores convida

A la prolija rústica comida

Que sin rumor previno en mesas grandes.

Ostente crespas, blancas esculturas

Artífice gentil de dobladuras

En los que Damascó manteles Flandes, Mientras casero lino Ceres tanta

Ofrece ahora, cuantos guardó el heno

Dulces pomos, que al curso de Atalanta

Fueran dorado freno.

Manjares que el veneno

Y el apetito ignoran igualmente

Les sirvieron, y en oro, no, luciente,

Confuso Baco, ni en bruñida plata

Su néctar les desata,

Sino en vidrio topacios carmesíes

y pálidos rubíes.

Sellar del fuego quiso regalado

Los gulosos estómagos el rubio

Imitador suave de la cera

Quesillo -dulcemente apremïado

De rústica, vaquera,

Blanca, hermosa mano, cuyas venas

La distinguieron de la leche apenas-;

Mas ni la encarcelada nuez esquiva,

Ni el membrillo pudieran anudado, Si la sabrosa oliva

No serenara el Bacanal diluvio.

Levantadas las mesas, al canoro

Son de la Ninfa un tiempo, ahora caña,

Seis de los montes, seis de la campaña

-Sus espaldas rayando el sutil oro

Que negó al viento el nácar bien tejido-,

Terno de gracias bello, repetido

Cuatro veces en doce labradoras,

Entró bailando numerosamente;

Y dulce Musa entre ellas -si consiente

Bárbaras el Parnaso moradoras-.

«Vivid felices -dijo-

Largo curso de edad nunca prolijo;

Y si prolijo, en nudos amorosos

Siempre vivid, Esposos.

Venza no sólo en su candor la nieve,

Mas plata en su esplendor sea cardada

Cuanto estambre vital Cloto os traslada

De la alta fatal rueca al huso breve.

»Sean de la Fortuna

Aplausos la respuesta

De vuestras granjerías.

A la reja importuna,

A la azada molesta

Fecundo os rinda -en desiguales días-

El campo agradecido

Oro trillado y néctar exprimido.

»Sus morados cantuesos, sus copadas

Encinas la montaña contar antes

Deje que vuestras cabras, siempre errantes, Que vuestras vacas, tarde o nunca herradas.

Corderillos os brote la ribera,

Que la hierba menuda

Y las perlas exceda del rocío

Su número, y del río

La blanca espuma, cuantos la tijera

Vellones les desnuda.

»Tantos de breve fábrica, aunque ruda Albergues vuestros las abejas moren,

Y Primaveras tantas os desfloren,

Que -cual la Arabia madre ve de aromas

Sacros troncos sudar fragantes gomas-

Vuestros corchos por uno y otro poro

En dulce se desaten líquido oro.

»Próspera al fin, mas no espumosa tanto

Vuestra fortuna sea,

Que alimenten la invidia en vuestra aldea

Áspides más que en la región del llanto.

Entre opulencias y necesidades

Medianías vinculen competentes

A vuestros descendientes,

-Previniendo ambos daños- las edades.

Ilustren obeliscos las ciudades,

A los rayos de Júpiter expuesta

-Aún más que a los de Febo- su corona,

Cuando a la choza pastoral perdona

El cielo, fulminando la floresta.

»Cisnes, pues, una y otra pluma, en esta Tranquilidad os halle labradora

La postrimera hora:

Cuya lámina cifre desengaños,

Que en letras pocas lean muchos años.»

Share on Twitter Share on Facebook