Al tiempo que esto decía Temístocles, interrumpióle otra vez Adimanto el corintio, mandando que callase el fanfarrón expatriado y aun sin patria, y volviéndose a Euribiades le dijo no permitiese a nadie votar sobre el dictamen de quien ni casa ni hogar tenía ya; que primero les dijese Temístocles cuál era su ciudad, y que se votase después sobre su parecer; desvergüenza con que daba a Temístocles en rostro por hallarse ya su patria, Atenas, en poder del persa. Entonces Temístocles cubrióle de oprobio a él y a sus corintios, diciéndole de ellos mil infamias, añadiendo que los atenienses con las 200 naves armadas que conservaban, tenían mejor ciudad y mayor estado que ellos; no habiendo ninguno entre los griegos que pudiese resistir si los atenienses le acometían.