Informado este del oro, a pesar de sus privados que se lo aconsejaban, y a pesar asimismo de sus adivinos que le auguraban mala suerte, no veía la hora de partir en busca de las arcas. Aun hubo más, porque la hija de Polícrates tuvo entre sueños una visión infausta, pareciéndole ver en ella a su padre colgado en el aire, y que Júpiter la estaba lavando y el sol ungiendo. En fuerza de tales agüeros, deshaciéndose la hija en palabras y extremos, pugnaba en persuadir al padre no quisiera presentarse a Oretes, tan empeñada en impedir el viaje, que al ir ya Polícrates a embarcarse en su galera, no dudó en presentársele cual ave de mal agüero. Amenazó Polícrates a su hija que si volvía salvo tarde o nunca había de darle marido. —«¡Ojalá, padre, sea así! responde ella; que antes quisiera tarde o nunca tener marido, que dejar de tener tan presto un padre tan bueno.»