Capítulo XXVIII

Cada cosa quiere su tiempo

Los que igualan con el Censor a Catón el joven, matado de sí mismo, colocan en el mismo rango dos naturalezas hermosas y de carácter análogo. El primero dio a la suya diversidad mayor de ocupaciones y sobresalió en las empresas militares y en el desempeño de los cargos públicos, mas cuanto a la virtud del joven, sobre ser blasfemia ponerla frente a ninguna otra en punto a vigor, es más pura que la del antiguo. Y en efecto, ¿quién osaría aligerar a éste de ambición y envidia, habiéndose atrevido a atacar el honor de Escipión, el cual sobrepuja en bondad y en todo género de excelencias no ya al viejo Catón, sino a todos los demás hombres de su siglo?

Cuéntase entre otras cosas del primer Catón, que hallándose ya en la vejez extrema se puso a estudiar la lengua griega con deseo ardiente, como para aplacar una sed atrasada. Este rasgo no me parece muy laudable; es lo que con razón llamamos «caer de nuevo en la infancia». Todas las cosas tienen su época adecuada, hasta las más óptimas, y no puedo rezar el padre nuestro sin venir a cuento. Quintilio Flaminio fue destituido del mando, ejerciendo el cargo de general, porque le vieron separado de las tropas en el momento del conflicto dando gracias a Dios en una batalla que ganara.

Imponit finem sapiens et rebus honestis.[1000]

Como Eudemónides viera a Jenócrates, ya caduco, asistir puntualmente a las lecciones de su escuela: «¿Cuándo llegará éste, dijo, a saber algo si a estas horas aprende todavía?» Encomiaban algunos al rey Tolomeo porque endurecía su persona todos los días en el ejercicio de las armas, pero Filopómeno decía: «No es cosa digna de alabanza que un monarca de su edad se ejercite en ellas; fuera mejor que supiera ya alcanzar partido para lo venidero.» Debe el joven hacer sus preparativos, el anciano disfrutarlos, dicen los filósofos, y el vicio mayor que éstos advierten en el hombre es que nuestros deseos rejuvenecen sin cesar. Constantemente comenzamos a vivir de nuevo.

Nuestro estudio y nuestro anhelo debieran sentir algunas veces la vejez. Tenemos ya un pie en la sepultura, y nuestros apetitos y perseguimientos no hacen sino renacer:

Tu secanda marmora

locas sub ipsum funus, et, sepulcri

immemor, struis domos.[1001]

El más delicado de mis designios cuenta sólo un año de duración: pienso sólo desde ahora en acabar, me desentiendo de toda esperanza nueva y de toda empresa; digo adiós a todos los lugares que abandono, y a diario de lo que tengo me desposeo. Olim jam nec perit quidquam  mihi, nec acquiritur... plus super est vialici quani viae.[1002]

Vixi, et quem dederat cursura fortuna peregi.[1003]

Y en conclusión, todo el alivio que en mi vejez encuentro consiste en que me amortigua varios deseos y cuidados, los cuales apartan el sosiego de la vida: el cuidado del trato social, el de las riquezas, el de la grandeza, el de la ciencia y el de la salud de mi individuo. Aprende aquél[1004] a hablar: cuando lo precisa enseñarse a callarse para siempre. Puede el estudio continuarse en todo tiempo, pero no el aprendizaje: ¡en verdad que es cosa triste un anciano deletreando el a b c!

Diversos diversa juvant; non omnibus annis

omnia conveniunt.[1005]

Si hace falta estudiar, ocupémonos en un estudio adecuado con nuestra condición, a fin de que nos sea dable contestar como aquel a quien preguntaron a que fin se quebraba la cabeza, ya decrépito: «Para partir mejor y más a mi gusto», respondió. Tal fue la labor de Catón, el joven, quien al sentir su fin próximo echó mano del discurso de Platón sobre la inmortalidad del alma; y no hay que creer que no estuviera de antemano provisto de toda suerte de municiones para una mudanza semejante: seguridad, voluntad firme e instrucción, tenía más que Platón mismo haya podido almacenar en sus escritos. Estaban su ciencia y su vigor, en este particular, por cima de la filosofía; empleose en aquella lectura no para el servicio de su muerte, sino que, como quien no interrumpe ni siquiera las horas de su sueño con la importancia de tamaña deliberación, continuó también sus estudios sin modificación ninguna lo mismo que las demás acostumbradas acciones de su vida. La noche en que fue rechazado de la pretura, la pasó jugando; la en que debía morir, la pasó leyendo: así la pérdida de la vida como la del cargo eran para él cosas indiferentes.

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