Capítulo XIV

Cómo nuestro espíritu se embaraza a sí mismo

Es una graciosa idea la de imaginar un espíritu igualmente solicitado por dos iguales deseos, pues es indudablemente que jamás adoptará ninguna resolución, a causa de la alternativa del escoger presupone en los objetos desigualdad de valor. Y si se nos colocara entre la botella y el jamón, con apetito idéntico de comer y beber, no cabe duda que moriríamos de hambre y de sed. Para explicar los estoicos el que nuestra alma elija entre dos cosas indiferentes, cuál es la causa, por ejemplo, de que en un montón de escudos tomemos más bien unos que otros, siendo todos parecidos y no habiendo razón alguna que nos incline a la preferencia, dicen que semejante movimiento de nuestro espíritu es desordenado y anormal, y que proviene de un impulso extraño, accidental y fortuito. Paréceme que podría darse una mejor explicación, en razón a que ninguna cosa se representa nuestra mente en que no exista alguna diferencia, por ligera que sea; y que para la vista o para el tacto hay siempre algún motivo que nos tiente y atraiga aun cuando no podamos advertirlo. Análogamente, si imagináramos un bramante cuya resistencia fuera igual en toda su extensión, sería imposible de toda imposibilidad que se quebrara: ¿por dónde había de principiar la ruptura? Romperse por todas partes va contra el orden natural. Y si añadimos además a este ejemplo las preposiciones geométricas que por la evidencia de la demostración concluyen que el contenido es mayor que el continente y el centro tan grande como su circunferencia; que admiten dos líneas que acercándose constantemente una a otra no pueden jamás tocarse, la piedra filosofal y la cuadratura del círculo, en todas las cuales la razón y lo que la vista muestra están en oposición, obtendríamos sin duda algún argumento con que apoyar este atrevido principio de Plinio: solum certum nihil esse certi, et homine nihil miserius, aut superbius[876].

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