Capítulo XIV. De las asechanzas de Cleopatra contra Herodes, y de la guerra de Herodes contra los árabes, y un muy grande temblor de la tierra que entonces aconteció.

Movida la guerra acciaca, Herodes estaba aparejado para ir con Antonio, librado ya de todas las revueltas de Judea y habido a Hircano, el cual lugar poseía la hermana de Antígono; pero fué muy astutamente detenido, por que no le cupiese parte de los peligros de Antonio. Como dijimos arriba, acechando Cleopatra a quitar la vida a los reyes, persuadió a Antonio que diese cargo a Herodes de la guerra contra los árabes, para que, si los venciese, fuese hecha señora de toda Arabia, y si era vencido, le viniese el señorío de toda Judea, y de esta manera castigaría un poderoso con el otro.

Pero el consejo de ésta sucedió prósperamente a Herodes, porque primero con su ejército y caballería, que era muy grande, vino contra los siros, y enviándolo cerca de Diospoli, por más varonil y esforzadamente que le resistiesen, los ven­ció. Vencidos éstos, luego los árabes movieron gran revuelta, y juntándose un ejército casi infinito, fué a Canatam, lugar de Siria, por aguardar a los judíos. Como Herodes los quisiese acometer aquí, trabajaba de hacer su guerra muy atentadamente y con consejo, y man­daba que hiciesen muro por delante de todo su ejército y de sus guarniciones. Pero la muchedumbre del ejército no le quiso obedecer, antes confiada en la victoria pasada, acometió a los árabes, y a la primer corrida venciéndolos, hiciéronlos volver atrás; pero siguiéndolos pasó gran peligro Herodes por los que le estaban puestos en asechanzas por Antonio, que siempre le fué, entre todos los capitanes de Cleopatra, muy enemigo. Porque aliviados los árabes y rehechos por la corrida y ayuda de éstos, vuelven a la batalla; y juntos los escuadrones entre unos lugares llenos de piedras y peñascos muy apartados de buen camino, hicieron huir la gente de Herodes, habiendo muerto a Muchos de ellos: los que se sal­varon recógense luego a un lugar llamado Ormiza, adonde también fueron todos tomados por los árabes con todo el bagaje y cuanto tenían.

No estaba muy lejos Herodes después de este daño con la gente que traía de socorro, pero más tarde de lo que la necesidad requería. La causa de esta pérdid a fué no haber los capitanes querido dar fe ni crédito a lo que Herodes les había mandado, pues se habían querido echar sin más miramiento ni consideración, porque y si se dieran prisa en dar la batalla, no tuviera Antonio tiempo para hacer sus asechanzas: pero todavía otra vez se vengó de los árabes entrándose muchas veces y corriéndoles las tierras, Y muchas veces se desquitó de la derrota sufrida. Persiguiendo a los enemigos le sucedió por voluntad de Dios otra desdicha a los siete años de su reinado, y en tiempo que hervía la guerra acciaca, porque al principio de la primavera hubo un temblor de tierra, con el cual murió infinito ganado y perecieron treinta mil hombres7 quedando salvo y entero todo su ejército porque estaba en el campo. Los árabes se ensoberbecieron mucho con aquella nueva, la cual siempre se suele acrecentar algo más de lo que es yendo de boca en , boca; movidos con ella, pensando que toda Judea estaría, sin que alguno quedase, destruida y asolada, con esperanza de poseer la tierra, juntan su ejército y viénense contra ella matando primero a los. embajadores que los judíos les enviaban. Herodes en este tiempo, viendo la mayor parte de su gente amedrentada con la venida de los enemigos, tanto por ¡as grandes adversidades y desdichas que les habían acontecido, cuanto por haber sido muchas y muy continuas, esforzábalos a resistir y dábales ánimo con estas palabras‑

"No parece razonable cosa que por lo que al presente habéis viste, que ha sucedido estéis tan amedrentados: porque no me maravillo que os espante la llaga que por voluntad e ira de Dios contra nosotros ha acontecido; pero tengo por cosa de afrenta y cobardía que penséis tanto en ella teniendo los enemigos tan cerca, habiendo antes de trabajar en desha­cerlos y echarlos de vuestras tierras: porque tan lejos estoy yo de temer los enemigos después de este tan gran temblor de tierra, que pienso haber sido como regalo para ellos para después castigarlos; porque sabed que no vienen tan confia­dos en sus armas y esfuerzo corno en nuestras desdichas y muertes. La esperanza, pues, que no está fundada y susten­tada en sus propias fuerzas, sino en las adversidades de su contrario, sabed que es muy engañosa. No tenemos los hom­bres seguridad de prosperidad alguna ni de adversidad, antes veréis que la fortuna se vuelve ligeramente a todas partes, lo cual podéis comprobar con vuestros propios ejemplos. Fuimos en la guerra pasada vencedores; luego fuimos también ven­cidos por los enemigos, y ahora, según se puede y es lícito pensar, serán ellos vencidos viniendo con pensamiento de ser vencedores: porque el que demasiado se confía no suele estar proveído, y el miedo es el maestro y el que enseña a pro­veerse. A mí, pues, lo que vosotros teméis tanto me da muy gran confianza, porque cuando fuisteis más feroces y atreví­dos de lo que fuera conveniente y necesario, saliendo contra mi voluntad a pelear, Antonio tuvo tiempo y ocasión para sus asechanzas y para hacer lo que hizo; ahora vuestra tar­danza, que casi mostráis rehusar la pelea, y vuestros ánimos entristecidos, según veo, me prometen victoria muy cierta­mente. Pero conviene antes de la batalla estar animados y con tal pensamiento, y estando en ella, mostrar su virtud ejercitándola y manifestar a los enemigos llenos de maldad que ni mal alguno de los que humanamente suelen acontecer a los hombres, ni la ira del cielo, es causa que los judíos muestren en sus cosas algo menos de fortaleza y esfuerzo, entretanto que les dura esta vida. ¿Sufriera alguno que los árabes sean. señores de sus cosas, a los cuales en otro tiempo se los podía llevar por cautivos? No os espante en algo el miedo de las cosas sin ánima y sin sentido, ni penséis que este temblor de tierra sea señal de alguna matanza o muer­tes que se deban esperar, porque naturales vicios son también de los elementos, y no pueden hacer algún daño sino en lo que de ellos es. Porque debéis todos pensar y saber que vi­niendo alguna señal de pestilencia o hambre, o de algún tem­blor de tierra, mientras el daño tarda, entonces se debe algo temer; pero cuando ya han hecho su curso, viénense a acabar y consumir ellas mismas en sí por ser tan grandes. ¿Qué cosa hay en que nos pueda hacer mayor daño a nosotros ahora esta guerra, aunque seamos vencidos, que ha sido el que habemos recibido por el temblor de la tierra? Antes, en ver­dad, ha acontecido a nuestros enemigos, en señal de su des­trucción, una cosa la más horrenda M mundo por voluntad propia de ellos, sin entender otro en ella, en haber muerto cruelmente a nuestros embajadores contra toda ley de hom­bres, y han sacrificado a Dios por el suceso de la guerra la vida de ellos. Porque no podrán huir la lumbre divina ni la venganza de la mano invencible de Dios: antes luego pagarán lo que han cometido, si levantados nosotros con ánimo por nuestra patria, nos animáremos para tomar venganza de la paz y conciertos rotos por ellos. Así, pues, haced todos vues­tro camino a ellos, no corno que queráis pelear por vuestras mujeres ni por vuestros hijos ni por vuestra propia patria, pero por vengar la muerte de vuestros propios embajadores. Ellos mismos regirán mejor y guiarán nuestro ejército, que nosotros que estamos en la vida; obedeciéndome vosotros, pondréme yo por todos en peligro: y sabed ciertamente que no podrán sufrir ni sostener vuestras fuerzas, si no os dañare la osadía atrevida y temeraria."

Habiendo amonestado con tales palabras a sus soldados, viéndoles muy alegres y muy contentos, celebró a Dios luego sus sacrificios, y después pasó el río Jordán con todo su ejér­cito. Y puesto su campo en Filadelfia, no muy lejos de los enemigos, hizo muestra que quería tomar un castillo que estaba en medio: movía la batalla de lejos deseando juntarse muy presto, porque los enemigos habían enviado gente que ocupase el castillo. Pero los del rey fácilmente los vencieron y alcanzaron el collado; y él, sacando cada día su gente muy en orden a la batalla, provocaba a los árabes y los desafiaba. Mas como ninguno osase salir porque estaban amedrentados y más que todos pasmado y temblando como medio muerto el capitán Antonio, acometiendo el valle donde estaban, He­rodes los desbarató; y forzados de esta manera a salir de la batalla, mezclándose una gente con otra, los de a caballo con los de a pie, salieron todos; y si los enemigos eran mu­chos más, el esfuerzo y alegría era mucho menor, aunque por estar todos sin esperanza de haber victoria, eran muy atrevidos. Entretanto que trabajaron por resistir, no fué grande la matanza que se hizo; pero al volver las espaldas fueron muchos muertos, unos por los judíos que los perse­guían, otros pisados por ellos mismos huyendo: murieron finalmente en la huida cinco mil, los demás fueron forzados a recogerse dentro del valle; pero luego Herodes, tomándolos en medio, los cercó, y aunque la muerte no les estaba muy lejos por fuerza de las armas de Herodes, todavía sintieron mucho la falta del agua. Como el rey menospreciase muy soberbiamente los embajadores que le ofrecían, porque fuesen librados, cincuenta talentos, haciéndoles mayor fuerza ar­diendo con la gran sed, salían a manadas y dábanse a los judíos de tal manera, que dentro de cinco días fueron presos cuatro mil de ellos; pero el sexto día, desesperando ya de la salud y vida, salieron los que quedaban a pelear. Trabándose la batalla con ellos, los de Herodes mataron otra vez siete mil; y habiéndose vengado de Arabia con llaga tan grande, muerta la mayor parte de la gente y vencida ya la fuerza de ella, pudo tanto, que todos los de aquella tierra lo desea­ban por señor

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