»Onda, pues, sobre onda levantada,
Montes de espuma concitó herida
La fiera, horror del agua, cometiendo
Ya a la violencia, ya a la fuga el modo
De sacudir el asta,
Que, alterando el abismo o discurriendo
El océano todo,
No perdona al acero que la engasta.
»Éfire en tanto al cáñamo torcido
El cabo rompió, y -bien que al ciervo herido El can sobra, siguiéndole la flecha-Volvíase, mas no muy satisfecha,
Cuando cerca de aquel peinado escollo
Hervir las olas vio templadamente,
Bien que haciendo círculos perfetos;
Escogió, pues, de cuatro o cinco abetos
El de cuchilla más resplandeciente,
Que atravesado remolcó un gran sollo.
»Desembarcó triunfando,
Y aun el siguiente Sol no vimos, cuando
En la ribera vimos convecina
Dado al través el monstruo, donde apenas
Su género noticia, pías arenas
En tanta playa halló tanta ruina»
Aura en esto marina
El discurso y el día juntamente
Trémula, si veloz, les arrebata, Alas batiendo líquidas, y en ellas
Dulcísimas querellas
De pescadores dos, de dos amantes
En redes ambos y en edad iguales.
Dividiendo cristales,
En la mitad de un óvalo de plata,
Venía a tiempo el nieto de la espuma
Que los mancebos daban alternantes
Al viento quejas. Órganos de pluma
-Aves digo de Leda-
Tales no oyó el Caístro en su arboleda,
Tales no vio el Meandro en su corriente.
Inficionando , pues, suavemente
Las ondas el Amor, sus flechas remos,
Hasta donde se besan los extremos
De la isla y del agua no los deja.
Lícidas, gloria en tanto
De la playa, Micón de sus arenas
-Invidia de sirenas,
Convocación su canto
De músicos delfines, aunque mudos-
En números no rudos
El primero se queja
De la culta Leucipe,
Décimo esplendor bello de Aganipe;
De Cloris el segundo,
Escollo de cristal, meta del mundo.
LÍCIDAS
«¿A qué piensas, barquilla,
Pobre ya cuna de mi edad primera,
Que cisne te conduzgo a esta ribera?
A cantar dulce, y a morirme luego.
Si te perdona el fuego
Que mis huesos vinculan, en su orilla,
Tumba te bese el mar, vuelta la quilla».
MICÓN
«Cansado leño mío,
Hijo del bosque y padre de mi vida
-De tus remos ahora conducida
A desatarse en lágrimas cantando-,
El doliente, si blando,
Curso del llanto métrico te fío,
Nadante urna de canoro río».
LÍCIDAS
«Las rugosas veneras
-Fecundas no de aljófar blanco el seno,
Ni del que enciende el mar tirio veneno-
Entre crespos buscaba, caracoles,
Cuando de tus dos soles
Fulminado, ya señas no ligeras
De mis cenizas dieron tus riberas».
MICÓN
«Distinguir sabía apenas
El menor leño de la mayor urca
Que velera un Neptuno y otro surca,
Y tus prisiones ya arrastraba graves; Si dudas lo que sabes,
Lee cuanto han impreso en tus arenas,
A pesar de los vientos, mis cadenas».
LÍCIDAS
«Las que el cielo mercedes
Hizo a mi forma ¡oh dulce mi enemiga!
Lisonja no, serenidad lo diga
De limpia consultada ya laguna,
Y los de mi fortuna
Privilegios, el mar a quien di redes,
Más que a la selva lazos Ganimedes».
MICÓN
«No ondas, no luciente
Cristal -agua al fin dulcemente dura-:
Invidia califique mi figura
De musculosos jóvenes desnudos.
Menos dio al bosque nudos
Que yo al mar, el que a un dios hizo valiente Mentir cerdas, celoso espumar diente».
LÍCIDAS
«Cuantos pedernal duro
Bruñe nácares boto, agudo raya
En la oficina undosa de esta playa,
Tantos Palemo a su Licore bella
Suspende, y tantos ella
Al flaco da, que me construyen, muro,
Junco frágil, carrizo mal seguro».
MICÓN
«Las siempre desiguales
Blancas primero ramas, después rojas,
De árbol que nadante ignoró hojas,
Trompa Tritón del agua a la alta gruta
De Nísida tributa,
Ninfa por quien lucientes son corales
Los rudos troncos hoy de mis umbrales».
LÍCIDAS
«Ésta, en plantas no escrita,
En piedras sí, firmeza honre Himeneo,
Calzándole talares mi deseo:
Que el tiempo vuela. Goza, pues, ahora
Los lilios de tu aurora,
Que al tramontar del Sol mal solicita
Abeja, aun negligente, flor marchita».
MICÓN
«Si fe tanta no en vano
Desafía las rocas donde, impresa,
Con labio alterno mucho mar la besa,
Nupcial la califique tea luciente.
Mira que la edad miente,
Mira que del almendro más lozano
Parca es interior breve gusano».
Invidia convocaba, si no celo,
Al balcón de zafiro
Las claras, aunque etíopes, estrellas,
Y las Osas dos bellas,
Sediento siempre tiro
Del carro perezoso, honor del cielo;
Mas ¡ay! que del ruido
De la sonante esfera,
A la una luciente y otra fiera
El piscatorio cántico impedido,
Con las prendas bajaran de Cefeo
A las vedadas ondas,
Si Tetis no, desde sus grutas hondas,
Enfrenara el deseo.
¡Oh, cuánta al peregrino el amebeo
Alterno canto dulce fue lisonja!
¿Qué mucho, si avarienta ha sido esponja
Del néctar numeroso
El escollo más duro?
¿Qué mucho, si el candor bebió ya puro
De la virginal copia en la armonía
El veneno del ciego ingenïoso
Que dictaba los números que oía?
Generosos afectos de una pía
Doliente afinidad -bien que amorosa
Por bella más, por más divina parte-
Solicitan su pecho a que, sin arte
De colores prolijos,
En oración impetre oficïosa
Del venerable isleño
Que admita yernos los que el trato hijos
Litoral hizo, aun antes
Que el convecino ardor dulces amantes.
Concediólo risueño,
Del forastero agradecidamente
Y de sus propios hijos abrazado.
Mercurio destas nuevas diligente,
Coronados traslada de favores
De sus barcas Amor los pescadores
Al flaco pie del suegro deseado.