XLI

Nada más se hizo allí en estos diez días de lo que llevo referido. Llegado el día undécimo, después que quietos en sus trincheras, cerca de Platea, estaban mirándose cara a cara los dos ejércitos, en cuyo espacio de tiempo habían ido aumentándose mucho las tropas de los griegos, al cabo, el general Mardonio, hijo de Gobrias, llevando muy a mal tan larga demora en su campamento, entró en consejo, en compañía de Artabazo, hijo de Farnaces, uno de los sujetos de mayor estima y valimiento para con Jerjes, para ver el partido que tomarse debía. Estuvieron en la consulta encontrados los pareceres. El de Artabazo fue que convenía retirarse de allí cuanto antes, y trasplantar el campo bajo las murallas de Tebas, donde tenían hechos sus grandes almacenes de trigo para la tropa, y de forraje para las bestias, pues allí quietos y sosegados saldrían al cabo con sus intentos; que ya que tenían a mano mucho acuñado y mucho sin acuñar, y abundancia también de plata, de vasos y vajilla, importaba ante todo no perdonar a oro ni a plata, enviando desde allí regalos a los griegos, mayormente a los magistrados y vecinos poderosos en sus respectivas ciudades, pues en breve, comprados ellos a este precio, les venderían por él la libertad, sin que fuera menester aventurarlo todo en una batalla. Este mismo era también el sentir de los tebanos, quienes seguían el voto de Artabazo por parecerles hombre más prudente y previsor en su manera de discurrir. Mardonio se mostró en su voto muy fiero y obstinado sin la menor condescendencia, pareciéndole que, Por ser su ejército más poderoso y fuerte que el de los griegos, era menester cerrar cuanto antes con el enemigo, sin permitir que se le agregase mayor número de tropas de las que ya lo habían hecho; que desechasen en mal hora a Hegesístrato con sus víctimas, sin aguardar a que por fuerza se les declarasen de buen agüero, peleando al uso y manera de los persas.

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