LXVII   Descuartizando

Era noche de sábado, y ¡qué día del Señor le siguió! Todos los balleneros son, ex officio, profesionales del quebrantamiento del día festivo. El ebúrneo Pequod se convirtió en lo que parecía un matadero, y cada marinero en un matarife. Habríais creído que ofrendábamos diez mil bueyes rojos a los dioses marinos.

En primer lugar, los enormes aparejos de descuartizar, que, entre otras cosas pesadas, comprende un haz de motones generalmente pintados de verde, y que ningún hombre puede levantar por sí solo —ese enorme racimo de uvas—, fue guindado a la cofa del palo mayor y amarrado firmemente al tamborete del palo macho, el punto más sólido que hay por encima de la cubierta de un barco. La extremidad del cabo, que, como una guindaleza, serpenteaba a través de estos enredos, fue llevado luego al torno, y la enorme polea inferior de los aparejos quedó pendiendo sobre el cachalote; a esta polea se ató el gran gancho de la grasa, que pesa unas cien libras. Y entonces, suspendidos en pisos sobre los costados, Starbuck y Stubb, los oficiales, armados de sus largas azadas, empezaron a excavar un agujero en el cuerpo para insertar el gancho, encima mismo de la más próxima de las dos aletas laterales. Hecho esto, se corta una ancha línea semicircular en torno al agujero; se inserta el gancho, y la mayor parte de los tripulantes, entonando un salvaje coro, empiezan a izar, densamente agolpados en el cabrestante. Al momento, entonces, el barco entero se escora de costado, con todos sus pernos estremecidos como las cabezas de los clavos de una casa vieja en tiempo de escarcha: tiembla, vacila, y sus asustados mástiles hacen saludos al cielo. Cada vez más se inclina hacia el cetáceo, mientras que a cada jadeante tirón del cabrestante responde un tirón auxiliar de las olas; hasta que por fin se oye un rápido chasquido sobresaltador: con un gran golpe de agua, el barco se mece acercándose y alejándose del cetáceo, y el triunfante aparejo sube a la vista arrastrando tras sí el desprendido extremo semicircular de la primera tira de grasa. Ahora, dado que la grasa envuelve a la ballena exactamente igual que la cáscara a una naranja, se arranca del cuerpo exactamente igual que a veces se pelan las naranjas, mondándolas en espiral. Pues la tensión mantenida continuamente por el torno hace que el cetáceo siga dando vueltas y vueltas en el agua, y como la grasa, en una sola tira, se va pelando uniformemente a lo largo de la línea llamada «la bufanda», excavada a la vez por las azadas de Starbuck y Stubb, los oficiales; tan deprisa como se va pelando así, y precisamente por ese mismo acto, va siendo izada todo el tiempo cada vez más alto hasta que su extremo superior roza la cofa del palo mayor; entonces, los hombres del torno cesan de tirar, y por unos momentos, la prodigiosa masa, goteando sangre, se mece de un lado para otro como si colgara del cielo, y cada cual de los presentes debe tener buen cuidado de esquivarla en su balanceo, pues de otro modo le puede dar una bofetada y tirarle de cabeza por la borda.

Uno de los arponeros presentes avanza entonces con una larga y aguda arma llamada sable de abordaje, y acechando una buena oportunidad, rebana diestramente un considerable agujero en la parte inferior de la masa balanceante. En ese agujero se inserta entonces el extremo del segundo gran aparejo, en uso alternativo, para hacer presa en la grasa y prepararla para la continuación. Tras de ello, ese hábil esgrimidor, avisando a todos los hombres que se aparten, da una vez más un tajo científico a la masa, y, con unos pocos tajos laterales, desesperados y a fondo, la corta completamente en dos, de modo que, mientras la breve porción inferior todavía está sujeta, la larga tira superior, llamada «el cobertor», se balancea desprendida, y queda dispuesta para ser arriada. Los que izan a proa vuelven a reanudar su canto, y mientras un aparejo pela e iza una segunda tira de la ballena, el otro se afloja lentamente, y la primera tira baja derecha por la escotilla mayor, a un local sin mobiliario llamado el cuarto de la grasa. En ese recinto en penumbra, varios hombres ágiles van enrollando el largo cobertor como si fuera una gran masa viva de serpientes trenzadas. Y así se desarrolla la tarea; los dos aparejos izan y bajan a la vez; la ballena y el torno dan tirones; los del cabrestante cantan; los caballeros del cuarto de la grasa van enrollando; los oficiales trazan el surco de «la bufanda»; el barco hace fuerza y todos los hombres juran de vez en cuando, como manera de aliviar el rozamiento general.

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