No había Jerjes hecho partir heraldos ni para Atenas ni para Esparta, escarmentado en los que antes envió allá Darío. Sucedió, pues, entonces, que habiendo Darío pedido la obediencia de aquellas ciudades, parte de los enviados a pedirla fueron arrojados en el báratro, abertura profunda destinada en Atenas a los malhechores, parte en un pozo, con la insolente zumba de mandarles que ellos mismos del báratro y del pozo tomaran el agua y la tierra para su Darío. Esto fue lo que movió a Jerjes a no enviar después otros con la misma demanda. No sabré decir qué mal les viniese a los atenienses en pena de haber violado así a los tales heraldos, a no ser que por ello digamos que su ciudad fue pasada a sangre y fuego, si bien creo que otra fue la causa.