CLXXIII

La conducta particular de este rey y su tenor de vida ordinario era ocuparse con tesón desde muy temprano en el despacho de los negocios de la corona hasta cerca del mediodía; pero desde aquella hora pasaba con su copa lo restante del día bebiendo, zumbando a sus convidados, y holgándose tanto con ellos, que tocaba a veces en bufón con algo de chocarrero. Mal habidos sus amigos con la real truhanería, se resolvieron por fin a dirigirle una reconvención en buenos términos: —«Señor, le dicen, esa llaneza con que os mostráis sobrado humilde y rastrero, no es la que pide el decoro de la majestad, pues lo que corresponde a un real personaje es ir despachando lo que ocurra, sentando magníficamente en un trono majestuoso. Si así lo hicierais, se reconocieran gobernados los egipcios con estima de su soberano, por un hombre grande; y vos lograréis tener con ellos mayor crédito y aplauso, pues lo que hacéis ahora desdice de la suprema majestad.» Pero el rey por su parte les replicó: —«Observo que solo al ir a disparar el arco lo tiran y aprietan los ballesteros, y luego de disparado lo aflojan y sueltan, pues a tenerlo siempre parado y tirante, a la mejor ocasión y en lo más apurado del lance se le rompiera y haría inservible. Semejante es lo que sucede en el hombre que entregado de continuo a más y más afanes, sin respirar ni holgar un rato, en el día menos pensado se halla con la cabeza trastornada, o paralítico por un ataque de apoplejía. Por estos principios, pues, me gobierno, tomando con discreción la fatiga y el descanso.» Así respondió y satisfizo a sus amigos.

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