el hombre de la carretilla

¿Quien era? ¿De dónde venía? ¿A qué Sindicato o a qué Partido pertenecía? No lo sé. No pude averiguarlo. Era un hombre del pueblo. Para mí, tenía un nombre simbólico, que mentalmente le di: se llamaba Pueblo. Era alto, fornido, con pelo canoso y el rostro sin afeitar. Cojeaba un poco. Su voz era ronca, tal vez por el trágico ajetreo de la jornada dominguera. Un guardia de Asalto me dijo que le había visto ya por allí varias veces, desde por la mañana, arrastrando su carretilla cargada con pedruscos y adoquines, con los que "disparaba", con sus férreos brazos, contra los traidores asesinos del Cuartel de la Montaña. Repetidas veces le habían obligado a retroceder, para preservarle de un balazo. Un murmullo corrió entre la muchedumbre:

¡Ya está ahí otra vez "el hombre de la carretilla"!

Nosotros le abrimos paso.

En aquel momento, bajaba por la calle de Ferraz una camioneta repleta de muchachos y muchachas vocingleros. Venían de un baile celebrado el sábado en un pueblecillo cercano... A pesar de las observaciones de los de Asalto, la camioneta había redoblado su velocidad y descendía la calle de Ferraz. Los jóvenes ocupantes cantaban, alegres y a toda voz, el sentido coro de "Bohemios":

"En pos de la alegría

corramos, corramos sin cesar..."

De pronto, cuando pasaban bajo las ventanas del cuartel, una descarga cerrada y el traqueteo de las ametralladoras hizo enmudecer al coro juvenil. La camioneta redobló su velocidad, hasta que, doblando una esquina, quedó al abrigo de la metralla. Cuatro muertos y varios heridos ponían una enorme mancha roja en aquella camioneta descubierta. El coro, que "corría en pos de la alegría", acababa de correr, sin darse cuenta, en pos de la Muerte... ¡Pobres muchachas! ¡Pobres jóvenes trabajadores, pues eran sus ocupantes modestos trabajadores! Guardias de Asalto y muchedumbre se precipitaron a socorrer a las víctimas, momento que aprovechó el hombre de la carretilla, desafiando a las balas que silbaban junto a su cabeza, para penetrar con su carga en un portal.

Y cuando nos dimos cuenta, ya el hombre del Pueblo lanzaba su primera piedra contra las tapias del cuartel.

Arreciaba el tableteo de la ametralladora...

Nuestros compañeros (los que disponían de un arma) y los guardias de Asalto, se esforzaban, al disparar, buscando hacer blanco en la mortífera máquina. Pero sin resultado.

De pronto vimos al hombre de la carretilla asomarse al borde de la terraza, llevando en sus manos un adoquín enorme. El momento era terrible. Nosotros, todos, contuvimos la respiración.

El hombre, en la misma orilla de la azotea, se tambaleó un segundo, levantó los brazos con su pesada carga... Tableteó de nuevo la ametralladora criminal...

El pesado adoquín voló con fuerza hacia el lugar en que estaba emplazada la máquina homicida, y ésta enmudeció, oyéndose un "¡Ay!" desgarrador...

¡La heroicidad estaba consumada! ¡Magnífica puntería! El hombre de la carretilla dio unos pasos atrás... Ya no asomaba por la azotea... Esperamos abajo un buen rato. Nuestro héroe no aparecía.

Al fin, unos compañeros subieron hacia la azotea y se encontraron con el valiente ciudadano tendido entre dos peldaños, sangrando... Decía:

−¡Ese cabrón no volverá a disparar contra el pueblo! Yo debo tener algún rasguño en la carne creo que sangro...

Se le condujo al hospital. Cuando le hubo reconocido el médico, se nos dijo que el infeliz tenía cinco balazos: uno en el pecho, dos en los muslos y otros dos en el vientre. ¡No había salvación!

El hombre de la carretilla, el compañero Pueblo, murió aquella misma noche...

Pero la ametralladora no volvió a disparar, pues al día siguiente fué encontrada, averiada, en un patio del cuartel.

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