CLXXXIV

Mas allá de los Garamantes, a distancia también de diez leguas de camino, se ve otro cerro de sal, otra agua y otros hombres que viven en aquellos alrededores, a quienes dan el nombre de Atlantes; son los hombres anónimos que yo conozca, pues si bien a todos en general se les da el nombre de Atlantes, cada uno de por sí no lleva en particular nombre alguno propio. Cuando va saliendo el sol le cargan de las más crueles maldiciones e improperios, porque es tan ardiente allí, que abrasa a los hombres y sus campiñas. Tirando adelante otras diez jornadas, se hallará otra colina de sal y en ella su agua; cerca del agua, gentes que allí viven. Con esta cordillera de sal está pegado un monte que tiene por nombre Atlante, monte delgado, por todas partes redondo, y a lo que se dice tan elevado, que no alcanza la vista a su cumbre por estar en verano como en invierno siempre cubierta de nubes. Dicen los naturales que su monte es la columna del cielo; de él toman el nombre sus vecinos, llamándose los Atlantes, de quienes se cuenta que ni comen cosa que haya sido animada, ni durmiendo sueñan jamás.

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