Capítulo XV. Cómo Herodes fué proclamado Por rey de toda Judea.

No le faltó luego otro nuevo cuidado, por causa de la amistad con Antonio, después de la victoria que César hubo en Accio; pero tenía mayor temor que debla, porque César no tenía por vencido a Antonio, entretanto que Herodes quedase con él vivo. Por lo cual el rey quiso prevenir a los peligros; y pasando a Rodo, adonde en este tiempo estaba César, vino a verse con él sin corona, vestido como un hom­bre particular, pero con pompa y compañía real, y sin disi­mular la verdad, díjole delante estas palabras: «Sepas, oh César, que siendo yo hecho rey por Antonio, confieso que he sido rey provechoso para Antonio; ni quiero encubrirte ahora cuán importuno enemigo me hallaras con él, si la guerra de los árabes no me detuviera. Pero, en fin, yo le he socorrido según han sido mis fuerzas, con gente y con trigo, ni en su desdicha recibida en Accio lo desamparé, porque se lo debía. Y aunque no fué en mi socorro tan grande cuanto entonces yo quisiera, todavía le di un buen consejo, dicién­dole que la muerte de Cleopatra sola bastaba para corregir sus adversidades; y prometíle que si la mataba, yo le soco­rrería con dinero y con muros para defenderse, y con ejér­cito; y prometíme yo mismo por compañero para unir toda mi fuerza contra ti. Pero por cierto los amores de Cleopatra le hicieron sordo a mis consejos, y Dios también, el cual te ha concedido a ti la victoria. Vencido soy, pues, yo junta­mente con Antonio, y por tanto, me he quitado la corona de la cabeza con toda la fortuna y prosperidad de mi reino. He venido ahora a ofrecerme delante de tu presencia, confiando de alcanzar por tu virtud la vida, dándome prisa por que fuese examinada la amistad que con alguno he tenido."

A esto respondió César: «Antes ahora tente por salvo, y séate confirmado el reino; que por cierto mereces muy debidamente regir a muchos, pues trabajas en mostrar y defender la amistad tan fielmente. Y experiméntame con tal que seas fiel siendo más próspero, porque yo concibo grande esperanza en ver tu ánimo preclaro y muy magnánimo. Pero bien hizo Antonio en dar más crédito a Cleopatra que a tus consejos, porque por su locura te hemos ganado a ti; y a lo que puedo juzgar, tú comenzaste a hacerle primero beneficios, según Ventidio me escribe, pues le socorriste con socorro bastante contra los que le perseguían. Por tanto, ahora, por mi decreto y determinación quiero que seas con­firmado en el reino: y quiero yo también hacerte ahora algún bien, por que no tengas ocasión de desear a Antonio." Ha­biendo tan benignamente amonestado César al rey que no dudase algo en su amistad, le puso la corona real y confir­móle el perdón de todo lo que había hasta allí pasado, en el cual puso muchas cosas en loor de Herodes. Este, habiendo dado algunos dones y presentes a César, rogábale que man­dase librar a Alejandro, que era uno de los amigos de Antonio. Pero estando César muy airado, no lo quiso hacer, diciendo que aquel por quien él rogaba había hecho muchas cosas muy graves contra él, y por esto no quiso hacer lo que Herodes le suplicaba.

Después, yendo César a Egipto por Siria, Herodes lo recibió con toda la riqueza del reino; y mirando entonces muy bien todo su ejército, vínose primero a Ptolemaida, y allí le dió una cena muy magnífica con todos sus amigos, y repartió también con su ejército la comida muy abundan­temente. Proveyó también que, pasando por caminos muy secos hacia Pelusio y para los que de allá volviesen, no faltase agua, ni padeció el ejército necesidad de cosa alguna.

Por tantos merecimientos, no sólo César, pero todo su ejército también, tuvieron en poco el reino que le había sido dado; y por tanto, cuando vino a Egipto, muerto ya Antonio y Cleopatra, no sólo le acrecentó todas las honras que antes le había dado, pero también le añadió a su reino parte de aquello que Cleopatra le había antes quitado. Dióle también a Gadara, Hipón. y Samaria; y de las ciudades marítimas a Gaza, Antedón, Jope y el Pirgo o Torre de Estratón. Dióle demás de todo esto cuatrocientos galos para su guarda, los cuales tenía antes Cleopatra; y ninguna cosa incitaba tanto el ánimo y liberalidad de César a hacerle beneficios, cuanto era por verlo tan animoso y magnánimo.

Además de lo que primero le había dado, le dió después también toda la región llamada Tracón y Batanea, que le está muy cerca, y Auranitis, todas por la misma causa.

Zenodoro entonces, que tenía en su gobierno la casa y hacienda de Lisania, no cesaba, desde la región aquella llamada Tracón, de enviar ladrones a los damascenos para que los robasen. Ellos, viendo esto, acudieron a Varrón, el cual era entonces regidor de Siria, y le rogaron que hiciese saber a César las miserias que sufrían. Sabidas por César estas cosas, en la misma hora le envió a decir que tuviese cuidado en procurar matar aquellos ladrones: y así Varrón vino con mucha gente a todos los lugares de los cuales sospechaba, limpió toda la tierra de aquellos ladrones, y quitóla del regi­miento de Zenodoro: César la dió a Herodes, por que no se hiciese otra vez recogimiento y cueva de ladrones contra Damasco: y además de todo esto hizolo también procurador de toda Siria. Volviéndose después el décimo año a su pro­vincia, mandó a todos los procuradores que había puesto, que ninguno osase determinar algo sin hacérselo saber y darle de todo razón.

Aun después de muerto Zenodoro, César le dió toda aquella parte de tierra que está entre Tracón y Galilea: y lo que Herodes tenla en más que todo esto, era ver que, des­pués de Agripa, era el más amado de César; y después de César, el más amado de Agripa. Levantado, pues, de esta manera al más alto grado de prosperidad y hecho más ani­Moro, la mayor parte de su trabajo y providencia lo puso en las cosas de la religión.

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