Al volver entonces Temístocles a la suya, preguntóle cierto paisano de él, llamado Mnesifilo, qué era lo que se había acordado; y oyendo de él que la resolución última había sido que pasadas las naves al istmo, se diese la batalla naval delante del Peloponeso: —«Si así es, le dijo, que esos una vez se partan de Salamina con sus naves, adiós, amigo, no habrá más patria por cuya defensa podrás tú pelear. ¿Sabes lo que harán? volveráse cada cual a su ciudad; ni Euribiades ni otro alguno podrá tanto que llegue a estorbar que no se disuelva y disipe la armada; y con esto irá pereciendo la Grecia por falta de consejo y acierto. No, amigo; mira si tiene remedio el asunto; ve allá y procura desconcertar lo acordado, si es que puedes hallar el modo de hacer que Euribiades mudo de parecer y quiera no Moverse de este puesto.»