L La lancha y la tripulación de Ahab. Fedallah

—¡Quién lo habría pensado, Flask! —gritó Stubb—: si yo no tuviera más que una pierna, no me sorprenderían en una lancha, a no ser, quizá, para tapar el agujero del tapón con mi dedo gordo de palo. ¡Ah, es un viejo admirable!

—Yo no lo creo tan extraño, después de todo, en ese aspecto —dijo Flask—. Si la pierna estuviera montada hasta la cadera, entonces sería cosa diferente. Eso le incapacitaría; pero le queda una rodilla, y buena parte de la otra, ya sabe.

—No lo sé, amiguito; nunca le he visto arrodillarse.

Entre los que entienden de ballenas, se ha discutido a menudo si, considerando la suprema importancia de su vida para el éxito del viaje, el capitán de un barco ballenero hace bien en poner en riesgo esa vida en los peligros activos de la persecución. Así, los soldados de Tamerlán muchas veces discutían, con lágrimas en los ojos, si esa inapreciable vida suya debía ser llevada a lo más espeso de la pelea.

Pero con Ahab la cuestión tomaba un aspecto modificado. Considerando que, aun con dos piernas, el hombre no es más que un ser renqueante en todos los tiempos de peligro; considerando que la persecución de las ballenas siempre tiene grandes y extraordinarias dificultades, y que cada momento concreto, en efecto, comprende un peligro, en tales circunstancias, ¿es sensato que un hombre mutilado entre en una lancha ballenera para la persecución? En general, los copropietarios del Pequod debían haber pensado francamente que no.

Ahab sabía muy bien que, aunque a sus amigos de la patria no les importaría mucho que entrase en una lancha en ciertas vicisitudes relativamente inocuas de la persecución, con el fin de estar cerca de la escena y dar en persona las órdenes, sin embargo, en cuanto a que el capitán Ahab tuviera una lancha efectivamente reservada para él, como uno de los jefes normales en la persecución —y sobre todo, en cuanto a que el capitán Ahab estuviera provisto de cinco hombres extra, como tripulación de dicha lancha—, él sabía muy bien que tan generosos conceptos jamás habían entrado en las cabezas de los propietarios del Pequod. Por consiguiente, no les había pedido una tripulación de lancha, ni había sugerido de ningún modo sus deseos en ese aspecto. No obstante, había tomado sus propias medidas particulares respecto a todo ese asunto. Hasta que se divulgó el descubrimiento de Cabaco, los marineros lo habían previsto muy poco, aunque, desde luego, al estar un tanto fuera del puerto, y al concluir todos los hombres la acostumbrada ocupación de preparar las lanchas balleneras para el servicio, cuando algún tiempo después se encontró de vez en cuando a Ahab afanándose en la cuestión de hacer toletes con sus propias manos para lo que se creía que era una de las lanchas de repuesto, e incluso cortando solícitamente las pequeñas puntas de madera que, cuando corre la estacha, se clavan en la ranura de proa; cuando se observó todo eso en él, y especialmente su solicitud por que se pusiera una capa más de revestimiento en el fondo de la lancha, como para hacer que resistiera mejor la presión puntiaguda de su pierna de marfil, y asimismo la ansiedad que evidenciaba al dar forma exacta a la tabla para el muslo, o castañuela, o galápago, como se llama a veces a esa pieza horizontal en la proa de la lancha para apoyar la rodilla al disparar el arpón o dar tajos a la ballena; cuando se observó que a menudo estaba en ese bote con su rodilla única fija en la depresión semicircular de la castañuela, o arrancando, con el formón del carpintero, un poco de allí y alisando un poco de aquí; todas esas cosas, digo, habían despertado entonces mucho interés y curiosidad. Pero casi todo el mundo supuso que esa particular atención de Ahab en los preparativos debía ser sólo con vistas a la persecución definitiva de Moby Dick, pues ya había revelado su intención de dar caza en persona a ese monstruo mortal. Pero tal suposición no implicaba en absoluto la más remota sospecha de que hubiera ninguna tripulación asignada a aquella lancha.

Ahora, con sus fantasmas subordinados, lo que quedaba de asombro se disipó pronto, pues en un barco ballenero los asombros se desvanecen pronto. Además, de vez en cuando se presentan tan inexplicables restos y sobras de naciones raras, saliendo de desconocidos rincones y agujeros de ceniza de la tierra, para tripular a esos proscritos flotantes que son los barcos balleneros; y los barcos mismos a menudo recogen tan extrañas criaturas de desecho, que se encuentran flotando en alta mar sobre tablas, restos de remos rotos, lanchas balleneras, canoas, juncos japoneses asolados por el huracán, y cualquier otra cosa, que el propio Belcebú podría trepar por el costado y bajar a la cabina a charlar con el capitán sin crear en el castillo de proa ninguna excitación irreprimible.

Pero, sea como sea todo esto, lo cierto es que mientras los fantasmas subordinados pronto encontraron su lugar entre la tripulación, por más que como si fueran algo, no se sabe cómo, distinto de ellos, sin embargo, aquel Fedallah del pelo en turbante siguió siendo hasta el fin un misterio. Nadie sabía de dónde venía a un mundo bien educado como el nuestro, ni por qué clase de vínculo inexplicable pronto evidenció estar unido a la suerte personal de Ahab; más aún, hasta el punto de tener una suerte de influencia medio sugerida, o, el cielo lo sabe, quizá hasta con autoridad sobre él; pero nadie podía asumir aire de indiferencia respecto a Fedallah. Era una criatura tal como la gente civilizada y doméstica de la zona templada sólo ve en sus sueños, y aun eso vagamente; pero cuyos semejantes se deslizan de vez en cuando entre las inmutables comunidades asiáticas, especialmente en las islas orientales, al este del continente esos países aislados, inmemoriales, inalterables, que, aun en los días actuales, conservan mucho de la espectral condición aborigen de las generaciones prístinas de la tierra, cuando la memoria del primer hombre era un recuerdo claro, y todos los hombres, descendientes suyos, no sabiendo de dónde había venido él, se miraban unos a otros como auténticos fantasmas, y preguntaban al sol y a la luna por qué habían sido creados y para qué fin: cuando, además de que, según el Génesis, los ángeles mismos se casaron con las hijas de los hombres, también los demonios, según añaden los rabinos no canónicos, se permitieron amoríos mundanales.

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