Después que los pelasgos dieron la muerte a sus hijos y mujeres, sucedió que ni la tierra les rendía los frutos de antes, ni sus mujeres ni sus rebaños eran fecundos, como solían primero. Fatigados, pues, del hambre y de aquella esterilidad, enviaron a Delfos para ver cómo librarse de las calamidades en que se hallaban. Mandóles la Pitia que se presentasen a los atenienses y les diesen la satisfacción que tuvieran éstos por justa. En efecto, fueron a Atenas los pelasgos y se ofrecieron de su voluntad a pagar la pena correspondiente a su injuria. Los atenienses, preparando en su pritáneo unas camas las más ricas que pudieron para recibir a los convidados, y poniendo una mesa llena de todo género de comidas, mandaron a los pelasgos que les entregasen su país tan ricamente abastecido como lo estaba aquella mesa; a lo que respondieron los pelasgos: —«Siempre que una nave de vuestro país con el viento Bóreas llegue al nuestro en un día, prontos estaremos para verificar la entrega que pretendéis.» Respuesta astuta y capciosa, sabiendo ser imposible la condición, por estar el Ática hacia el Mediodía más acá de Lemnos.