Capítulo VI. De la venida de los idumeos en socorro de los de Jerusalén, y de lo que hicieran.

Estaba allí Eleazar, hijo de Simón, el cual, además de muchos otros, era hombre de muy buen consejo y sabía muy bien ejecutar lo que determinaba, y Zacarías, hijo de Anficalo, ambos del linaje de los sacerdotes. Habiende sabido éstos, ade­más de lo que comúnmente se decía, lo que particularmente habían amenazado, y que por hacerse Anano poderoso él y su parte, habían llamado a los romanos que los socorriesen, porque entre las mentiras de Juan ésta era una, dudaban mucho lo que mejormente harían, apretados con el tiempo que tenían tan corto. Veían el pueblo no menos pronto para pelear con ellos que ellos mismos, y que les había sido quitada la libertad de llamar o enviar por algún socorro, con la diligencia que los enemigos habían hecho en poner en ello guar­das; todavía quisieron llamar a los idumeos que los ayudasen, y escribiéndoles una breve carta, diciendo la mayor parte de lo que querían a los mensajeros de palabra, hiciéronles saber cómo Anano quería entregar la Metrópoli, que era la ciudad principal, a los romanos, y que ellos estaban encerrados en el templo por haber discordado con ellos, por defender la libertad, y que no confiaban vivir mucho tiempo, según lo poco que Anano les prometía; por lo cual decían que si no les socorrían presto, todos se entregarían en manos de Anano y de los enemigos, y la ciudad también sería presto entregada a los romanos.

Para llevar esta embajada escogieron dos varones esfor­zados, muy elocuentes en el hablar, bastantes para persuadir toda cosa que quisiesen y lo que más provechoso era en ne­gocios semejantes, muy diligentes en hacer su camino. Tenían ellos por cierto que los idumeos les habían de obedecer y ayu­darles luego, sabiendo que era gente muy amiga de revueltas y fiera, y sabiendo también que se alegraban con toda muta­ción; que por pocos ruegos que les hiciesen estaban prontos para la guerra, y que venían tan de voluntad a ella, como a ver alguna fiesta muy solemne.

Dijeron a sus mensajeros que se fuesen muy diligentes, y ellos estaban por ello con toda alegría: ambos se llamaban Ananías.

Venido habían ya delante los regidores de Idumea, los cuales, viendo la carta y lo que por los embajadores les de­mandaban, comenzaron todos como furiosos a convocar la gente, a armarse y pregonar la guerra; apenas fué dicho, la gente estuvo junta, y todos tomaron armas por defender la Metrópoli; es a saber, la ciudad principal de Judea y su li­bertad. Habiéndose, pues, juntado casi veinte mil hombres, con cuatro capitanes, llegaron a Jerusalén. Fueron éstos Juan y Diego, hijos de Sosa, Simón de Gathla y Finea, hijo de Clusoth.

No supo Anano ni sus guardas la partida de estos embaja­dores; pero bien supieron el ímpetu de los judíos; porque entendiéndolo antes, cerróles las puertas y puso guardas a los muros; pero no los pareció pelear con éstos, sino persuadirles con palabras la paz y la concordia general. Estando, pues, Jesús en una torre contraria, el cual era el pontífice más antiguo de todos, excepto Anano, dijo:

"Entre muchas revueltas que esta ciudad ha tenido, de cosa ninguna nos debemos maravillar de la fortuna, tanto como de ésta, que es ver que aun a los malos ayuda lo que no confían.

"Vosotros habéis venido para ayuda y socorro de los hom­bres más perdidos del mundo, contra nosotros, con tanta ale­gría, cuanta os conviniera venir contra los más bárbaros del universo, aunque toda la república os llamara; y si viese cierta­mente que vuestra venida era semejante al ánimo que tienen los que os han rogado que vinieseis, no dudaría en decir que era vuestra fuerza e ímpetu loco y sin razón.

"Porque yo os hago saber que no hay cosa en el mundo que tanto conserve la concordia entre los hombres, como es la semejanza en las costumbres. Ahora, pues, éstas, si quere­mos mirar a cada uno por sí, hallaremos que son dignos de mil muertes; porque después que han usado de su muy so­brado atrevimiento en todos los lugares y ciudades, comiendo con su demasiada lujuria sus patrimonios, y siendo la más civil gente del pueblo, más rústica y más apocada, se han entrado escondidamente en la ciudad sagrada como ladrones, y han ensuciado el suelo sagrado con maldades muchas y muy grandes; y los veréis fácilmente beodos de vino entre las cosas que tenemos por sagradas, y consumen los despojos de los muertos con la codicia insaciable de sus vientres. Pues la mu­chedumbre de vuestra gente, y tantas armas, no vienen de otra manera que viniera si por dicha la ciudad y consejo os pidiera socorro contra los extranjeros; que podrá, pues, decir alguno: Qué es esto sino injurias grandes de la fortuna?, viendo que os juntáis por favorecer a gente tan dañada, y para ello juntáis las armas todas de vuestra nación.

"Mucho ha que no puedo hallar cuál haya sido la causa por la cual os habéis movido tan de rebato: porque bien creo no ha podido ser pequeña, pues habéis todos tomado armas para venir contra el pueblo, que os ha sido siempre muy amigo, en favor de tales ladrones. Pues qué, ¿habéis oído, por ventura, algo de los romanos, o de alguna traición? Algunos de los vuestros lo decían ahora, y se enojaban poco ha, diciendo que habían venido por librar la ciudad; nos hemos maravillado ciertamente, además de muchas otras cosas, por saber tan gran maldad; porque contra los hombres que naturalmente aman la libertad y están aparejados a pelear con los extranje­ros enemigos, por defenderla, no os podíais levantar vosotros con tanta fiereza, si no os hubieran mentido muy falsamente, y dicho que la queríamos entregar a los romanos; pero debéis considerar vosotros quiénes son nuestros acusadores, y sacar la verdad no de las mentiras de éstos, sino juzgarla por el estado de las cosas de todos en común.

"¿Por qué razón o causa nos habíamos de entregar ahora a los romanos, pues desde el principio podíamos o no rebe­larnos contra ellos, o ya que nos habíamos rebelado, presto podíamos tornar en amistad, antes que permitir que toda esta comarca fuese destruída? Porque aunque quisiésemos, ya no nos es posible pasarnos a ellos, habiéndose ellos ensoberbe­cido con haber sujetado y destruído a toda Galilea, y también porque más feo nos sería que la muerte, querer amansarlos ahora que se acercan.

"Yo, cuanto a lo que a mí me toca, en más tengo y mucho más querría la paz que la muerte; pero habiéndose ya una vez puesto en la guerra, después de dada ya la batalla, mucho más precio morir gloriosamente, que vivir cautivo en miseria.

"Pero dicen que nosotros hemos enviado, como principales entre todo el pueblo secretamente alguno, a los romanos, o que también fué hecho por consentimiento común de todo el pue­blo. Dígannos, pues: ¿qué amigos hemos enviado, qué criados han sido ministros de la traición que nos levantan? ¿Por ven­tura prendieron ellos alguno, o yendo, o viniendo, o han al­canzado algunas cartas nuestras? ¿Cómo, pues, nos podíamos esconder de tantos ciudadanos tratando con ellos siempre y todas las horas del día? Siendo concierto de pocos, y aun estando esos cerrados en el templo, porque no pudiesen salir a lo público de la ciudad, ¿cómo pudieron saber lo que fuera de la ciudad secretamente se trataba? ¿Por ventura hanlo sa­bido ahora, cuando han de ser castigados por sus atrevimientos?

"Entretanto que estuvieron sin temor, no pensaban que alguno de nosotros fuese traidor. Si echan la culpa de esto al pueblo, consejo se tuvo público sobre ello; todos fueron presentes en este ayuntamiento, por lo cual más manifiesta corriera la fama como mensajero presto. ¿Pues qué necesidad había de enviar embajadores para ello, teniendo determinado ciertamente entregarnos a ellos? Digan quién fué señalado para tal embajada. Pero excusas son éstas de los que mala­mente han de perecer, y de los que trabajan por excusarse de la pena que les está muy cerca. Y si estaba ya ordenado, por acaso, que hubiésemos de entregar la ciudad, también pienso que lo hicieran los mismos que nos acusan, a cuyo atrevimien­to no le falta sino el mal de traición solamente.

"Conviene, pues que vosotros ya estáis juntados con las armas, ayudéis a vuestra ciudad principal, lo cual es cosa muy justa, y trabajéis en echar por tierra, juntamente con nosotros, a estos tiranos, que han quebrantado todos nuestros derechos; y menospreciando las leyes, han querido sujetarlas a sus pies con la fiereza de sus armas: prendieron a los varones nobles, sin ser acusados, de miedo de la ciudad, y pusiéronlos en cár­celes muy injustamente; y después, sin doblarse ni perder su fuerza con los ruegos y consejos que les daban, los mandaron matar.

"Lícito os será a vosotros, entrando en esta ciudad no como hombres de guerra, ver señal de esto que digo claramen­te, y ver las casas desoladas y destruidas con los robos: las mujeres de los muertos, parientes y familia, todos llenos de luto; oiréis los gemidos y llantos que hay por toda la ciudad, porque no hay alguno que no haya sufrido algo de la perse­cución de estos impíos y perversos. Los cuales se han atre­vido a tanta locura, que han mostrado el atrevimiento de la­drones, no sólo en los lugares y ciudades extranjeras, sino en ésta, que es la principal y cabeza de toda Judea y de toda nuestra gente; pero aun también lo que de la ciudad misma robaban, lo pasaban al templo: éste habían escogido para reco­gerse; aquí se confiscaba lo que de nosotros y contra nos­otros malamente ganaban; y el lugar venerable a todo el uni­verso, honrado por todos cuantos extranjeros de los fines del mundo venían sólo por verlo, es ahora pisado y destruído por los malos que entre nosotros mismos son nacidos.

"Gózanse en vernos, ya desesperados, cómo un pueblo se levanta contra el otro, y una ciudad contra otra, y en ver que los extranjeros tienen cabida y entrada tan fácil en sus propias cosas, debiendo vosotros, según dije que sería lo mejor y más conveniente a todos, dar muerte, con nosotros junta­mente, a los que tanto daño causan, y tomar venganza de tan gran engaño, que se han atrevido a pedir y tomar socorro de vosotros, a los cuales debían todos temer como vengadores de tan gran maldad.

"Si pensáis, por ventura, que los ruegos de tales hombres deben ser tenidos en mucho y reverenciados, lícito os es entrar en la ciudad con hábito de amigos y parientes, dejando las armas a una parte, y ser jueces de nuestras discordias, como medios entre los enemigos y nosotros, aunque debéis pensar el provecho que podrán traer, pues han de hablar delante de vosotros de pecados y culpas tan manifiestos y tan grandes, los que no han querido permitir que los que no eran acusa­dos hablasen una palabra. Alcancen ahora esta gracia con vuestra venida.

"Si no queréis enojaros con nosotros, ni ser de nuestra parte, queda, pues, que seáis lo tercero: es a saber, que dejando entrambas partes, no ayudéis a nuestra matanza, ni quedéis con los que acechan a la salud de la ciudad; porque aunque pensáis que alguno de nosotros ha hablado con los romanos, li­cencia tenéis de mirar todo el camino, y defender entonces vuestra ciudad, cuando algo tal hallarais de lo que hemos sido acúsados, y tomar venganza de los que nos han calumnia­do, hallando no ser así. No os amenazan los enemigos teniendo vuestros asientos cerca de la ciudad.

"Si nada de esto os agrada ni os parece razonable, no os maravilléis que os hayan cerrado las puertas, entretanto que estuviereis con las armas."

Estas cosas estaba hablando Jesús. La muchedumbre de los idumeos no advertían todo esto, ardiendo con la ira, por no haberles sido lícito entrar como querían; y los capitanes entre sí se enojaban por lo que tocaba a dejar las armas, pen­sando y teniéndose por no menos que cautivos si, por man­darlo algunos de ellos, las dejaban.

Uno de los capitanes, llamado Simón, hijo de Cathla, cuando apenas estaban los suyos apaciaguados, poniéndose en un lugar adonde lo pudiesen fácilmente oír los pontífices, dijo:

"No me maravillo yo ya que los defensores de la libertad fuesen cercados y encerrados en el templo, habiendo cerrado la puerta que solía ser común antes a toda aquella gente, y estaban por ventura aparejados para recibir a los romanos con fiesta, y hablaban con los idumeos por las torres y por los muros, y les mandaban echar las armas que por la libertad han tomado; y no encomendando ni fiando de sus parientes y cercanos la guarda de la ciudad, quieren que sean jueces de sus discordias, y acusando a los otros de que han muerto a los ciudadanos sin culpa, afrentan y condenan con deshonra a toda la nación; y habéis ahora, finalmente, cerrado la ciudad a nuestros domésticos y amigos, que solía siempre estar abierta a todos los extranjeros por la religión. Gran prisa nos dábamos, ciertamente, en venir contra vosotros, y por hacer guerra con­tra los gentiles, habiéndonos dado prisa en ser aquí muy pres­to, por defender y guardar vuestra libertad. Yo pienso que los que cercáis os han dañado de la misma manera; y que vosotros ahora buscáis y andáis cogiendo sospechas semejantes contra ellos. Además de esto, tenéis presos dentro a los que defienden muestra ciudad, y tenéisla cerrada a todos los que os son muy adeudados en sangre y linaje, y decís que sufrís gran tiranía, mandándonos obedecer a mandamientos de tanta afrenta, y echáis a los otros el nombre siendo vosotros mismos los tiranos. ¿Quién, pues, sufrirá vuestro hablar tan engañoso, viendo la contradicción y repugnancia de las cosas? Porque echando vosotros de la ciudad a los idumeos, pues también nos prohibís las cosas sagradas que tenemos en nuestras tierras acostumbra­das, alguno podrá reprender buenamente a los que están pre­sos y detenidos en el templo: porque habiendo osado castigar a los traidores, que vosotros, por ser compañeros de vuestra maldad, llamáis varones nobles, no han comenzado el castigo por vosotros y por no haber cortado los miembros principales de esta gran traición.

"Pero sea así, que ellos hayan sido algo más flojos de lo que el caso requería, nosotros, que somos idumeos, guardare­mos la morada de Dios y pelearemos por el bien común de la patria, teniendo también cuenta en los que por defuera osaren armarnos algunas asechanzas, tomando de todos venganza como de enemigos nuestros. Quedaremos aquí armados en guarda y defensa de los muros hasta que, o los romanos, te­niendo cuenta con vosotros, os den la libertad que pedís, o hasta tanto que vosotros mismos mudéis de parecer recobrando el cuidado que debéis tener por vuestra libertad."

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