A estos vecinos de la isla de Quío habían antes acontecido ya notables prodigios, según suelen los dioses por ley ordinaria dar de antemano ciertos pronósticos de las grandes desventuras que amenazan a alguna ciudad o nación. Uno había sido que de cien mancebos enviados en un coro o danza desde Quío a Delfos, sólo dos habían vuelto a la patria, habiendo perecido los otros 98 de una peste que les sobrevino: otro fue que cayéndose en Quío el techo de una casa sobre los niños de la escuela poco antes que se diese la batalla naval, de 420 que ellos eran, sólo uno se salvó. Estas fueron las señales previas que el cielo les enviaba: después vino la batalla naval que destruyó aquella república, y después de la rota fatal de las naves, el pirata Histieo con sus lesbios se dejó caer sobre los quíos destrozados, y acabó de dar en tierra con todo el poder de aquel estado.