Capítulo VIII. En el cual se cuenta el fin de Galba, Othón, Vitelio y lo que Vespasiano hacía.

No sólo había revueltas en Judea en este mismo tiempo, pero aun toda Italia estaba en discordia y guerras civiles: porque después que Galba fué muerto en medio de la plaza, Othón fué elegido por emperador, y éste guerreaba con Vitelio, el cual quería levantarse con el imperio, porque la gente germana lo había ya escogido y nombrado por empe­rador. Y habiendo dado la batalla en Brebiaco, ciudad de Italia, a Valente y Cecina, capitanes de Vitelio, el primer día fué Othón vencedor; pero luego el siguiente los de Vitelio. Después de muchos muertos y de haber entendido que la parte contraria había alcanzado victoria, Othón mismo se mató estando en Brixelo, imperando dos años y tres meses.

Sucedió que la gente de Othón se juntó con los capitanes de Vitelio, y Vitelio ya venía a Roma, cuando a los cinco días de junio, Vespasiano, partiendo de Cesárea, vino contra las tierras de Judea que no había aún sujetado; así subió primero a las montañas, y sujetó dos señorías: la una era la Gosnitica, y la otra la Acrabatena; luego después a Bethel y a Efrem, que eran dos fuertes: y poniendo en ellos su gente de. guarnición, veníase ya hacia Jerusalén.

A muchos que hallaba en el camino mataba, y a muchos otros prendía.

Uno de sus capitanes, llamado Cercalo, con parte de la caballería y parte de la infantería, destruía la Idumea que se dice superior, y dió fuego al castillo Cafetra, el cual tomó de camino, y combatía con su gente el otro que se llama Cafaris, harto fuerte por estar cercado de un fuerte muro; y pensando que se detendría allí algún tiempo, los de la ciudad abriéronle las puertas, y humildes se entregaron.

Sujetados éstos, Cercalo partió para Chebrón, otra ciudad muy antigua, fundada, como dije, en las partes montañosas, no muy lejos de Jerusalén; y entrando por fuerza, mató a cuantos dentro hallar pudo, así mozos, como niños y viejos; y quemó después la ciudad.

Habiéndolo, pues, ya ganado todo, excepto el castillo llamado Herodio, Masada y Macherunta, que estaban enton­ces por ios ladrones y salteadores, ya no tenían los romanos otra cosa sobre los ojos sino a Jerusalén, la cual ciudad sola­mente faltaba por ganar.

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