Hallábase el rey confuso no sabiendo qué resolución tomar en aquel negocio, cuando Epialtes, hijo de Euridemo, de patria meliense, pidió audiencia para el rey, esperando salir de ella muy bien premiado y favorecido. Declaróle, en efecto, haber en los montes cierta senda que iba hasta Termópilas, y con esta delación abrió camino a la ruina de los griegos que estaban allí apostados. Este traidor, temiendo después la venganza de los lacedemonios, huyóse a Tesalia, y en aquella ausencia fue proscrito por los pilágoras, habiéndose juntado en Pilea el congreso general de los Anfictiones, y puesta a precio de dinero su cabeza. Pasado tiempo, habiéndose restituido a Anticira, murió a manos de Atenades, natural de Traquina; y si bien es verdad que Atenades le quitó la vida por cierto motivo, como yo en otro lugar explicaré, con todo, no se lo premiaron menos los lacedemonios: Epialtes, en suma, pereció después.