CVII

Seguían, pues, los griegos el rumbo del Helesponto; pero los bárbaros que habían podido refugiarse en las alturas de Micale, bien que pocos fueron los que en ellas se salvaron, daban entretanto la vuelta hacia Sardes. Sucedió en el camino, que el príncipe Masistes, hijo de Darío, que se había hallado presente a la completa derrota del ejército, empezó a cargar de oprobios al general Atraintes, y entre otras injurias le echó en rostro que era más ruin y cobarde que una mujer, no obstante sus insignias y supremo mando; que no había para él castigo bastante digno del daño que a la real casa acababa de hacer. Y es de notar que entre los persas, tratarlo a uno de mujer, se tiene por la mayor de las infamias. Atraintes, que tal nube de baldones y oprobios se vio encima, no pudiendo sufrirlo en paciencia, echa mano al alfanje medo en ademán de descargar un golpe mortal contra Masistes. En el acto de acometer, velo Xenágoras, hijo de Proxilao, natural de Alicarnaso, y ganándole la acción por las espaldas, le agarra de la cintura y lo tira de cabeza en el suelo, dando lugar a que acudieran entretanto los alabarderos de Masistes. En recompensa de esta acción, con la cual ganó Xenágoras la gracia de Masistes, juntamente con la de Jerjes, a cuyo hermano salvó la vida, le dio el rey el mando de toda la Cilicia. Fuera de este hecho, nada de consideración sucedió en todo aquel viaje hasta Sardes. Hallábase entonces el rey en Sardes, donde se había mantenido desde que llegó allí huyendo de Atenas, perdida la batalla naval de Salamina.

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