Llegan a las puertas de palacio; les sucede puntualmente como se prometía Darío, pues al instante los centinelas, parte por respecto a tales grandes y señores de Persia, parte por no pasarles siquiera por el pensamiento que pudieran venir aquellos personajes con el objeto que realmente traían, no solo les dieron paso franco, sino que, como si fueran otros tantos enviados de los mismos dioses, nadie hubo que les preguntase a qué venían. Pero internados ya dentro de las salas de palacio, al dar con los eunucos que solían entrar los recados al soberano, pregúntanles éstos qué pretendían allí dentro, gritando al mismo tiempo y amenazando a los guardias por haberles admitido en palacio. Al oírles los conjurados, y al ver la resistencia que se les hacía, anímanse mutuamente, sacan sus dagas, cosen a puñaladas a cuantos se les oponen, y éntranse corriendo hacia el aposento de los magos.