CVIII

Manteniéndose allí Jerjes, hallábase sumamente prendado del amor que había concebido hacia la esposa de Masistes, la cual en aquella sazón se hallaba asimismo en Sardes. Viendo, pues, el rey que no podía buenamente atraerla a sus deseos, por más que la requebrase, y no queriendo rendirla a su pasión por medios violentos en atención y respeto a su hermano Masistes, cuya consideración alentaba la resistencia de la mujer, bien persuadida de que no usaría con ella de la fuerza, entonces fue cuando no hallando camino alguno para lograr su intento, se valió de este artificio: Manda casarse a un hijo suyo, llamado Darío, con una princesa hija de Masistes y de la dama de quien estaba Jerjes enamorado, creyendo que así le sería fácil llevar a cabo sus designios. hecho el ajuste y celebradas con solemne pompa las bodas, pasa Jerjes a Susa, en donde llama a su palacio a la princesa novia, para que en él viva con su hijo Darío. Mudó entonces de objeto el amor, y en vez de la madre empezó Jerjes a requebrar a la hija, dejando de querer a la esposa de Masistes su hermano, por querer sobrado a la de Darío su hijo, a la princesa Artainta, que tal era su nombre.

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