Capítulo XIV. Cómo Vespasiano envió a su hijo Tito para acabar la guerra con los judíos.

Cuando Vespasiano llegó a Alejandría, fuéle contado todo lo que en Roma había sido hecho, y tuvo allí embajadores de casi todo el universo, dándole el parabién del imperio. Siendo esta ciudad la mayor después de Roma, parecía muy pequeña, según era la muchedumbre de gente que había venido.

Confirmado, pues, ya por emperador en todo el universo, y conservadas las cosas del pueblo romano contra la esperanza que de ello tenían, determinó Vespasiano dar fin a la guerra de Judea.

Pasado, pues, el invierno, él se aparejaba a partir para Roma, y determinaba poner asiento y concordia en las cosas de Alejandría. Así, pues, envió su hijo Tito a que diese fin a la guerra de los judíos, y tomase a Jerusalén: el cual se vino por tierra hasta Nicopolis, ciudad lejos de Alejandría veinte estadios de camino, y allí puso su gente en naos muy grandes, y vínose hasta Thurno navegando por el Nilo, y dejando las tierras de Mendesio: saliendo a tierra, detúvose en la ciudad de Tanin: de aquí partiendo, hizo estancia en otra ciudad llamada Heraclea, y vino a hacer la tercera a Pelusio.

Dió tiempo a su gente de dos días para descansar y reha­cerse: al tercer día salió de los fines y términos de Pelusio, y pasando una jornada por los desiertos y soledades, puso su campo cerca del templo de Júpiter Casio, y luego al día si­guiente en Ostracine, que es también esta tierra muy falta de agua, por lo cual los que de allí son naturales se sirven de otra que hacen traer: de aquí se reposó en Rhinocolura, y saliendo de allí, vino a hacer su cuarta estancia o jornada a Rafia, que es la ciudad primera que por aquella parte ocurre de Siria. La quinta jornada llegó su gente a reposar a Gaza, y luego de allí a Ascalona, de aquí a Jamnia, y luego a Jope, y de Jope llegó a Cesárea, determinando juntar consigo toda la otra gente de guerra.

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