Términos le da el sueño al regocijo,
Mas al cansancio no: que el movimiento
Verdugo de las fuerzas es prolijo.
Los fuegos -cuyas lenguas ciento a ciento
Desmintieron la noche algunas horas,
Cuyas luces, del Sol competidoras,
Fingieron día en la tiniebla oscura-
Murieron, y en sí mismos sepultados,
Sus miembros en cenizas desatados
Piedras son de su misma sepultura.
Vence la noche al fin, y triunfa mudo
El silencio, aunque breve, del ruido:
Sólo gime ofendido
El sagrado laurel del hierro agudo:
Deja de su esplendor, deja desnudo
De su frondosa pompa al verde aliso El golpe no remiso
Del villano membrudo;
El que resistir pudo
Al animoso Austro, al Euro ronco,
Chopo gallardo -cuyo liso tronco
Papel fue de pastores, aunque rudo-
A revelar secretos va a la aldea,
Que impide Amor que aun otro chopo lea.
Estos árboles, pues, ve la mañana
Mentir florestas y emular vïales
Cuantos muró de líquidos cristales
Agricultura urbana.
Recordó al Sol, no, de su espuma cana,
La dulce de las aves armonía,
Sino los dos topacios que batía,
-Orientales aldabas- Himeneo.
Del carro, pues, Febeo
El luminoso tiro,
Mordiendo oro, el eclíptico zafiro Pisar quería, cuando el populoso
Lugarillo, el serrano
Con su huésped, que admira cortesano,
-A pesar del estambre y de la seda-
El que tapiz frondoso
Tejió de verdes hojas la arboleda,
Y los que por las calles espaciosas
Fabrican arcos, rosas:
Oblicuos nuevos, pénsiles jardines,
De tantos como vïolas jazmines.
Al galán novio el montañés presenta
Su forastero; luego al venerable
Padre de la que en sí bella se esconde
Con ceño dulce y con silencio afable,
Beldad parlera, gracia muda ostenta:
Cual del rizado verde botón donde
Abrevia su hermosura virgen rosa,
Las cisuras cairela
Un color que la púrpura que cela
Por brújula concede vergonzosa.
Digna la juzga esposa
De un Héroe, si no Augusto, esclarecido,
El joven, al instante arrebatado
A la que, naufragante y desterrado
Lo condenó a su olvido.
Este, pues, Sol que a olvido lo condena,
Cenizas hizo las que su memoria
Negras plumas vistió, que infelizmente
Sordo engendran gusano, cuyo diente,
Minador antes lento de su gloria,
Inmortal arador fue de su pena.
Y en la sombra no más de la azucena,
Que del clavel procura acompañada
Imitar en la bella labradora
El templado color de la que adora,
Víbora pisa tal el pensamiento,
Que el alma, por los ojos desatada,
Señas diera de su arrebatamiento
Si de zampoñas ciento
Y de otros, aunque bárbaros, sonoros Instrumentos, no, en dos festivos coros,
Vírgenes bellas, jóvenes lucidos,
Llegaran conducidos.
El numeroso al fin de labradores
Concurso impacïente
Los novios saca: él, de años floreciente,
Y de caudal más floreciente que ellos;
Ella, la misma pompa de las flores,
La Esfera misma de los rayos bellos.
El lazo de ambos cuellos
Entre un lascivo enjambre iba de amores
Himeneo añudando,
Mientras invocan su Deidad la alterna
De zagalejas cándidas voz tierna
Y de garzones este acento blando: