Andando el tiempo, vino por fin a descubrirse el incesto. Amestris, la reina o esposa principal de Jerjes, quiso regalarle un manto real que había ella misma tejido de varios colores, pieza magnífica y digna de verse. Ufano Jerjes con su nuevo manto, se presenta vestido con él a su Artainta, y contento de la buena acogida que ella le hizo, dícele que le pida la merced que quisiere, cierta de que en atención a sus obsequios nada le negará de cuanto le pida. Dispone la suerte adversa, que preparaba una gran catástrofe a toda aquella familia, que Artainta le replique con esta pregunta: —«¿De veras, señor? ¿puedo contar absolutamente con vuestra promesa?» Jerjes, que nada preveía menos, como objeto de esta petición, que lo que ella pensaba pedirle, confirmó su promesa con un juramento. Con esto Artainta se abalanza atrevida y le pide aquel manto, entonces Jerjes no hacía sino buscar excusas, no por otro fin sino porque Amestris, recelosa ya anteriormente de aquel trato, no averiguase claramente lo que pasaba. Entonces era el darle ciudades, el darle montes de oro, el entregar a su único mando un ejército, siendo entre los persas muy singular favor el ceder a uno dicho mando. Pero todo en vano; ella instaba por su manto, y Jerjes se lo dio al cabo; y sumamente alegre y engreída con aquella gala, púsosela luego, haciendo ostentación de ella.