Después que de paso hubo soltado estas razones, encaróse con Euribiades, y con mayor ahínco y resolución le dijo: —«Atiende bien a ello: si esperares aquí al enemigo y esperándole te portares como corresponde según eres de valiente y honrado, serás la salud de la Grecia; de otro, modo, su ruina. Nuestras fuerzas en esta guerra no son otras que las de esta armada unida: no te dejes deslumbrar, sino créeme a mí. Voy a echar el resto: si no haces lo que te digo, sin aguardar más nosotros los atenienses vamos en derechura a cargar con nuestras familias y partimos con ellas para Siris de Italia, pues ella es nuestra ya de tiempo inmemorial, y nos predicen los oráculos que debemos poblarla nosotros. Cuando os viereis desamparados de una alianza como la nuestra, os acordareis de lo que ahora os digo.»