Capítulo VII. De la muerte de Aristóbulo, y de la guerra de Antipatro contra Mitrídates.

Habiéndose César apoderado de Roma y de todas las cosas, después de haber huido el Senado y Pompeyo de la otra parte del mar Jonio, librando de la cárcel a Aristóbulo, en­viólo con diligencia con dos compañías a Siria, pensando que fácilmente podría sujetar a ella y a los lugares vecinos de Judea; pero la esperanza de César y la alegría de Aristóbulo fué anticipada con la envidia. Porque muerto con ponzoña por los amigos de Pompeyo, estuvo sin sepultura en su misma patria algún tiempo, y guardaban el cuerpo del muerto em­balsamado con miel, hasta tanto que Antonio proveyó que fuese sepultado por los judíos en los sepulcros reales. Fué tam­bién muerto su hijo Alejandro, y mandado descabezar por Escipión en Antioquía, según letras de Pompeyo, habiéndose primero examinado su causa públicamente sobre todo lo que había cometido contra los romanos.

Ptolomeo, hijo de Mineo, que tenía asiento en Calcidia, bajo del monte Líbano, prendiendo a sus propios hermanos, envió a su hijo Filipión a Ascalona que los detuviese e hiciese recoger; y él, sacando a Antígono del poder de la mujer de Aristóbulo, y a sus hermanas también, lleválas a su padre. Y enamorándose de la menor de ellas, cásase con ella; por lo cual fué después muerto por su padre. Porque Ptolomeo, después de muerto el hijo, tomó por mujer a Alejandra; y por causa de este parentesco y afinidad, miraba por sus hermanos con mayor cuidado.

Muerto Pompeyo, Antipatro se pasó a la amistad de César; y porque Mitrídates Pergameno estaba detenido con el ejér­cito que llevaba a Egipto, en Ascalona, prohibido que no pasase a Pelusio, no sólo movió a los árabes, aunque fuese él extranjero y huésped en aquellas tierras, a que le ayudasen, sino también compelió a los judíos que le socorriesen con cerca de tres mil hombres, todos muy bien armados. Movió también en socorro y ayuda suya los poderosos de Siria, y a Ptolomeo, que habitaba en el monte Líbano, y a Jamblico, y al otro Ptolomeo; y por causa de ellos, las ciudades de aquella región emprendieron y comenzaron la guerra con ánimo pronto todos, y muy alegre. Confiado ya de esta manera Mitrídates por verse poderoso con la gente y ejército de Antipatro, vínose a Pelusio; y siéndole prohibido el pasaje, puso cerco a la villa, y Antipatro se mostró mucho en este cerco. Porque habiendo roto el muro de aquella parte que a él cabía, fué el primero que dió asalto a la ciudad con los suyos, y así fué tomado Pelusio; pero los judíos de Egipto, aquellos que habitaban en las tierras que se llaman Onías, no los dejaban pasar más ade­lante. Antipatro, no sólo persuadió a los suyos que no los estorbasen ni impidiesen, sino que les diesen lo necesario para mantenimiento. De donde sucedió que los menfitas no fuesen combatidos; antes, voluntariamente se entregaron a Mitrída­tes; y habiendo éste proseguido adelante su camino por las tierras de Delta, peleó con los otros egipcios en un lugar que se llama Castra de los judíos, el cual libró Antipatro por su parte, que era la derecha, de todo mal. Yendo alrededor del rio con buen orden, vencía el escuadrón que estaba a la parte izquierda fácilmente, y arremetiendo contra aquellos que iban persiguiendo a Mitrídates, mató a muchos de ellos y persiguió tanto a los que quedaban y huían' que vino a ganar el campo y tiendas de los enemigos, habiendo perdido no más de ochenta de los suyos. Pero Mitrídates, huyendo, perdió de los suyos ochocientos; y saliendo él de la batalla salvo sin que tal se confiase, vino delante de César como testigo, sin envidia de las cosas hechas por Antipatro. Por lo cual él movió a Anti­patro entonces, con esperanza y loores grandes, a que menos­preciase todo peligro por su causa; y así fué hallado en todo como hombre de guerra muy esforzado y valeroso, porque habiendo sufrido muchas heridas, tenía por todo el cuerpo las señales en probanza de su virtud.

Después, cuando habiendo apaciguado las cosas de Egipto se volvió a Siria, hízolo ciudadano de Roma, dejándole gozar de todas las libertades, honrándole en todas las cosas, y mos­trándole en todo mucha amistad; hizo que los otros se esfor­zasen mucho en imitarlo, como a hombre muy digno; y por causa y favor suyo confirmó el pontificado a Hircano.

Share on Twitter Share on Facebook