Capítulo IV. De ciertos lugares que fueron tomados, y la descripción de la ciudad de Hierichunta.

Estando aquí las cosas en este estado, súpose cierta revuelta que en la Galia había, y cómo el juez o regidor, juntamente con los principales naturales de allí, se habían rebelado con­tra Nerón, de los cuales en otro lugar hemos con diligencia más largamente escrito.

Movieron, con todo, a Vespasiano, sabidas estas cosas, a darse prisa en acabar aquella guerra, viendo que ya no habían de faltar guerras civiles y peligros a todo el imperio romano, pensando que, pacificadas las partes de Oriente, Italia estaría más segura y tendría menos que temer. Pero prohibiéndole el invierno ejecutar su propósito y determinación, ponía su gente por guarnición en los lugares y fuertes que había por allí sujetado; y poniendo ciertos regidores en las ciudades, a los cuales llamaban decuriones, trabajaba en restaurar muchas cosas de las que habían sido destruídas.

Vínose primero, acompañado de toda la gente con que había venido a Cesárea, a Antipátrida; y habiendo puesto orden en esta ciudad, deteniéndose en ella dos días, el tercero veníase para Lida y Jamnia, destruyendo y quemando toda la región que estaba alrededor de la señoría de Thamna. Y habiéndose dado estas dos ciudades y sujetado a su fuerza, ordenó gente que quedase allí para habitarlas; él vínose a Amaunta, y ocupando la salida para la Metrópoli, que era Jerusalén, cercó de muro su campo; y dejando allí la quinta legión, partió con toda la otra gente hacia la tierra de Betlep­tón, y después de haber dado fuego y quemado toda la re­gión vecina y cercana de Idumea, guarneció todos los casti­llos y proveyó los que estaban en buen lugar. Habiendo tomado dos lugares que estaban en medio de Idumea (era el uno Begabro, y el otro Cafartofo), mató allí más de diez mil hombres, y prendió casi mil; y sacando toda la otra gente que había, puso en ellos gran parte de sus soldados, los cuales iban destruyendo todos aquellos lugares y talando todas aquellas montañas.

Volvióse después él, con lo que le quedaba de su ejér­cito, a Jamnia, y de aquí vino, por Samaritidá y por Nápoles, la cual llamaban los naturales de allí Maborta, a los dos días del mes de junio, a Hierichunta, adonde uno de los regidores, llamado por nombre Trajano, juntó con el ejército de Ves­pasiano todos los soldados que pudo allegar por la otra parte del Jordán, habiendo ya vencido a cuantos allí estaban.

El pueblo de Hierichunta, antes que los romanos vinie­sen, se había recogido a una región montañosa que estaba frente a Jerusalén, y fueron muertos muchos que allí que­daron: halló desolada la ciudad, la cual está en un llano fun­dada. Levántase junto a ella una montaña alta, aunque esté­ril, y es muy larga: llega desde la parte de Septentrión hasta los campos de Escitópolis; y por la parte del Mediodía hasta Sodoma, y extiéndese por los términos del lago de Asfalte: es todo muy áspero, y por no producir algún fruto, no se habita.

Hay cerca de este monte otro alrededor del Jordán; comienza desde Julia hasta el Septentrión, y alárgase por el Mediodía hasta Sacra, que aparta la ciudad de Arabia, lla­mada Petrea, de estos términos.

Está en esta parte aquel monte que se llama Férreo: ex­tiéndese hasta la tierra de Mohab. Hay una región entre estos dos montes que se llama el campo grande; éste se ensancha desde el lugar llamado Gennabara, hasta la laguna del Asfalte: tiene de largo doscientos treinta, y de ancho ciento veinte estadios, y pártelo el Jordán.

Hay allí dos lagos grandes, el de Asfalte y el de Tiberia, y entrambos son contrarios de su naturaleza: el uno es salado y estéril, y el de Tiberia, vulgarmente, y por lo más, es muy dulce y muy fértil; en tiempo de verano aquel llano se enciende con el ardor del sol, y gástase cuanto ocupa con el mal aire que allí reina: sécansele todas las cosas que tiene alrededor de él, excepto el Jordán; de donde procede que las palmas que están en aquella ribera, florecen más y mejor, y las que están de allí lejos, mucho menos.

Hay cerca de Jericó una fuente muy grande y muy abundante para regar todos aquellos campos: nace cerca de la ciudad vieja que jesús, hijo de Nava, capitán del pueblo de los judíos, había primero ganado en la tierra de los cana­neos. Dícese de esta fuente, que no sólo solía corromper los frutos de la tierra y árboles, pero aun dañaba a las mujeres preñadas, y lo corrompía todo con enfermedades y pesti­lencia; pero después perdió este furor, y había sido hecha muy saludable y muy fértil por el profeta Eliseo, amigo y sucesor de Elías: porque habiéndole los de Jericó hecho buena acogida, y habiendo hallado en ellos toda amistad, satisfizo y pagólo a ellos y a toda su región con una gracia que les hizo, y fué que, partiendo para la fuente, tomó un vaso lleno de sal, y echólo en el agua. Después, levantando sus manos al cielo y echando algunos alientos suyos en la fuente, rogaba que se amansase y que mostrase sus aguas más dulces, convirtiendo la amargura en dulzura y fertilidad grande, y hacía oración a Dios que templase con mejor viento las aguas v aires de aquella tierra, y concediese que los vecinos de allí pudiesen gozar de la fertilidad de sus frutos, y dejasen suce­sión de sus generaciones e hijos, y que no pudiese dañarles ni faltarles el agua, que suele ser el sustento de los hijos, entre­tanto que ellos fuesen buenos y justos. Con estos ruegos, habiendo hecho muchas más cosas que sabía hacer por sus manos, mudó las aguas de la fuente; y las que les solían ser antes causa de esterilidad y orfandad grande, les eran en este tiempo causa de abundancia en frutos, en sus hijos y gene­raciones.

Es, pues, ahora su regadío tan fértil y de tanta fuerza, que en tocar la tierra solamente se hace más fértil que que­dando mucho encima de la tierra, de tal manera, que los que gastan mucho de esta agua, ésos tienen menos provecho; y los que menos de ella gastan, éstos tienen mucho más. Regía esta fuente muchas más tierras que todas las otras; pasa setenta estadios de largo y veinte de ancho. Cría por allí huertos como paraísos, muchos y muy abundantes, prin­cipalmente de palmas diversas, no menos en el sabor que que son más fértiles, cuyo fruto, puesto en prensa, da de sí mucha miel no peor que la otra, aunque da también mucha miel esta región; y es muy fértil en bálsamo, que es el fruto mejor y más precioso que allí nace. Produce también mucha alheña y mirabolano, de manera que quien dijere ser esta parte de tierra muy mirada y amada por Dios, no errará, en la cual lo bueno y lo que es tan caro y tan preciado, nace tan fértil y abun­dantemente; pero ni aun en todos los otros frutos que pro­duce hay región alguna en todo el universo que se pueda comparar con ésta: en tan gran manera multiplica y acre­cienta lo que en ella se siembra. La causa de esto, según yo creo, es la fuerza fértil del agua y el calor del aire, que recrea todo cuanto allí nace: aprieta esta agua todas las raíces de, los árboles: dales fuerza en el verano, en el cual dificultosamente, con el gran calor y ardor del sol, puede producir algo la tierra. Si sacan de esta agua antes que nazca el sol, con el viento que corre se enfría, y toma contraria naturaleza de la del aire: en el invierno se calienta, y se hace en el nombre, de las cuales hay algunas muy buena para regar lo que está bajo de la tierra: es el cielo de esta región tan templado, que cuando en otras partes de Judea nieva, los naturales de aquí van vestidos de lino: está lejos de Jerusalén ciento cincuenta estadios, y a sesenta esta­dios del Jordán: el camino hacia Jerusalén es desierto y pe­ñascoso; hacia el Jordán y la laguna del Asfalte, aunque es tierra más baja, todavía no es menos estéril y menos culti­vada que la otra. Pero basta lo dicho de la fertilidad de Jericó.

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