Estoicismo - filosofía moral

60. La parte moral de la filosofía la dividen en varios miembros, a saber: De los apetitos o deseos, De los bienes y males, De las pasiones, De la virtud, Del fin, Del principal aprecio de las cosas, De las acciones, De los oficios, De las exhortaciones y disuasiones. Esta es la subdivisión que de la moral hacen Crisipo, Arquedemo, Zenón de Tarso, Apolodoro, Diógenes, Antípatro y Posidonio; pues Zenón Citieo y Cleantes, como más antiguos, trataron estas cosas con más simplicidad y solidez. Dividieron éstos la filosofía en lógica y física. Dicen que la primera inclinación del animal es conservarse a sí mismo, por dote que la naturaleza le ha comunicado desde el principio, según escribe Crisipo en el libro I De los fines, diciendo que la primera inclinación de todo animal es su constitución y conocimiento propio, pues no es verosímil que el animal enajenase esta su inclinación, o bien hiciese de modo que ni la enajenase ni la conservase. Resta, pues, que digamos que se la retuvo amigablemente consigo, y por esto repele las cosas nocivas y admite las sociables.

61. Lo que dicen algunos, que la primera inclinación y apetito de los animales es hacia el deleite, demuestra ser falso, porque si es cierto que hay en ella tal deleite, dicen es accesorio, puesto que la naturaleza lo buscó después por sí misma y adoptó lo que a su constitución se adaptaba, al modo que se alegran los animales, y las plantas entallecen y prosperan. Dicen que la naturaleza no puso diferencia alguna entre las plantas y animales, disponiendo de ellos sin movimiento del deseo y sentido, y que en nosotros se producen algunas cosas al modo que en las plantas. Sobreviniendo, pues, a los animales como cosa superabundante la inclinación o apetito, usando del cual emprenden lo que quieren, se les acomoda a la naturaleza lo concerniente al apetito mismo. Que a los racionales les ha sido dada la razón como principado más perfecto, a fin de que viviendo según ella sea rectamente conforme a la naturaleza, pues la razón es la directriz y artífice de los apetitos.

62. Por lo cual, Zenón fue el primero que, en el libro De la naturaleza del hombre, dice que el fin es vivir conforme a la naturaleza, que quiere decir vivir según la virtud, puesto que la naturaleza nos conduce a ella. Lo mismo dicen Cleantes en el libro Del deleite, Posidonio y Hecatón en sus libros De los fines. Asimismo, que vivir según la virtud es lo mismo que vivir según la experiencia de las cosas acaecidas conforme a la naturaleza, como dice Crisipo en el libro I De los fines, pues nuestra naturaleza es una parte de la naturaleza universal. Así, el fin viene a ser el vivir conforme a la naturaleza, que es según la virtud propia y la de todos, no haciendo nada de lo que suele prohibir la ley común, que es la recta razón a todos extendida, aun al mismo Júpiter, director y administrador de todo lo criado. Que esto mismo es la virtud del hombre feliz y su feliz curso de vida, puesto que todas las cosas se hacen por el concento y armonía del genio propio de cada uno, según la voluntad del director del universo.

63 Diógenes, pues, dice abiertamente que el fin es obedecer absolutamente a la razón en la elección de las cosas conformes a la naturaleza (516). Y Arquedemo, que es vivir prestando todos los oficios. Y Crisipo, por naturaleza entiende aquella con quien debe conformarse la vida, esto es, la común; y en propiedad, la humana. Pero Cleantes sólo admite la naturaleza común para ser seguida, no la particular. Que la virtud es una disposición del ánimo conforme a razón y elegible por sí misma, no por algún miedo o esperanza o por algún bien externo (517), sino que en ella se encierra la felicidad, como que está en el alma para la igualdad y tranquilidad de toda la vida. Que el animal racional se pervierte unas veces por los halagos de cosas externas, y otras veces por las persuasiones (518) de sus familiares, pues los movimientos que da la naturaleza no son torcidos.

64. Que la virtud es una perfección común a todos, como la perfección de una estatua. Una es invisible, v.gr., la salud; otra visible o especulativa, como la prudencia. Y Hecatón dice en el libro I De las virtudes que éstas son científicas, tanto las especulativas, que constan de teoremas o especulaciones, v.gr., la prudencia y justicia, cuanto las no especulativas, observadas sólo en su extensión (bien que del mismo modo que las que constan de especulaciones), v.gr., la santidad y robustez, pues a la templanza o sobriedad considerada como fundamento se sigue y se extiende la sanidad, así como la firmeza a una bóveda después de concluida o cerrada. Llámanse no especulativas porque carecen de motivos para ser especuladas, son accesorias y las tiene también un ignorante, como la salud y la robustez. Las señales de que la virtud es estable son, dice Posidonio en el libro I de su Razonamiento moral, los progresos de Sócrates, Diógenes y Antístenes, pero que también permanece el vicio para oponerse a la virtud. Que la virtud es enseñable lo dicen Crisipo en el libro I Del fin, Cleantes, Posidonio en sus Exhortaciones, y Hecatón. Además, que esto consta de que vuelve buenos a los malos.

65. Panecio establece dos virtudes, teórica y práctica; otros ponen tres, racional, natural y moral; Posidonio cuatro; Cleantes, Crisipo y Antípatro muchas; y finalmente Apolófanes reconoce una sola virtud, que es la prudencia. De las virtudes, unas son primeras, otras súbditas de ellas. Las primeras son la prudencia, la fortaleza, la justicia y la templanza; y especies de éstas la magnanimidad, la continencia, la paciencia, la diligencia y el consejo. Que la prudencia es ciencia de lo malo, de lo bueno y de lo neutro o indiferente. La justicia, ciencia de las cosas elegibles, evitables y neutras. La magnanimidad, ciencia o hábito que hace las cosas más grandes y excelsas de lo que regularmente suceden, ora sean leves, ora graves. La continencia es una disposición del ánimo, firme e invariable acerca de las cosas ejecutadas por la recta razón, o bien un hábito invencible a los deleites. La paciencia o tolerancia es ciencia o hábito de aquellas cosas a quienes o se ha de resistir, o no se ha de resistir, o portarse con indiferencia. La agudeza de mente o diligencia es el hábito de hallar en breve lo que convenga. Y el consejo es la ciencia de considerar maduramente lo que hemos de ejecutar, y el modo de ejecutarlo para que sea conveniente.

66. Análogamente a esto son también los vicios primeros, y sujetos a ellos: los primeros son la imprudencia, la cobardía, la injusticia, la intemperancia; y los sujetos a éstos, la incontinencia, la torpeza de mente y el mal consejo. En una palabra, es vicio la ignorancia de todas cuantas cosas es virtud saberlas. Que el bien en común es lo útil, y en particular o propiedad o es la misma utilidad, o no ajeno de ella. Y así la virtud y el bien, su partícipe, se llaman triples en esta forma: bien ex quo, v.gr., el acto o práctica de la virtud; y bien à quo, v.gr., el diligente partícipe de la virtud (519). De otro modo definen el bien en propiedad, diciendo que es lo perfecto según la naturaleza del racional o cuasi racional. Que la virtud es tal, que los participantes de ella son virtuosos, ora sean los sujetos buenos, ora las acciones u operaciones mismas. Sus secuelas o frutos son el regocijo, la alegría y semejantes. Lo mismo es en los vicios, v.gr., la imprudencia, la cobardía, la injusticia y semejantes, pues vicioso es cuanto participa de vicio, sean operaciones o sean hombres viciados. Las secuelas y frutos de los vicios son la tristeza, la aflicción y semejantes.

67. También de los bienes unos son del alma, otros externos y otros ni del alma ni externos. Los del alma son las virtudes y las operaciones producentes de ellas. Los externos son tener una patria ilustre, un fiel amigo y felicidad en todo. Y los bienes que ni son del alma ni externos, son el ser uno para sí mismo y bueno y feliz. Igualmente los vicios (520): unos son del alma, a saber, los vicios mismos y su práctica; otros externos, como tener una patria oscura (521), un amigo imprudente, y semejantes infelicidades; y otros ni externos ni del alma, v.gr., el ser uno malo e infeliz para sí mismo.

68. No menos unos bienes son finales, otros eficaces, y otros finales y eficaces (522). Un amigo y las felicidades que de él nos vienen son bienes eficaces; la satisfacción propia, la prudencia, la libertad, el divertimiento, la alegría, el sosiego y todo acto virtuoso son bienes finales. Hay también, como se ha dicho, bienes eficaces y finales juntamente, pues en cuanto perfeccionan la felicidad son bienes eficaces, y en cuanto la completan haciéndose como partes de ella son finales. De la manera misma los males, unos son finales, otros eficaces, y otros ambiguos, o bien finales y eficaces. Un enemigo y los daños provenidos de él son males eficaces o efectivos; la estupidez, la bajeza, la esclavitud, el no divertirse, la tristeza, la aflicción y todos los actos viciosos son males finales. Y los males ambiguos, o sea eficaces y finales, en cuanto consuman la infelicidad son eficaces, y en cuanto la aumentan como a partes son finales.

69. Dicen que de los bienes del alma, unos son hábitos, otros disposiciones, y otros ni hábitos ni disposiciones. Las disposiciones son las virtudes; los hábitos son los deseos, y los que no son hábitos ni disposiciones son las operaciones. Comúnmente, de los bienes, algunos son mixtos, como la fecundidad de prole y la buena vejez. La ciencia es un bien sencillo. Bienes siempre presentes son las virtudes; no siempre presentes, la alegría, el paseo. Que todo bien es conducente, oportuno, provechoso, útil, comodísimo, honesto, auxiliativo, deseable y justo. Es conducente porque trae cosas que no son de socorro. Oportuno, porque nos contiene en lo debido. Provechoso, porque satisface excesivamente los gastos de su adquisición. Útil, porque nos deja la utilidad de su uso. Comodísimo, porque nos produce utilidad laudable. Honesto, porque permite un uso moderado de sí mismo. Auxiliativo (523), porque es tal que auxilia. Deseable, porque es tal que con mucha razón lo elegimos. Y justo, porque se conforma con las leyes y crea las sociedades.

70. Llaman también a lo honesto un bien perfecto, porque tiene por naturaleza todo cuanto se desea y es perfectamente moderado. Ponen cuatro especies de honesto: la justicia, la fortaleza, la modestia y la ciencia, con las cuales se perfeccionan todas las acciones honestas. Análogamente a esto dividen también lo torpe en cuatro especies: la injusticia, la cobardía, la inmodestia y la ignorancia. Llámase simplemente honesto, porque a los que lo poseen los hace dignos de alabanza; porque es creado para operar por sí propio, y porque añade honra cuando decimos que sólo el sabio es un bien honesto (524).

71. Dicen que sólo lo honesto es bueno: así lo escriben Hecatón en el libro III De los bienes, y Crisipo en los libros De lo honesto. Que esto sólo es la virtud y lo que de ella participa, a lo cual se le iguala aquello de que «todo lo que es bueno es también honesto». Que honesto y bueno valen lo mismo, puesto que aquél es igual a éste, y quien es bueno es honesto: es honesto; luego es bueno. Son de sentir que todos los bienes son iguales: que todo bien debe desearse en sumo grado, y que no admite aumento ni disminución. Dicen que de los entes unos son buenos, otros malos y otros neutros. Que son entes buenos las virtudes prudencia, justicia, fortaleza, templanza, y restantes; son entes malos los opuestos a éstos, v.gr., la imprudencia, injusticia, etc. Y son neutros los que ni aprovechan ni dañan, v.gr., la vida, la salud, el deleite, la belleza, la fuerza, la riqueza, la gloria, la nobleza; y los opuestos a éstos, como son la muerte, la enfermedad, las molestias, la fealdad, las pocas fuerzas, la pobreza, el poco nombre, la innobilidad y semejantes. Así lo dicen Hecatón en el libro VII Del fin, Apolodoro en su Moral, y Crisipo; pues estas cosas no son buenas, sino indiferentes, producidas según su especie. Y así como es propio del calor el calentar y no el enfriar, así lo es del bien el aprovechar, no el dañar. Las riquezas y la salud no son más provechosas que dañosas: luego ni las riquezas ni la salud son bienes. Más: aquello de que se puede usar bien y mal, no es bueno; de las riquezas y salud puede usarse bien y mal: luego las riquezas y la salud no son bienes. Esto no obstante, Posidonio dice que lo son.

72. Ni aun el deleite tienen por bien, como es de ver en Hecatón, libro XIX De los bienes, y Crisipo en los libros Del deleite; pues hay deleites torpes, y el bien nada tiene de torpe. Dicen que el aprovechar es moverse o estar quieto según la virtud, y el dañar es moverse o estar quieto según el vicio. Que las cosas indiferentes son de dos clases: una es de las que no conducen a la felicidad ni a la infelicidad, v.gr., las riquezas, la salud, las fuerzas, la gloria y semejantes, pues sin ellas acontece ser feliz, y su uso causa o felicidad o infelicidad. La otra clase de cosas indiferentes es la de aquellas que ni mueven el apetito ni la aversión, v.gr., tener los cabellos pares o impares, o alargar un dedo o contraerlo. No así los indiferentes primeros arriba referidos, pues aquéllos pueden mover el apetito y la aversión. Así que de las cosas indiferentes unas son elegibles, y otras igualmente elegibles o evitables.

73. De estas cosas indiferentes, a unas llaman probables o preferibles, a otras reprobables. Las probables son las importantes y recomendables; reprobables las que nada importan. Esta recomendación o importancia la dividen diciendo que una es la que conduce a una vida conforme a todo bien; otra, cierta fuerza media, o que da el uso conducente a una vida conforme a la naturaleza, que es tanto como decir el uso que las riquezas y sanidad prestan para vivir según la naturaleza. Y la otra recomendación es la retribución o recompensa de la aprobación que le da el experimentado en las cosas, que es tanto como decir: «trocar trigo por cebada, dando un mulo encima» (525).

74. Que las cosas preferibles que tienen estimación respecto al alma son el ingenio, el arte, el aprovechamiento y semejantes; las respecto al cuerpo son la vida, la sanidad, la fuerza, la buena habitud, la integridad, la belleza; y respecto a las cosas internas las riquezas, la nobleza y semejantes. Y de las cosas reprobables, las pertenecientes al alma son la estupidez, la ineptitud y semejantes; las pertenecientes al cuerpo son la muerte, las enfermedades, la debilidad, la mala habitud, la mutilación, la fealdad y otras así; y las externas son la pobreza, la oscuridad (526), la innobilidad y demás de esta clase, las cuales, como neutras, ni son probables ni reprobables.

75. Asimismo, de estas cosas probables o preferibles, unas lo son por sí mismas, otras lo son por otras, y otras por sí mismas y por otras. Las probables por sí mismas son, v.gr., el ingenio, el aprovechamiento y semejantes; las por otras son la riqueza, la nobleza y semejantes; y las por sí mismas y por otras, el valor, la integridad de sentidos y la de miembros. Llámanse por sí mismas porque son conformes a la naturaleza; y llámanse por otras porque producen no pocas utilidades. Todo lo mismo, por el contrario, es acerca de las cosas reprobables.

76. Dicen igualmente que oficio es aquel de quien, ya hecho o prestado, puede darse buena razón, v.gr., la cosa consiguiente y de servicio a la vida; lo cual se extiende a las plantas y a los animales, pues también en éstos se advierten oficios. Zenón fue el primero que dio al oficio el nombre de χαθήχον (cathécon), llamándolo así porque va o se presta a muchos, y es éste un efecto propio de las disposiciones naturales, pues de las cosas ejecutadas según el apetito, unas son oficios, otras contrarias a ellos. Que aquellas cosas son oficios que la razón quiere se presten, como es honrar a los padres, los hermanos, la patria, y ser diligente con los amigos. Cosas contrarias a los oficios son las que la razón disuade, como, v.gr., serían no cuidar de los padres ni de los hermanos, no favorecer a los amigos, menospreciar la patria, y semejantes. Las cosas que la razón ni las aconseja ni las disuade no son oficios ni contrarios a ellos, v.gr., quitar una pajuela, tener la pluma, la almobaza y cosas semejantes a éstas.

77. Que hay oficios sin urgencia precisa; otros con ella. Los no urgentes son, v.gr., cuidar de la salud, de los órganos de los sentidos, y cosas semejantes. Los urgentes son el mutilarse a sí mismo y arrojar su hacienda (527). De la misma suerte se entienden las cosas contrarias a los oficios. Más: de los oficios, unos son continuos y otros no. Oficio continuo es vivir virtuosamente; no continuo es el preguntar, responder, pasear, y semejantes. Lo mismo se entiende acerca de cosas contrarias a los oficios. Hay también oficio en las cosas medias o medianas, v.gr., obedecer los muchachos a sus pedagogos o maestros.

78. Dicen que el alma contiene ocho partes, que son: los cinco sentidos, el órgano de la voz, el órgano del pensar, que es la mente misma, y la virtud generativa. Que de las cosas falsas sobreviene perversión en la mente, y de ella brotan muchas pasiones o perturbaciones y motivos de inconstancia. Según Zenón, la perturbación o pasión es un movimiento del alma, irracional y contra naturaleza; o bien un ímpetu exorbitante. Según Hecatón en el libro II De las pasiones, y Zenón en su libro del mismo asunto, hay cuatro géneros de pasiones supremas, que son: el dolor, el temor, la concupiscencia y el deleite. Son de sentir que las perturbaciones o pasiones son también juicios o discernimientos, como dice Crisipo en su libro De las pasiones, pues la avaricia es un juicio o estimación de que el dinero es cosa buena y honesta: lo mismo es de la embriaguez, de la incontinencia y otras. Que el dolor es una contracción irracional del ánimo. Sus especies son la misericordia, la envidia, la emulación, los celos, la angustia, la turbación, la tristeza, la pena y la confusión. Que la misericordia es un dolor acerca del que padece males sin merecerlo; la envidia, un dolor de los bienes ajenos; la emulación, un dolor de que goce otro lo que uno deseaba; los celos son un dolor de que alcance otro lo que uno también tiene; la angustia es un dolor que agrava; la turbación, un dolor que estrecha y pone dificultades; la tristeza, un dolor que nos queda o se aumenta de los dialogismos o argumentos interiores que nos hacemos; la pena es un dolor laborioso; la confusión es un dolor irracional, aflictivo, y que prohíbe considerar las cosas presentes.

79. Que el temor es la previsión del mal que amenaza. Refiérense al temor el miedo, la ignavia, la vergüenza, el terror, el tumulto, la agonía. El miedo es un temor que ata y pone trepidación: la vergüenza es un temor de la ignominia; la ignavia es un temor de las operaciones futuras; el terror es un miedo causado por alguna imaginación extraordinaria; el tumulto es un temor junto con apresuramiento de voces; y la agonía es el temor de una cosa incierta. La concupiscencia es un apetito irracional. Se ordenan a él la indigencia, el odio, la contienda, la ira, el amor, el rencor, la furia. La indigencia es una concupiscencia de lo que no tenemos, y como separada de ello, pero a ello inútilmente extendida y alargada. El odio es una concupiscencia y deseo de que venga mal a alguno, pero con algún provecho y aumento propio. La contienda es una concupiscencia y deseo acerca de las sectas u opiniones. La ira es concupiscencia y deseo de que sea castigado aquél que parece ha obrado injustamente. El amor es una concupiscencia ajena del hombre grave, pues es un cuidado de conciliarse la voluntad de una belleza aparente. El rencor es una ira inveterada y llena de odio, que espera la ocasión de vengarse, lo cual se declara por estos versos:

Una bilis de un día se digiere;
mas no un viejo rencor, si el fin no logra.

Y la furia o fuerza es una ira incipiente o que comienza.

80. El deleite es un movimiento irracional del ánimo acerca de lo que parece apetecible. Contiene bajo de sí la delectación o halago, el gozo del mal ajeno, el divertimiento y la disolución. El halago o delectación es un gusto que capta el oído. El gozo del mal ajeno es deleitarse en el mal de otro. El divertimiento (como si dijéramos pervertimiento) es una inclinación del ánimo al relajamiento o disolución. Y la disolución es una relajación de la virtud. Como tenemos enfermedades del cuerpo, cuales son la gota y el dolor de artículos, las tiene también el alma, v.gr., el amor de la gloria, el de los deleites y otros semejantes. Enfermedad es morbo o dolencia con falta de fuerzas. Morbo es la opinión vehemente de lo que parece debe ser apetecido; pues así como el cuerpo tiene fáciles caídas de humores, v.gr., el catarro y la diarrea, también el alma tiene sus tendencias e inclinaciones, v.gr., la envidia, la inmisericordia, las contenciones y semejantes (528).

81. Dicen que hay tres afecciones buenas del ánimo: el regocijo, la precaución y la voluntad. Que el regocijo es contrario al deleite, puesto que es un movimiento racional. Que la precaución lo es al miedo, siendo una racional declinación del peligro. Así, el sabio nunca teme, sino que se precave. Y que la voluntad es contraria a la concupiscencia, puesto que aquélla es un deseo racional. Así como caen algunas cosas debajo de las pasiones o perturbaciones primeras, lo mismo sucede debajo de las buenas afecciones del ánimo, pues a la voluntad se sujetan la benevolencia, el agrado, el aprecio, la dilección. A la precaución se sujetan el pudor, la castidad. Al regocijo, el divertimiento, la alegría, la ecuanimidad. Dicen que el sabio está sin pasiones, por hallarse libre de caídas. Que también hay otro sin pasiones, que es el malo o ignorante (529), como si dijéramos duro e inmoble. Que asimismo el sabio carece de vanidad y fasto, pues no hace diferencia entre la gloria y la ignominia; pero también hay entre el vulgo otro sin fasto, que es el malo o ignorante.

82. Dicen que todos los sabios son austeros, pues ni ellos hablan de deleites, ni admiten lo que de los deleites hablan otros; pero que también hay otro austero, comparable al vino áspero, que mejor es para medicamentos que para bebida. Que los sabios son incorruptos y sinceros, pues se guardan de ostentar lo que son por medio de apariencias que oculten los defectos y hagan manifiestas las buenas prendas. Que tampoco son dobles o engañosos, pues quitan los fingimientos de voces y rostros. Que están ajenos de los negocios, pues huyen de hacer cosa alguna sino oficios. Que beben vino, sí; mas no se embriagan. Que no pierden el juicio; pero, sin embargo, caen a veces en algunas fantasías o imaginaciones extrañas, por melancolía o delirio, no por razón de cosas que deseen, sino por defecto de la naturaleza. Ni siente dolor el sabio, puesto que el dolor es una irracional contracción del ánimo, como dice Apolodoro en su Moral. Que los sabios son divinos, pues parece tienen a Dios en sí mismos; y que el malo o ignorante es ateo. Que el ateo es de dos maneras: uno el que se llama contrario a Dios; otro el que menosprecia a Dios; pero esto no se halla en todos los malos. Que los sabios son religiosos y píos, como prácticos que están en el derecho divino, pues la piedad es ciencia del cultivo divino. Que sacrifican por sí mismos a los dioses y son castos; puesto que detestan los pecados contra los dioses; y aun los dioses mismos los aman porque son santos y justos en las cosas divinas.

83. Que sólo los sacerdotes son sabios, porque resuelven y decretan acerca de los sacrificios, ritos establecidos y demás cosas peculiares de los dioses. Son de sentir que los padres, hermanos y hermanas se han de respetar en primer lugar después de los dioses. Dicen los estoicos que les es natural el grande amor para con sus hijos; y en los malos no hay tal amor. Que todos los pecados son iguales, como es de ver en Crisipo, libro IV De las cuestiones morales, en Perseo y en Zenón; pues si una verdad no es mayor que otra verdad, ni una cosa falsa lo es más que otra, tampoco un fraude será mayor que otro, ni un pecado mayor que otro pecado. En efecto, quien dista cien estadios de Canopo y quien dista uno, igualmente dejan de estar en Canopo; así, el que peca mucho y el que poco, igualmente dejan de estar en lo recto. No obstante, Heráclides Tarsense, familiar y amigo de Antípatro Tarsense, y Atenodoro dicen que los pecados son desiguales.

84. Dicen que el sabio gobernará la República si no hay embarazo, como lo dice Crisipo en su libro I de las Vidas, pues reprimirá los vicios e incitará a las virtudes. Que se casará también a fin de procrear hijos, según escribe Zenón en su República. Que no se mezclará en cosas opinables, esto es, nunca dará asenso a falsedad alguna. Que deberá abrazar la secta cínica, por ser un camino breve y compendioso para la virtud, según Apolodoro en su Moral. Que comerá también carne humana según las circunstancias fueren. Que sólo él es libre: los malos e ignorantes son siervos. Que la libertad es la potestad de obrar por sí; la esclavitud es la privación de esta libertad. Que hay otra esclavitud, consistente en la subordinación; y aun otra tercera, que consiste en la posesión y subordinación (a la cual se opone el dominio), y que también es mala. Que los sabios no sólo son libres, sino también reyes; siendo el reinar un mando a nadie dañoso, que existe sólo entre los sabios, como dice Crisipo en el libro titulado Que Zenón usó de los nombres con propiedad. Escribe allí que el príncipe debe entender acerca de bienes y males; y estas cosas ningún ignorante las sabe.

85. También que solo ellos, y ninguno malo, son aptos para los magistrados, para los juicios y para la oratoria. Que son impecables, como que no pueden caer en pecado. Que son inocentes, pues ni dañan a otros ni a sí mismos. Que no son misericordiosos ni perdonan a nadie, pues no remitirán las penas puestas por las leyes (ya que la condescendencia, la misericordia, la mansedumbre no son cosas propias del ánimo de quien se crea útil para la justicia) ni las tendrán por muy duras. Asimismo, que el sabio nada admira de lo que parece extraordinario, v.gr., los plutonios (530), el flujo y reflujo del mar, las fuentes de aguas termales y los volcanes. Dicen igualmente que el sabio nunca vive solo, pues está acompañado de la naturaleza y de las operaciones. Se ocupará también en ejercicios para hacer el cuerpo a la tolerancia.

86. Dicen que el sabio orará pidiendo bienes a los dioses. Así lo escriben Posidonio en el libro I De los oficios, y Hecatón en el XIII De las cosas raras. Dicen asimismo que sólo en los sabios existe la amistad, por razón de la semejanza; y que la amistad es una comunión o comunicación entre los amigos, de las cosas necesarias a la vida. Prueban que el amigo debe elegirse por él mismo; que es bueno tener muchos amigos, y que no hay amistad entre los malos. Que no se ha de contender con los ignorantes o necios; y que todos los ignorantes son dementes, puesto que no siendo sabios todo lo ejecutan por una ignorancia igual a la demencia. Que el sabio hace bien a todos, al modo que decimos que Ismenias fue diestro flautista. Que todas las cosas son de los sabios, pues la ley les da potestad cumplida. Que también hay algunas cosas de los ignorantes, sean de la república, sean propias; pero como a posesores injustos.

87. Que las virtudes se siguen mutuamente unas a otras, y quien posee una las posee todas; pues las especulaciones de todas son comunes, como dice Crisipo en el libro De las virtudes, Apolodoro en su Física antigua, y Hecatón en el libro III De las virtudes. Que el virtuoso es especulativo o contemplativo, y apto para ejecutar lo que conviene; y las cosas que conviene se hagan, deben también ser elegidas, sostenidas, distribuidas y constantemente defendidas. Por lo cual si ejecuta con elección algunas cosas, otras con tolerancia, distributivamente otras, y otras constantemente, es así prudente, valeroso, justo y templado. Y principalmente cada una de las virtudes versa respectivamente acerca de su propio objeto, v.gr., el valor acerca de su tolerancia; la prudencia acerca de lo que debe practicarse, no practicarse o mirarse con indiferencia. Del mismo modo versan los demás sobre sus propios objetos, v.gr., a la prudencia se sigue el buen consejo e inteligencia; a la templanza el buen orden y la modestia; a la justicia la equidad y probidad; y al valor se sigue la constancia y permanencia de ánimo.

88. Son de opinión que entre la virtud y el vicio no hay medio (al contrario de los peripatéticos, que dicen que el provecho es medio entre la virtud y el vicio), pues así como un palo, dicen los estoicos, es preciso sea o recto o torcido, así una cosa o es justa o injusta, sin contar con el más o menos. Y así de las demás cosas Crisipo dice que la virtud es amisible; Cleantes, que es inamisible; aquél, que puede perderse por la embriaguez y por la cólera; éste, que no puede perderse por lo muy arraigada. Que es apetecible; que nos avergonzamos de las malas obras, conociendo que sólo es bueno lo honesto; y que ella sola basta para la felicidad, como dicen Zenón, Crisipo en el libro I De las virtudes, y Hecatón en el libro II De los bienes, porque si la magnanimidad, dicen, es bastante para superarlo todo, y ella es parte de la virtud, es también la virtud bastante para la felicidad, despreciando justamente todas las cosas que parezcan graves y turbulentas.

89. Pero Panecio y Posidonio dicen que la virtud sola no basta, sí que también se necesitan la salud, la fuerza y la abundancia. Quieren también que de la virtud se use siempre y en todos tiempos, como dice Cleantes, puesto que es inamisible, y el sabio siempre usa de un ánimo el más perfecto. Que lo justo lo es por naturaleza, no positivamente, como la ley y la recta razón. Así lo dice Crisipo en el libro De lo honesto. Son de parecer que la discrepancia en las opiniones filosóficas no debe remover a nadie de la filosofía, pues a esa cuenta era menester dejar todas las cosas de esta vida;:así lo escribe Posidonio en sus Exhortaciones. Crisipo dice que las disciplinas liberales son muy útiles. Son también de sentir que no tenemos derecho alguno en los demás animales por razón de la diversidad o desemejanza, como dicen Crisipo en el libro I De la justicia y Posidonio en el I De los oficios.

90. Que el sabio estimará aquellos jóvenes que manifiesten más talento e índole para la virtud, como dicen Zenón en el libro De la República, Crisipo en el I De las vidas, y Apolodoro en su Moral. Que el amor es un acceso de beneficencia hacia una belleza aparente; y no acceso de unión, sino de amistad; pues Trasonides, aunque tuvo en su poder a su amada, por cuanto ésta lo aborrecía, se abstuvo de ella. El amor, pues, no es más que la amistad, como dice Crisipo en el libro Del amor, ni menos es culpable. Que la belleza es la flor de la virtud. Dicen que, siendo tres los géneros de vida, contemplativo, operativo y racional, de ellos se ha de elegir el tercero, pues que la naturaleza ha criado al animal racional para la contemplación y operación. Que con mucha razón el sabio se privará a sí mismo de la vida por la patria y por los amigos, y aun cuando padeciere algún dolor, mutilación o mal incurable.

91. Defienden que entre los sabios conviene que las mujeres sean comunes, de manera que cada uno use de la que le ocurra. Así lo escriben Zenón en su Política, Crisipo en su libro De la República, Dión el Cínico y Platón. De esta forma amaremos con amor natural a todos los hijos, como si fuésemos padres de todos, y se quitarán adulterios y celos. Que el mejor gobierno es el mixto de real, democrático y aristocrático. Estas y muchas otras cosas dicen los estoicos acerca de los dogmas morales, dando sus pruebas y demostraciones; bien que nosotros las hemos traído sólo por mayor y en compendio.

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