CVII

El que conducía a los bárbaros a Maratón era aquel Hipias, hijo de Pisístrato, que la noche antes tuvo entre sueños una visión en que le parecía dormir con su misma madre, de cuyo sueño sacaba por conjetura, que vuelto a Atenas y recobrado el mando de ella, moriría después allí en edad avanzada: tal era la interpretación que daba al sueño. Este, pues, sirviendo de guía a los persas, hizo primeramente pasar luego los esclavos de Eretria a la isla de los Stirios, llamada Egilia; lo segundo señalar a las naves aportadas a Maratón el lugar donde anclasen; lo tercero colocar en tierra a los bárbaros salidos de sus naves. Al tiempo, pues, que andaba en estas providencias, vínole la gana de estornudar y toser con más fuerza de lo que tosía el anciano; y fue tal la tos, que los más de los dientes mal acondicionados se le movieron, y aun hubo uno que le saltó de la boca. Todo fue luego buscar el diente que le había caído en la arena, y como este no pareciese, dio un gran suspiro, diciendo a los que cerca de sí tenía: —«Adiós, amigos; ya rehusa ser nuestra esta tierra; no podremos, no, otra vez poseerla; lo poco que de ella para mí quedaba, de eso mi diente tomó ya posesión.»

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