LXIX   El funeral

¡Halad las cadenas! ¡Soltad la carcasa a popa! Los enormes aparejos han cumplido ya su deber. El desollado cuerpo blanco del cachalote decapitado resplandece como una sepultura de mármol; aunque cambiado de color, no ha perdido nada perceptible en tamaño. Sigue siendo colosal. Lentamente se aleja flotando, mientras el agua a su alrededor es quebrada y salpicada por los insaciados tiburones, y el aire, por encima, es violado por rapaces vuelos de aves chillonas, cuyos picos son como puñales que atacan al cetáceo. El vasto fantasma blanco y decapitado sigue alejándose del barco, y a cada vara que deriva así flotando, se aumenta el criminal estrépito con lo que parece varas cuadradas de tiburones y varas cúbicas de aves. Durante horas y horas, se ve ese horrible espectáculo desde el barco casi inmóvil. Bajo el cielo sin nubes, de suave azur, sobre el hermoso rostro del grato mar, ventilado por las jubilosas brisas, la gran masa de muerte sigue derivando, hasta que se pierde en perspectivas infinitas.

¡Son unos funerales tristísimos y burlones! Los buitres de mar, todos ellos de piadoso luto; los tiburones del aire, todos ceremoniosamente de negro o de lunares. Imagino que bien pocos de ellos habrían ayudado al cetáceo en vida, si por casualidad les hubiera necesitado; pero se precipitan muy piadosamente al banquete de sus funerales. ¡Ah, horrible buitrismo de la tierra, del que no está libre ni aun la más poderosa ballena!

Y no es ése el fin. Profanado el cuerpo como está, un vengativo espectro sobrevive y se cierne sobre él para asustar. Descubierto desde lejos por algún tímido barco de guerra, o por alguna equivocada nave de exploración, cuando la distancia que oscurece el enjambre de aves sigue mostrando sin embargo la blanca masa que flota al sol, y la blanca espuma que rompe bien alto contra ella, inmediatamente se anota el inofensivo cadáver del cetáceo, con dedos temblorosos, en el cuaderno de bitácora: Bajío, rocas y rompientes por aquí:¡cuidado! Y durante años después, quizá, los barcos esquivan ese sitio, dando un salto sobre él como las ovejas tontas saltan sobre un vacío porque su guía, al principio, saltó allí, cuando alguien sostenía un palo. ¡Ahí está vuestra ley de los precedentes; ahí está vuestra utilidad de las tradiciones; ahí está la historia de vuestra supervivencia obstinada de viejas creencias jamás cimentadas en la tierra, y que ahora ni siquiera se ciernen en el aire! ¡Ahí está la ortodoxia!

Así, mientras en vida el gran cuerpo de la ballena puede haber sido un auténtico terror para sus enemigos, en su muerte, su espectro se convierte en un impotente pánico para el mundo.

¿Crees en espectros, amigo mío? Hay otros espectros que no son el de Cock-Lane, y hay hombres, más profundos que el doctor Johnson, que creen en ellos.

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