Capítulo XV

La privación es causa de apetito

No hay razón que no tenga su contraria, dice la más juiciosa de todas las escuelas filosóficas. Reflexionaba yo poco ha sobre aquella hermosa sentencia enunciada por un antiguo filósofo en menosprecio de la vida, según la cual, «ningún bien puede procurarnos placer si no es aquel a cuya pérdida estamos preparados»; in aequo est dolor amissae rei, et timor amittendae[877]; queriendo probar con ambos principios que las fruiciones de la villa no pueden sernos verdaderamente gratas si tememos que nos escapen. Podría, sin embargo, decirse lo contrario, esto es, que guardamos y abrazamos el bien con tanta mayor ansia y afección cuanto que lo vemos más inseguro en nuestras manos, y cuanto mayor temor tenemos de que nos sea arrebatado, pues vemos con clara evidencia que así como el fuego se aviva con el viento, nuestra voluntad ser aguza también con la privación:

Si nunquam Danaen habuisset ahenea turris,

non esset Danae de Jove facta parens[878];

y que nada hay que sea tan naturalmente contrario a nuestro gusto como la saciedad que proviene de la abundancia; ni nada que tanto lo despierte como la dificultad y la rareza: omnium rerum voluptas ipso, quo debet fugare, periculo cresci[879].

Galla, nega; satiatur amor, nisi gaudia torquent.[880]

Para mantener vivo el amor entre los lacedemonios ordenó Licurgo que los casados no pudieran ayuntarse sino a escondidas, y que sería tan deshonroso encontrarlos juntos en el lecho como si se los hallara separados en idénticas funciones con otras personas. Las dificultades que rodean a las citas amorosas, el temor de las sorpresas, la vergüenza del primer encuentro:

Et languor, el silentium,

...et latere petitus imo spiritus[881],

son las especias que dan el picante a la salsa. ¿Cuántos motivos de grata diversión no nacen al hablar de las obras del amor de una manera honesta y encubierta? La misma voluptuosidad procura irritarse con el dolor; es mucho más dulce citando desuella y hierve. La cortesana Flora confesaba no haber dormido nunca con Pompeyo sin que dejara a éste señales de sus mordeduras.

Quod petiere, premunt arete, faciuntque dolorem

corporis, et dentes inlidunt saepe labellis...

Et stimuli subsunt, qui instigat laedere id ipsum,

quodeumque est, rabies unde illae germina surgunt.[882]

Ocurre lo propio en todas las cosas: avalóralas la dificultad. Los habitantes de la Marca de Ancona hacen con placer mayor sus promesas a Santiago, y los de Galicia a Nuestra Señora de Loreto. En Lieja se celebran los baños de Luca, y en Toscana los de Spa; apenas se ven italianos en la escuela de esgrima de Reina, que está llena de franceses. Aquel gran Catón, como nosotros, se cansó de la esposa que tenía mientras fue suya, y la deseó cuando perteneció a otro. Yo envié a la yeguada un caballo viejo que en cuanto sentía las hembras se ponía hecho una furia: la abundancia le sació en seguida con las suyas, mas no así con las extrañas, pues ante la primera que cruza por su prado vuelve a sus importunos relinchos y a sus rabiosos calores, como al principio. Nuestro apetito menosprecia y pasa por alto lo que tiene en la mano para correr en pos de lo que carece:

Transvolat in medio posita, el fugientia captat.[883]

Prohibirnos una cosa es hacérnosla desear:

Nisi tu servare puellam

incipis, incipiet desinere esse mea[884]:

el otorgárnosla a nuestro albedrío hace que nuestra alma engendre al punto menosprecio hacia ella. La escasez y la abundancia ocasionan inconvenientes iguales.

Tibi quod superest, mihi quod defit, dolet.[885]

El desear y el gozar nos llevan al mismo dolor. Es desagradable el rigor de la mujer amada, pero la continua amabilidad y dulzura lo son a decir verdad todavía en mayor grado, pues el descontento y la cólera nacen de la estimación en que tenemos la cosa deseada, aguzan el amor y lo vivifican. La saciedad engendra el hastío, que es una pasión embotada, entorpecida, cansada y adormecida.

Si qua volet regnare diu, contemnat amantem.[886]

Contemnite, amantes:

sic hodi venie, si qua negavit heri.[887]

¿Por qué ideó Popea ocultar los, atractivos de su rostro sino para encarecerlos a los ojos de sus amantes? ¿Por qué se encubrieron hasta por bajo de los talones esos encantos que todas desean mostrar y que todos igualmente desean ver? ¿Por qué guardan las damas con impedimentos tantos, puestos los unos sobre los otros, las partes donde reside nuestro deseo y el suyo? ¿y cuál es el fin de esos voluminosos baluartes con que las doncellas acaban de armar sus caderas, sino engañar nuestro apetito y atraernos hacia ellos alejándonos?

Et fugit ad salices, et se cupit ante vider.[888]

Interduni tunica duxit oporta moram.[889]

¿A qué conduce el artificio de ese pudor virginal, esa frialdad tranquila, ese continente severo, esa profesión expresa de ignorar las cosas que saben ellas mejor que nosotros que somos sus instructores, sino a aumentarnos el ansia de vencer, a domar y pisotear nuestro deseo? Este es el fin de todos los melindres, ceremonias y obstáculos, pues no solamente hay placer, también hay honor juntamente en seducir y enloquecer esa blanda dulzura y ese pudor infantil, y en mostrar luego a nuestro ardor una fría y magistral gravedad. Es glorioso, dicen, triunfar de la modestia, de la castidad y de la templanza, y quien a las damas aleja de estas prendas las engaña y se engaña a sí mismo. Preciso es creer que su corazón se estremece de horror; que el sonido de nuestras palabras escandaliza la pureza de sus oídos; que transigen con nuestra importunidad a viva fuerza. La belleza omnipotente no se deja saborear sin la ayuda de estos intermedios. Ved en Italia, donde hay más belleza que vender, y de la más exquisita, cómo le es preciso echar mano de manejos y artes extraños para hacerse agradable; y a pesar de todo, cualesquiera que sus argucias sean, persiste en sernos débil y lánguida, de la propia suerte que aun en la virtud, entre dos acciones iguales, consideramos como más hermosa y relevante la que supuso mayor dificultad y riesgo.

La divina Providencia consiente que su santa iglesia se encuentre agitada como la vemos por tantas tempestades y desórdenes, para despertar así por ese contraste a las almas piadosas, arrancándolas de la ociosidad y del sueño en que las había sumergido una tranquilidad tan dilatada. Si contrapesamos las pérdidas que hemos experimentado por el número de los que se descarriaron, con la ganancia que nos resulta con habernos devuelto nuestros alientos, resucitado nuestro celo y nuestras fuerzas a causa de este combate, estoy seguro de que las ventajas sobrepujarán las pérdidas.

Hemos creído sujetar con mayor resistencia el nudo de nuestros matrimonios por haber apartado de ellos todo medio de disolución, y en igual grado se desprendió y aflojó la inclinación de la voluntad y de la afección, que la sujeción se impuso. Por el contrario, lo que hizo en Roma que los matrimonios permanecieran tanto tiempo en seguridad y honor, fue la libertad de romperlos cuando los contrayentes lo desearan; guardaban mejor sus mujeres porque podían perderlas, y hallándose en libertad completa de divorciarse transcurrieron quinientos años y aun más antes de que ningún cónyuge se desligara.

Quod ficet, ingratum est; quod non licet, acrius urit.[890]

Podría citarse a este propósito la opinión de un escritor de la antigüedad, el cual afirma «que los suplicios despiertan los vicios más bien que los amortiguan; que no engendran la inclinación al bien obrar, la cual es el resultado de la razón y la disciplina, y que solamente propongan el cuidado de no ser sorprendidos practicando el mal»:

Latius excisae pestis contagio serpunt[891]:

ignoro si esta sentencia es verdadera, mas lo que por experiencia conozco es que jamás ningún pueblo cambia de manera de ser con medidas semejantes: el orden y gobernamiento de las costumbres tiene su base en procedimientos diferentes.

Hablan los historiadores griegos de los argipos, vecinos de la Escitia, que viven sin vara ni palo con que ofender; a quienes no solamente nadie intenta ir a atacar, sino que aquel que puede internarse en su país hállase en lugar de franquicia, en razón de la virtud y santidad de vida de este pueblo, y nadie hay que se atreva a tocarle. Recúrrese a ellos para resolver las diferencias que surgen entre los hombres de otras partes. Naciones hay en que los jardines y los campos que quieran guardarse rodéanse con un hilo de algodón, y se encuentran más seguros que si estuvieran rodeados como entre nosotros de fosos y setos vivos. Furem signata sollicitant.. Aperta effractarius praeterit.[892]

Acaso entre otras causas la facilidad de franquearla contribuye a resguardar mi casa de los atropellos de nuestras guerras civiles; la defensa atrae el ataque y la desconfianza la ofensa. Debilité las intenciones de los soldados, apartando de su empresa el riesgo de todo asomo de gloria militar, lo cual les sirve siempre de pretexto y excusa: aquello que se realiza valientemente se considera siempre como honroso cuando la justicia es muerta. Hágoles la conquista de mi mansión cobarde y traidora; no está cerrada para nadie que a sus puertas llama, tiene por toda guarda un portero, conforme a la ceremonia y usanza antiguas, cuyo cometido es menos el de prohibir la entrada que el de franquearla con amabilidad y buena gracia. Ni tengo más guardia ni centinela que el que los astros me procuran. Un noble hace mal en alardear de hallarse defendido cuando no lo está perfectamente. La residencia que tiene acceso por un lado lo tiene por todas partes: nuestros padres no pensaron en edificar plazas fuertes. Los medios de sitiar sin baterías ni regimientos, y la facilidad de sorprender nuestras viviendas crecen todos los días superando los de guardarse; los espíritus se aguzan generalmente en lo tocante a estas hazañas; las invasiones nos alcanzan a todos, el defenderse sólo a los ricos. Mi casa era fuerte para la época en que fue construida; nada hice por fortalecerla, y temería que su resistencia se tornara contra mí mismo; además un tiempo bonancible requeriría desfortalecerla. Es peligroso el no contar con su confianza y difícil encontrarse seguros de ella, pues en materia de guerras intestinas vuestro criado puede ser del partido que teméis, y allí donde la religión sirve de móvil ni los parientes mismos son gente de fiar, escudados en la defensa de la justicia. El erario público sería incapaz de sostener nuestros guardadores, se agotaría: sin nuestra ruina somos impotentes para sostenerlo, o lo que es más injusto todavía, sin que el pueblo resulte esquilmado. La pérdida mía me acarreará consecuencias peores. Por lo demás acontece que, si os experimentáis perdidos, vuestros propios amigos se emplean en reconocer como causa vuestra falta de vigilancia o imprevisión, mejor que en compadeceros; afirman que es la ignorancia o la desidia en el manejo de los negocios de vuestra profesión la causa de vuestra desdicha. El que tantas casas bien guardadas se hayan perdido mientras la mía se mantiene en pie, háceme sospechar que aquéllas se desquicieron por encontrarse bien defendidas, circunstancia que provoca el deseo y da la razón al sitiador: toda centinela muestra faz de combate. Si así lo quiere Dios, un día será invadida mi morada; pero yo estoy muy lejos de atraer a nadie; es el asilo donde descanso lejos de las guerras que nos acaban. Mi intento es sustraer este rincón de la tormenta pública, como tengo guardado otro en mi alma. Es inútil que nuestra lucha cambie de cariz, que se multiplique y diversifique en nuevos partidos, o no me muevo. En medio de tantas residencias como hay en Francia de la condición en que vivo, defendidas a mano armada, sólo la mía está encomendada a la exclusiva protección del cielo: jamás alejé de ella vajilla de plata, contrato ni tapicería. No quiero yo vivir rodeado a medias de inquietudes, ni tampoco salvarme a medias. Si el favor divino llega a alcanzarme, me durará hasta el fin; si no me toca, bastante tiempo estuve en el mundo para que mi vida fuera advertida y registrada: ¿Cuánto? Hace treinta años bien cumplidos.

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