SOLEDAD PRIMERA (PARTE IV)

Términos le da el sueño al regocijo,

Mas al cansancio no: que el movimiento

Verdugo de las fuerzas es prolijo.

Los fuegos -cuyas lenguas ciento a ciento

Desmintieron la noche algunas horas,

Cuyas luces, del Sol competidoras,

Fingieron día en la tiniebla oscura-

Murieron, y en sí mismos sepultados,

Sus miembros en cenizas desatados

Piedras son de su misma sepultura.

Vence la noche al fin, y triunfa mudo

El silencio, aunque breve, del ruido:

Sólo gime ofendido

El sagrado laurel del hierro agudo:

Deja de su esplendor, deja desnudo

De su frondosa pompa al verde aliso El golpe no remiso

Del villano membrudo;

El que resistir pudo

Al animoso Austro, al Euro ronco,

Chopo gallardo -cuyo liso tronco

Papel fue de pastores, aunque rudo-

A revelar secretos va a la aldea,

Que impide Amor que aun otro chopo lea.

Estos árboles, pues, ve la mañana

Mentir florestas y emular vïales

Cuantos muró de líquidos cristales

Agricultura urbana.

Recordó al Sol, no, de su espuma cana,

La dulce de las aves armonía,

Sino los dos topacios que batía,

-Orientales aldabas- Himeneo.

Del carro, pues, Febeo

El luminoso tiro,

Mordiendo oro, el eclíptico zafiro Pisar quería, cuando el populoso

Lugarillo, el serrano

Con su huésped, que admira cortesano,

-A pesar del estambre y de la seda-

El que tapiz frondoso

Tejió de verdes hojas la arboleda,

Y los que por las calles espaciosas

Fabrican arcos, rosas:

Oblicuos nuevos, pénsiles jardines,

De tantos como vïolas jazmines.

Al galán novio el montañés presenta

Su forastero; luego al venerable

Padre de la que en sí bella se esconde

Con ceño dulce y con silencio afable,

Beldad parlera, gracia muda ostenta:

Cual del rizado verde botón donde

Abrevia su hermosura virgen rosa,

Las cisuras cairela

Un color que la púrpura que cela

Por brújula concede vergonzosa.

Digna la juzga esposa

De un Héroe, si no Augusto, esclarecido,

El joven, al instante arrebatado

A la que, naufragante y desterrado

Lo condenó a su olvido.

Este, pues, Sol que a olvido lo condena,

Cenizas hizo las que su memoria

Negras plumas vistió, que infelizmente

Sordo engendran gusano, cuyo diente,

Minador antes lento de su gloria,

Inmortal arador fue de su pena.

Y en la sombra no más de la azucena,

Que del clavel procura acompañada

Imitar en la bella labradora

El templado color de la que adora,

Víbora pisa tal el pensamiento,

Que el alma, por los ojos desatada,

Señas diera de su arrebatamiento

Si de zampoñas ciento

Y de otros, aunque bárbaros, sonoros Instrumentos, no, en dos festivos coros,

Vírgenes bellas, jóvenes lucidos,

Llegaran conducidos.

El numeroso al fin de labradores

Concurso impacïente

Los novios saca: él, de años floreciente,

Y de caudal más floreciente que ellos;

Ella, la misma pompa de las flores,

La Esfera misma de los rayos bellos.

El lazo de ambos cuellos

Entre un lascivo enjambre iba de amores

Himeneo añudando,

Mientras invocan su Deidad la alterna

De zagalejas cándidas voz tierna

Y de garzones este acento blando:

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