Capítulo XI. De la descripción de Egipto y de Faro.

Determinó dar primero razón a las cosas de Alejandría, aunque Muciano y todos los otros capitanes, regidores y todo el ejército, le daban grita y movían que los llevase contra los enemigos; y sabía que la mayor parte del imperio era Egipto, por causa del mucho trigo que allí se cogía; y si una vez lo podía ganar y apoderarse de él, confiaba derribar a Vitelio por fuerza, si aun perseveraba en su porfía de querer ser emperador; porque el pueblo, muriéndose de hambre, no había de poderlo sufrir.

Deseaba también juntar con su gente dos legiones que estaban en Alejandría. Pensaba que aquellas tierras le servirían para defenderse contra toda adversidad, si algo sucedía de mal; porque es ésta una tierra muy difícil de entrar, porque no tiene puerto por la mar; tiene también por la parte oc­cidental la Libia seca, y por el Mediodía tiene un límite que aparta a Siene de Etiopía; no es parte esta navegable, por causa de los grandes sumideros del río Nilo.

Tiene por el oriente el mar Bermejo, el cual se ensancha hasta la ciudad de Copton; tiene por la parte septentrional otra defensa y fuerte, que es la tierra hasta Siria y el golfo que llaman de Egipto, sin algún puerto. De esta manera, pues, está Egipto seguro por todas partes. Alárgase entre Pelusio y Siene por dos mil estadios; y de Pintina hasta Pelusio hay na­vegación de tres mil seiscientos estadios; por el Nilo se sube hasta una ciudad que se llama Elefantina, con naos; porque los sumideros, como arriba dijimos, prohiben el camino más adelante.

El puerto también de Alejandría, por mucha paz que haya, siempre suele ser muy difícil de entrar en él, porque su entrada es muy angosta; y con las rocas que tiene escon­didas en sí, apártase de su camino derecho: por la parte izquierda se le hacen como unos brazos; a la parte diestra tiene la isla de Faro, adonde hay una gran torre que alumbra a los navegantes por trescientos estadios, para que de muy lejos se puedan guardar y proveerse en la necesidad que tienen para llegar y recoger sus naos. Alrededor de esta isla hay mu­ros hechos con obra grande y maravillosa, en los cuales bate la mar; y rompiendo en ellos las olas, hácese más dificultosa la entrada y tanto más peligrosa; pero ya cuando están dentro del puerto, están muy seguros: es grande más de treinta es­tadios, y llegan allí cuantas cosas faltan a esta tierra, y sale también de lo que ella tiene por todo el mundo.

Por esto, pues, no sin causa deseaba ganar Vespasiano las cosas de Alejandría, para confirmar todo el imperio. Que­riendo poner esto en efecto, envió cartas a Tiberio Alejandro, el cual regía estas partes y a todo Egipto, mostrándole en ellas la alegría de su gente; y que habiendo él recibido, por serle tan necesario, el imperio, quería que le ayudase, y se quería servir de su diligencia.

En la hora que Alejandro leyó la epístola de Vespasiano, con ánimo muy pronto tomó el juramento a sus legiones y a todo el pueblo; obedeciéronle todos con pronta voluntad, co­nociendo la virtud y valor de Vespasiano, de lo que antes había hecho y administrado. Éste, pues, con el poder que le fué concedido, aparejaba lo que era necesario para la venida del emperador, y todo lo que el imperio requería.

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