Capítulo XIII. De las costumbres de Vitelio y de su muerte.

Habiendo dado respuesta Vespasiano a todos los embaja­dores, y ordenado regidores para administrar aquellas tierras, según cada uno merecía, vínose a Antioquía; y pensando a dónde iría primero, parecióle mejor entender en las cosas de Roma, que en el camino que había determinado para Ale­jandría, porque Alejandría estaba sosegada, y las cosas de Roma estaban por Vitelio perturbadas y en revuelta; envió, pues, a Italia a Muciano con mucha gente de a pie y de a ca­ballo; pero temiendo éste ponerse en la mar por ser en el in­vierno, llevó su ejército por Capadocia y Frigia; en este medio, Antonio tomó la tercera legión de la gente, que estaba en Mesia, porque esta provincia tenía él en su regimiento, y de­terminaba venir a hacer guerra con Vitelio; cuando Vitelio lo supo, envió luego a Cecina con gran ejército para que le resistiese.

Partiendo, pues, éste de Roma, luego alcanzó a Antonio cerca de Cremona, por aquella parte que ahora es de la Italia, viendo allí el orden y muchedumbre de enemigos, no osaba darle batalla, y pensando que volverse le sería cosa peligrosa, trataba de hacer traición; por lo cual, llamando a sus capitanes y a los tribunos de su gente, persuadíales que se pasasen a Antonio, menguando las cosas de Vitelio, y levan­tando el poder de Vespasiano, diciendo que el uno tenía sola­mente el nombre de emperador, y el otro tenía la virtud y fuerza para serlo; que para ellos sería mucho mejor hacer de grado lo que era necesario, y sabiendo que habían de ser vencidos por la mucha gente, era cosa bien mirada excusar de voluntad todo peligro; porque Vespasiano mismo era muy bastante y poderoso, sin toda aquella fuerza, para tomar ven­ganza de todos los otros; y que Vitelio no osaría parecer en su presencia con cuanto podía, aunque tomase en compañía a ellos todos.

Habiéndoles dicho muchas cosas tales a este propósito, per­suadióles lo que quiso, y así se pasó con toda su gente a las partes de Antonio; la misma noche todos sus soldados se arre­pintieron por temor de ser vencidos por aquel que los había enviado, y amedrentados con esto, sacaron sus espadas, y qui­sieron matar a Cecina, y ciertamente lo hicieran, si no fuera porque los tribunos se mezclaron entre ellos, y muy rogados, en fin, no lo hicieron, pero teníanlo muy atado para enviarlo a Vitelio que lo castigase como traidor.

Habiendo oído estas cosas Antonio, luego hizo que su gente marchase, e hízoles venir con todas sus armas contra aquellos que se rebelaban: ordenados ellos para dar la batalla, resistieron poco a poco, pero luego fueron echados del lugar donde estaban, y huyeron a Cremona. La compañía primera de la gente de a caballo les atajó el camino, y cerrándolos delante de la ciudad, mataron la mayor parte de ellos, v aco­metiendo todos los otros, permitió a sus soldados que saquea­sen la ciudad, en la cual murieron muchos mercaderes extran­jeros, y muchos también de los naturales, y todo el ejército de Vitelio, que eran más de treinta mil doscientos hombres; también perdió Antonio Primo cuatro mil quinientos hombres de la gente que había sacado de Mesia, y librando a Cecina, enviólo por embajador a Vespasiano, el cual, habiendo llega­do, fué muy bien venido y muy loado, y reparó la deshonra i, afrenta que tenía de traidor, con honras que él no esperaba.

Cuando Sabino, que estaba en Roma, entendió que An­tonio ya llegaba, cobró esperanza, y tomando las compañías de la gente de guarda, apoderóse una noche del Capitolio. Venida la mañana, muchos de los nobles se juntaron con él, y Domiciano, hijo de su hermano, fué gran parte para haber esta victoria. Pero no se curaba Vitelio de Primo, antes eno­jado con aquellos que con Sabino le habían faltado, sediento con la crueldad que de su natural tenía de la sangre de los nobles, envió contra el Capitolio la gente que había traído consigo. Aquí fueron hechas muchas cosas esforzadamente, tanto por aquellos que habían venido, cuanto por los otros que tenían ya el templo; pero los germanos siendo muchos más, ganaron el collado, y Domiciano, con muchos varones muy señalados de los romanos, pudo huir divinamente, y sal­varse: toda la otra muchedumbre que allí hallaron, fué muerta y despedazada: también, siendo Sabino llevado delante de Vitelio, fué muerto, y los soldados, dado saco al templo, pu­siéronle fuego, y todo lo quemaron: el otro día llegó con su ejército Antonio, y fué recibido por los soldados y gente de Vitelio, y trabando entre ellos por tres maneras batalla den­tro de la ciudad, perecieron todos.

Viendo esto Vitelio, salió de su palacio beodo, y como suele acontecer en los que de tal manera viven, y tan pródigamente se quieren hartar, fué llevado por fuerza por medio de todo el pueblo, afrentado y deshonrado por todo género de afrentas y deshonras, y degollado en medio de la ciudad, habiendo gozado del imperio ocho meses y cinco días, el cual, si más tiempo pudiera vivir, o si alcanzara más larga vida, no pu­diera bastar a sus pródigos gastos todo el Imperio. Y fué aquí el número de los otros que murieron más de cincuenta mil.

Pasaron estas cosas a los tres días del mes de octubre; el día siguiente, Muciano entró en la ciudad con su ejército, y deteniendo los soldados de Antonio de la matanza que hacían, porque aun andaba escudriñando los mesones, y mataban los soldados de Vitelio con otra mucha gente del pueblo que ha­bía con él consentido, adelantándose con la ira a la diligencia que en examinar debían hacer esto, mandó venir allí a Domiciano, y diólo por regidor al pueblo hasta que su padre viniese. Librado, pues, ya el pueblo de todo temor, publicaba por emperador a Vespasiano, y juntamente se alegraban y regocijaban todos, celebrando fiestas por ser confirmado en el imperio, y ser Vitelio derribado y muerto.

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