LX

Devuelta con gracia la réplica al corintio, volvióse Temístocles para hablar con Euribiades, y sin hacer mención de lo que antes a solas le había dicho, a saber, que si una vez alzaban ancla los generales en Salamina apretarían a huir, pues bien veía él que no era cortesía acusar a nadie de cobarde en presencia de los confederados, echó mano de esotro discurso diciendo: —«En tu mano, Euribiades, tienes ahora la salud pública de la Grecia; con tal que te conformes con mi parecer, que es el de dar en estas aguas la batalla, y no con el de los que quieren que leves ancla y vuelvas a las del istmo con la armada. Óyeme, pues, y pesa luego las razones de entrambos pareceres. Dando la batalla cerca del istmo, pelearás lo primero en alta mar, en mar abierta y patente, cosa que de ningún modo nos conviene, siendo nuestras galeras más pesadas y menores en número que las del enemigo. Además de esto, perderás a Salamina, Megara y Egina, aun cuando lo demás nos salga felizmente. Con esto, finalmente, harás que el ejército de tierra siga y acompañe las escuadras del enemigo, y con ese motivo tú mismo la conducirás al Poloponeso y pondrás en peligro a la Grecia toda. Si por el contrario, siguieses mi parecer, mira cuántas son las ventajas que a lograr vamos. En primerlugar, siendo estrecho ese paso, con pocas naves podremos cerrar con muchas; y si fuere tal la fortuna de la guerra cual es verosímil que sea, saldremos de la refriega muy superiores, puesto que a nosotros, para vencer, nos conviene lo angosto del lugar, al pase que la anchura al enemigo. A más de esto, nos quedará salva Salamina, donde habemos dado asilo y guarida a nuestros hijos y mujeres. Añado aunque de hacerlo así depende lo que tanto desean estos guerreros, pues quedándote aquí cubrirás y defenderás con la armada al Peloponeso del mismo modo que si dieras la batalla cerca del istmo, y no cometerás el error de conducir los enemigos al Peloponeso. Y si el éxito nos favorece, como lo espero, quedando ya victoriosos en el mar, lograremos sin duda que no se adelanten los bárbaros hacia el istmo, ni pasen aun más allá del Ática, antes bien los veremos huir sin orden ninguno y con la ventaja de que nos queden libres e intactas las ciudades de Megara, de Egina y de Salamina, en donde los atenienses, según la promesa de los oráculos, debemos ser superiores a nuestros enemigos. No digo más, sino que por lo común el buen éxito es fruto de un buen consejo, mientras que ni Dios mismo quiere prosperar las humanas empresas que no nacen de una prudente deliberación.»

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