LXXVIII

Hallábanse cabalmente los dos magos dentro de él tomando sus medidas sobre el reciente caso de Prejaspes. Apenas oyeron aquel alboroto y repentina gritería de sus eunucos, salieran ambos corriendo, y al ver lo que dentro pasaba, pensaron en hacer una vigorosa resistencia: el uno de ellos antes que llegasen los conjurados pudo coger su arco, y el otro echó mano luego de su lanza. Cierran los grandes contra los magos; al del arco nada le servían sus flechas no estando a tiro los enemigos, que le tenían cuerpo a cuerpo rodeado y oprimido; el otro, blandiendo oportunamente su lanza, se defendía bien y ofendía a los agresores, hiriendo con ella a Aspatites en un muslo y a Intafernes en uno de los ojos, del cual toda su vida quedó tuerto, aunque no murió de la herida. Pero mientras uno de los magos lograba herir a estos dos, el otro, viendo que no podía hacer uso del arco, iba retirándose de la sala hacia el retrete contiguo, con ánimo de cerrar la puerta a los agresores; pero al mismo tiempo dos de los conspiradores, Darío y Gobrias, arremeten y entran dentro con él. Cógele Gobrias apretadamente y le tiene bien sujeto entre los brazos; mas con todo, Darío no usaba de la daga, temeroso de herir a Gabrias en la oscuridad del aposento, en vez de pasar al mago de parte a parte. Conociendo Gobrias que estaba detenido, pregúntale qué hace del puñal en la ociosa mano: —«Téngole aquí suspendido, le dice, y con la mano levantada por no herirte. —Cóseme con él, amigo, responde Gobrias, como pases a puñaladas a este mago maldito.» Obedece Darío, da la puñalada y acierta al mago.

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