Capítulo III

De tres comercios

No es cosa cuerda clavarse indeleblemente a los peculiares humores y complexiones: nuestra capacidad principal consiste en saber aplicarse a diversos usos. Es ser, mas no es vivir el mantenerse atado y por necesidad obligado en una sola dirección. Las más hermosas almas son aquellas en que se encuentran variedad y flexibilidad mayores. He aquí un honroso testimonio relativo a Catón el antiguo: Huic versatile ingenium sic pariter ad omnia fuit, ut natum ad id unum diceres, quodcumque ageret.[1075]

Si de mí dependiera formarme a mi albedrío, creo que no hallaría ningún modo de ser, por óptimo que fuera, en el cual me resignara a fijarme para no poder desprenderme; la vida es un movimiento desigual, irregular y multiforme. No es ser amigo de sí mismo y menos todavía dueño, es ser esclavo de la propia individualidad el seguir incesantemente y el estar tan domado por las inclinaciones, que no nos sea dable rehuirlas ni torcerlas. Yo lo declaro en este punto por no poder fácilmente libertarme de la importunidad de mi alma, que comúnmente no acierta a solazarse sino allí donde encuentra impedimentos, ni a emplearse más que en tensión e íntegramente. Por insignificante cosa que se la procure, la abulta y alarga fácilmente hasta un punto en que halla labor para todas sus fuerzas; por esta causa la ociosidad del alma es para mí una ocupación penosa que quebranta mi salud. La mayor parte de los espíritus han menester de materia extraña para desadormecerse y ejercitarse, el mío siente igual necesidad para calmarse y detenerse: vitia otii negotio discutienda sunt[1076], pues su más laborioso y principal quehacer es conocerse a sí mismo. Los libros pertenecen para él al género de ocupaciones que le apartan de su estudio; ante los primeros pensamientos que le asaltan, agítase y da muestras de su vigor en todos sentidos, ejercitando sus facultades ya hacia el orden y la gracia, ya encontrando su natural asiento, moderándose y fortificándose. Tiene por sí mismo recursos con que despertar sus facultades, pues la naturaleza le otorgó, como a todos, suficientes medios para su utilidad a la vez que asuntos propios para inventar y discernir.

El meditar es un estudio poderoso y pleno para quien sabe tantearse y emplearse vigorosamente: yo mejor prefiero forjar mi alma que amueblarla. Ninguna ocupación existe ni más débil ni más fuerte que la de conversar con las propias fantasías, según sea el temple de espíritu que se posee, y con ello hacen su oficio las mayores: quibus vivere est cogitare[1077]; por eso la naturaleza la favoreció con este privilegio, consistente en que nada hay que podamos hacer tan continuamente ni acción a la cual nos sea dable consagrarnos más ordinaria y fácilmente. Es la labor de los dioses, dice Aristóteles, de la cual germinan su beatitud y la nuestra.

La lectura me sirve particularmente a despertar mi razón por diversos objetivos, y contribuye a atarear mi discernimiento, no mi memoria. Pocas son, pues, las conversaciones que me detienen sin vigor ni esfuerzo. Verdad es que la belleza y la gentileza ocupan y llenan otro tanto mi espíritu o acaso más que la profundidad; y lo mismo que en otra ocupación me adormezco, no prestándola sino la corteza de mi atención, acontéceme frecuentemente en las conversaciones alicaídas y deshilvanadas, de puro formulismo, emitir y responder ensueños y torpezas ridículos e indignos de una criatura, o bien mantenerme silencioso con obstinación verdadera, inhábil e incivilmente. Mi manera natural de ser es soñadora, y contribuye a que dentro de mí mismo me recoja, caracterizándome además la ignorancia supina de algunas cosas de las más pueriles. A estas dos cualidades debo el que a mis expensas se hayan forjado fundadamente cinco o seis cuentos, tan simples los unos como los otros.

Siguiendo con mis razonamientos diré que esta mi complexión dificultuosa hace que sea yo delicado en punto a la frecuentación y práctica de los hombres y que me precise escogerlos del montón, convirtiéndome en inhábil para las cosas comunes. Nosotros vivimos con el pueblo y con el pueblo negociamos; si su conversación nos importuna, si menospreciamos el aplicarnos a las almas ínfimas y vulgares (que a veces son tan ordenadas como la más desenvueltas, y es insípida toda sapiencia que a la insapiencia común no se acomoda), no tenemos para que entremeternos ni siquiera en nuestros propios negocios ni tampoco en los ajenos. Así los privados como los públicos se resuelven con la mediación de aquellas gentes. Las menos violentas y más naturales disposiciones de nuestra alma son las más hermosas; las ocupaciones preferibles, las menos esforzadas. ¡Qué oficio tan relevante presta la cordura a aquellos cuyos deseos acomoda al poder de su fuerza! Esta es la ciencia más útil entre las útiles. «Según tus fuerzas», era el refrán y la frase favorita de Sócrates; principio grandemente substancial. Es preciso encaminar y detener nuestros deseos en las cosas más fáciles y vecinas. ¿No es un humor lleno de torpeza el discrepar con mil personas a quienes mi fortuna me une y de quienes no puedo prescindir para detenerme en una o dos alejadas de mi comercio, o más bien en un deseo fantástico de algo que no puedo alcanzar? Mis costumbres blandas, enemigas de toda agriura y rudeza, pueden fácilmente haberme despojado de envidias y enemistades; amado, no digo que lo sea, mas para no ser odiado ningún hombre dio nunca mayores motivos. La frialdad de mi conversación me robó, y con razón, la benevolencia de algunos, los cuales son excusables de interpretar aquélla en distinto y peor sentido del que la informa.

Yo soy capacísimo de conquistar y mantener amistades raras y exquisitas. Cuando me adhiero con voraz deseo a las frecuentaciones que a mi manera de ser se acomodan, con igual avidez me produzco y me lanzo, y es difícil que deje de ganar e impresionar allí donde me dirijo; de ello hice experiencia frecuente y dichosa. En las amistades comunes soy algún tanto estéril y frío, pues mi caminar no es natural cuando no va a toda vela; a más de lo cual, habiéndome la fortuna habituado y hecho exigente desde mi juventud, merced a una amistad exclusiva y perfecta, en cierto modo me hastió de las otras imprimiendo en mi espíritu la idea de que es animal de compañía y no de séquito, como decía aquel antiguo[1078]. Yo experimento un quebranto natural al comunicarme a medias y con subterfugios; y soy enemigo de la servil y sospechosa prudencia que se nos ordena en la conversación de esa caterva de amistades numerosas e imperfectas. Más que nunca principalmente se nos aconseja hoy en que no es posible hablar del mundo si no es perjudicial o falsamente.

Por eso veo bien que quien como yo tiene como mira las comodidades de la existencia (hablo de las esenciales) debe huir como de la peste de esas dificultades y delicadezas del humor. Yo alabo las excelencias de un alma de compartimientos diversos, que sea capaz de tenderse y desmontarse; que se encuentre bien hallada allí donde la fortuna la transporte; que pueda departir con el vecino de su fábrica, de sus cazas y querellas, y placenteramente conversar con el carpintero y el jardinero. Yo envidio a los que saben habituarse al ser más ínfimo de su comitiva, y entablar conversación con él en su peculiar espíritu. Enemigo soy del consejo de Platón, quien recomendaba hablar siempre en lenguaje magistral a los servidores, desprovisto de familiaridad y gracia, lo mismo a los varones que a las hembras, pues a más de la razón alegada, es injusto e inhumano prevalerse de tal o cual prerrogativa de la fortuna; y las policías en que hay menor disparidad entre los criados y los amos, parécenme las más equitables. Los demás se cuidan de mantener su espíritu erguido; yo pongo todo mi conato en bajarlo y tenderlo: el mío sólo es vicioso en extensión.

Narras, et genus Aeaci,

et pugnata sacro bella sub Ilio:

quo Chium pretio cadum

mercemur, quis aquam temperet ignibus,

Quo praebente domum, et quota,

pelignis caream frigoribus, taces.[1079]

Así como el valor lacedemonio había menester de moderación y de los dulces y graciosos sones de las flautas para que lo acariciasen en la guerra, por temor de que se lanzara en la temeridad y en la furia, y como todas las demás naciones ordinariamente emplean sonidos y voces agudos y fuertes que sacudan y abrasen hasta el último límite el vigor de los soldados paréceme, contra el opinar ordinario, que en las operaciones de nuestro espíritu, tenemos en general más necesidad de plomo que de alas; más necesitamos frialdad y reposo que agitación y ardor. Sobre todo, a mi juicio, es hacer el tonto echárselas de entendido entre los que no lo son; hablar siempre con rigidez, favellar in punta di forchetta[1080]. Es preciso acomodarse al nivel de las personas que nos rodean y a las veces afectar ignorancia; colocad a un lado la fuerza y la sutileza en las conversaciones comunes de la vida; basta con que pongáis orden; arrastraos por tierra, si los que junto a vosotros están lo quieren así.

Los sabios tocan fácilmente con este obstáculo; constantemente hacen alarde de su magisterio, y en todos los lugares de sus libros esparcen de él la semilla. Han vertido en el tiempo en que vivimos tal cantidad en los gabinetes y en los oídos de las damas, que si éstas no retuvieron la substancia, al menos aparentaron retenerla; en toda suerte de conversaciones, por ínfimas y vulgares que sean, echan mano de un modo de hablar y escribir archiculto e inusitado:

Hoc sermone pavent, hoc iram, gaudia, curas,

hoc cuncta effundunt animi secreta, quid ultra?

Concumbunt docte[1081];

y alegan el testimonio de Platón y el de santo Tomás para cosas en que el primero que les viniera a las mientes les prestaría igual servicio; la doctrina que no pudo llegar a sus almas se detuvo en la lengua. Si las más distinguidas quieren seguir mi consejo, conténtense con hacer valer sus propias y naturales riquezas, pues entiendo que esconden y cubren con los extraños los propios atractivos. Torpeza superlativa la de ahogar la claridad ingénita para lucir con resplandor prestado; nuestras damas se entierran bajo el arte, de capsula totae[1082]. Si tan estrafalario proceder siguen, es porque no se conocen bastante; el mundo nada tiene más hermoso; a ellas incumbe procurar honor a las artes y acicalar lo acicalado. ¿Qué precisa, sino vivir honradas y dignificadas? Sóbralas ciencia para lograrlo y sólo han menester despertar y animar las facultades que en ellas nacen. Cuando yo las veo pegadas a la retórica, a la judiciaria, a la lógica y a otras drogas semejantes, vanas e inútiles para sus necesidades, se me ocurre pensar que los hombres que se las aconsejaron hiciéronlo para con esas enseñanzas tener ocasión de gobernarlas, ¿pues qué otra explicación puedo hallar? Basta y sobra con que puedan, sin nuestro concurso, acomodar a la alegría la gracia de sus ojos, a la severidad y a la dulzura; sazonar un no de despego, duda o favor, y no que busquen intérprete a las razones que se alegan en su alabanza. Con esa ciencia mandan a baquetazos y gobiernan a los regentes más doctos. Si a pesar de todo las molesta que en alguna cosa las aventajemos y quieren por curiosidad de espíritu tomar su ración de letras, la poesía es una distracción adecuada a sus menesteres, un arte sutil y juguetón, artificial y parlero, todo placer y aparato como ellas; podrán alcanzar también ventajas varias de la historia; en punto a filosofía, de la parte que puede adaptarse a la vida, tomarán los discursos que las habitúen a juzgar de nuestras condiciones y humores, a defenderse contra nuestras traiciones, a moderar el avasallamiento de sus propios deseos y su propia libertad, a dilatar los placeres de la vida y a soportar humanamente la inconstancia de un servidor, la rudeza de un marido, la importunidad y los destrozos de los años y otras cosas semejantes. Esta es la parte principal que yo les asignaría en punto a ciencia.

Existen naturales particulares, retirados e internos; mi carácter esencial es propio a la comunicación y a la exteriorización; yo me echo fuera y me pongo en evidencia, como nacido para la sociedad y la amistad. La soledad que amo y predico consiste principalmente en acarrear hacia mí interior, mis afecciones y pensamientos; consiste en abreviar y concertar, no mis pasos, sino mis deseos y cuidados, resignando la solicitud extraña y huyendo mortalmente toda obligación y servidumbre, y no tanto la multitud de hombres como la de los negocios. A decir verdad, la soledad local más bien que extiende y amplifica al exterior; yo me lanzo a los negocios de Estado al universo entero con facilidad mayor cuando me encuentro solo; en el Louvre y en el tropel de la sociedad cortesana, me reconcentro y contraigo en mi pellejo; la multitud me empuja hacia dentro, y jamás converso conmigo mismo tan loca, licenciosa y particularmente como cuando me hallo en los lugares de respeto y de prudencia ceremoniosa: no son nuestras locuras las que a risa me provocan, sino nuestras sapiencias. No soy por complexión enemigo de la agitación cortesana; en ella he pasado una parte de mi vida y habituado estoy a conducirme desenvueltamente en las selectas compañías, mas ha de ser por intervalos y cuando a ello me sienta predispuesto. Pero acontece que la blandura de juicio de que voy hablando, forzosamente me sujeta a la soledad. Hasta en mi casa, que es de las más frecuentadas, en medio de una familia numerosa y donde tengo ocasión de ver toda suerte de gentes, rara vez tropiezo con aquellos que gustaría comunicarme, y eso que en ella es mi norma, para mí y para los demás, el disfrute de una libertad inusitada; allí a toda ceremonia se da tregua: a las asistencias, acompañamientos y tales otros preceptos de nuestra cortesanía, cuyo uso es por demás servil e importuno. Cada cual gobierna a su manera y a quien le place sus fantasías comunica: yo me mantengo mudo, soñador y cerrado con cuatro llaves, sin ofensa de mis huéspedes.

Los hombres cuya sociedad y familiaridad ansío son aquellos que se conocen con los dictados de hábiles y fuertes; la imagen de éstos hace que los otros no me plazcan. La índole de ellos es entre todas la más rara, y reconoce la naturaleza principalmente por causa. Es el fin de este comercio preferentemente la frecuentación y conferencia particulares, el ejercitamiento de las almas, sin otro ajeno fruto ni provecho. En nuestras conversaciones, todos los asuntos son para mí iguales; poco me importa que en ellas haya o no haya profundidad ni solidez; la pertinencia y la gracia resplandecen constantemente; todo en ellas va impregnado de un juicio maduro y permanente, justo, entreverado de bondad, franqueza, alegría y amistad. No es solamente en las cuestiones de resolución complicada, ni en los negocios de los soberanos donde nuestro espíritu muestra su fuerza y su hermosa; manifiéstalas igualmente en los discursos familiares. En el silencio mismo y en las sonrisas conozco yo a mis gentes, y a veces mejor descubro sus interiores cualidades en la mesa que en el consejo. Hipómaco decía bien cuando aseguraba distinguir a maravilla a los buenos atletas con verlos simplemente andar por la calle. Si a la doctrina place inmiscuirse en nuestro departir, no será rechazada, mas tampoco magistral, imperiosa ni importuna cual comúnmente se acostumbra, sino sufragánea y dócil por sí misma. Pasar el tiempo es nuestra mira; cuando suene la hora de la instrucción y la predicación, a buscarla iremos en su trono; que lo sentencioso y lo doctrinal se coloquen por esta vez a nuestro nivel, si les place, pues, tan útiles y deseables como son, creo yo que en última instancia sin ellos podemos salir adelante. Mi alma fuerte, práctica y ejercitada en el comercio humano, por sí misma se muestra grata: el arte no es otra cosa que la fiscalización y el registro de las producciones de tales almas.

Es también para mi un comercio ameno el de las mujeres bellas y de grande gentileza: nam nos quoque oculos eruditos habemus[1083]. Si el alma no encuentra en él tanto deleite como en el primero, los sentidos corporales, que tienen en éste participación más grande, condúcenla a una proporción vecina del otro, aunque a mi juicio no igual. Mas es un comercio en que el dominio de sí mismo es indispensable, señaladamente para aquellos en que, como yo, la sangre es muy pudiente. Yo con él me ponía ardoroso en mi infancia y experimentaba toda la rabia que los poetas dicen sobrevenir a los que se dejan llevar sin orden ni discernimiento. Verdad es que estos latigazos me sirvieron luego de instrucción prudente.

Quicumque Argolica de classe Capharea fugit,

semper ab Euboicis vela retorquet aquis.[1084]

Es locura amarrar a él todos nuestros pensamientos zambulléndose con afección furiosa e inmoderada. Mas, por otra parte, el cultivarlo sin amor, con una afección huérfana de voluntad, al modo de los comediantes para representar un papel conforme a la edad y a la costumbre, y no poner de sí sino las palabras, es sin duda proveer a su seguridad, pero cobardemente, como quien abandonara su honor, su provecho o su placer por temor del peligro, pues es seguro que los que tal conducta siguen están incapacitados de alcanzar ningún fruto que toque o satisfaga a un alma de buen temple. De buena fe es preciso haber deseado lo que se quiere poseer, y de buena fe hallar placer en el disfrute, aun cuando injustamente la fortuna favorezca el semblante de las damas, lo cual acontece con frecuencia, a causa de que ninguna hay, por desdichada que sea, que no entienda ser amabilísima, o que no se recomiende por su edad, o por cabellera o por sus andares (a decir verdad, feas en absoluto no las hay, como tampoco hermosas en igual medida, y las hijas de los bracmanes, incapaces de mostrar recomendación más ventajosa, se encaminan a la plaza hallándose en ella el pueblo congregado por pregón, mostrando sus partes matrimoniales para ver si así al menos, pueden adquirir marido), por consiguiente no hay una siquiera que no se deje persuadir ante el primer juramento que sus ojos ven y que sus oídos oyen. Ahora bien, de esta traición común y ordinaria a los hombres de hoy, preciso es que sobrevenga lo que nos muestra la experiencia, o sea que las mujeres se unen, y entre ellas buscan arrimo para huirnos; o bien con el ejemplo que las ofrecemos se conforman, representando su papel en la farsa y prestándose a esta negociación, desnudas de cuidados, pasiones y amor, neque affectui suo, aut alieno, obnoxiae[1085]; estimando, según los principios que emite Lysias en Platón, que más ventajosa y útilmente pueden entregársenos cuanto menor sea para con ellas nuestro amor; acontecerá a la postre lo que en las comedias en las cuales el disfrute del pueblo es igual o mayor que el de los comediantes. Como no concibo a Venus sin Cupido, tampoco imagino la maternidad sin progenitura; cosas son ambas que se deben y prestan la una a la otra en sus esencias respectivas. De suerte que esa especie de engaño va de rechazo contra quien lo ejecutó, y, si bien nada le cuesta practicarlo, tampoco con él adquiere nada que valga la pena. Los que de Venus hicieron a una diosa, consideraron que su principal encanto era espiritual e incorpóreo, mas el que aquellas gentes buscan no sólo no es humano, ni siquiera es animal. Los animales no apetecen belleza tan pesada y terrestre, y vemos que la fantasía y el deseo frecuentemente los impulsan y solicitan, antes de ser arrastrados por el cuerpo; ocasión tenemos de advertir que al hallarse juntos machos y hembras, eligen y excogitan en sus afecciones, al par que mantienen largas uniones en armonía perfecta. Cuando la vejez acaba con su fuerza corporal, algunos se estremecen de amor, relinchan y se agitan. Vémoslos antes del acto amoroso repletos de esperanza y de ardor, y cuando ya el cuerpo hizo su juego, relamerse todavía por la dulzura del recuerdo; otros y que se inflan de altivez luego que su necesidad satisfacen, entonando cánticos de fiesta y de triunfo cansados ya y hartos. Quien no busca sino descargar el cuerpo de una necesidad natural, tampoco tiene para qué intrigar al prójimo por intermedio de interesantes aprestos; la carne que busca no es adecuada para un hambre tan ordinaria y grosera.

Como el que no quiere que le tengan por mejor de lo que es, apuntaré aquí los errores de mi juventud. No solamente por la conservación de la salud (sin embargo no acertó a proceder con cordura tanta que no dejara de experimentar dos rasguños, aunque fueron ligeros y sin consecuencias), sino también por menosprecio, nunca me arrastraron los venales y públicos juntamientos; quise aguzar este placer por medio de la dificultad, el deseo y el amor propio, gustando la manera del emperador Tiberio, el cual se prendaba en sus amores lo mismo de la modestia y de la nobleza que de otros méritos distintos; y la de Flora la cortesana, que no se prestaba a menos que el beneficiado no fuera dictador, censor o cónsul, alcanzando la mayor suma de agrado de la dignidad de sus amadores. En verdad, las perlas y el brocado contribuyen a aquél, como los títulos y el aparato. Por otra parte, concedía yo importancia grande al espíritu, con tal de que el cuerpo le hiciera compañía, pues hablando en conciencia, si a una o la otra de las dos bellezas había de faltar, necesariamente hubiera mejor prescindido de la espiritual, que tiene más digno empleo en mejores cosas; mas en punto a amor, el cual mira principalmente a la vista y al tacto, algo puede hacerse sin las gracias corporales. Es la belleza la ventaja verdadera de las damas; tan propia les es que la nuestra, aunque exige rasgos algo distintos, no es con la suya confundida sino en la infancia desbarbada. Cuéntase que en la casa del Gran Señor, los que le sirven a título de belleza, que son en número infinito, son, cuando más tarde, despedidos a los veintidós años. La razón, la prudencia y los oficios de amistad aviénense mejor con los hombres, por lo cual gobiernan éstos los negocios del mundo.

Estos dos comercios son fortuitos y dependientes del prójimo: el uno por su rareza es difícil de procurar; el otro se agosta con los años; de suerte que solos no hubieran bastado a proveer las necesidades de mi vida. El de los libros, que es el tercero, nos ofrece mayor seguridad; es más nuestro, y si bien cede a los primeros en algunas ventajas, supéralos en la constancia y facilidad de su servicio. Este es el que costea todo el curso de mi vida y el que me asiste en todo momento; consuela mi vejez y mi soledad, descárgame del peso de una ociosidad pesada, me liberta a toda hora de las compañías que me fastidian, y debilita las acometidas del dolor cuando no es extremo y por entero no me domina. Para distraerme de una fantasía importuna, no hallo medio comparable al de echar mano de los libros, que me sumergen fácilmente en ellos y me la arrebatan; y no se me insubordinan por ver que solo de ellos sirvo cuando las otras comodidades me faltan, las cuales son más reales, naturales y vivas; me acogen siempre con igual semblante. Dícese que bien camina «quien conduce el caballo de la brida»; y nuestro Jaime, rey de Nápoles y de Sicilia, que hermoso, joven y sano hacía que le llevaran en parihuelas, tendido en un mal colchoncillo de plumas, vestido con un traje de paño gris y cubierta la cabeza con un gorro de lo mismo, iba seguid sin embargo, con pompa majestuosa de literas, caballos a la mano de todas suertes, gentilhombres y oficiales, representando a pesar del séquito una austeridad ligera e insegura: el enfermo cuya curación está a su alcance no merece que se le tenga lástima. En la experiencia y uso de esta sentencia, que es veracísima, consiste todo el fruto que yo saco de los libros; de ellos me sirvo, en efecto, casi como aquellos que los desconocen; disfruto como los avaros de un tesoro, para estar seguro de que gozan cuando me plazca; mi alma halla el contento y la calma con ese derecho de posesión. Ni en tiempo de paz, ni en épocas de guerra dejan los libros de acompañarme, a pesar de lo cual se pasarán muchos días y hasta meses sin que yo de ellos eche mano; los leeré dentro de un momento, me digo, o mañana, o cuando se me antoje: mientras tanto el tiempo corre y se va sin serme oneroso, pues es indecible cuánto me tranquilizo y apaciguo considerando que están junto a mí para procurarme placer cuando lo quiera y reconociendo cuán grande es el alivio que facilitan a mi vida. Son la mejor munición que haya yo encontrado en este humano viaje, y compadezco extremadamente a los hombres de entendimiento que no la echan de menos. Mejor que éste acojo cualquiera otro entretenimiento, por ligero que sea, en razón a que el de los libros no puede nunca faltarme.

En mi vivienda me recojo con mayor frecuencia, en mi biblioteca, donde, teniéndolo todo a la mira, doy órdenes a mis gentes. Me coloco a la entrada y veo por bajo mi jardín, el patio, el corral así como a la mayor parte de las personas de mi casa. Allí hojeo unas veces un libro, otras otro, sin orden ni designio, al desgaire: unas veces fantaseo, otras registro y otras dicto paseándome los que aquí veis. Está instalada en el piso tercero de una torre: el primero es mi capilla; el segundo, un dormitorio con sus accesorios, donde me acuesto con frecuencia para encontrarme solo, que tiene por encima un espacioso guardarropa; antaño era el lugar más inútil de mi casa. Allí paso la mayor parte de los días de mi vida y casi todas las horas del día, pero nunca por la noche permanezco. Contiguo al dormitorio hay un pulido gabinete, donde en invierno puede encenderse luego, con pintorescas vistas. Si yo no temiera más que los gastos los cuidados que todo trabajo acarrea, podría fácilmente instalar a cada lado una galería de cien pasos de largo y doce de ancho, a nivel, habiendo encontrado todos los muros montados para otro uso, a la altura que me precisa. Todo lugar retirado requiere un paseo; mis pensamientos duermen cuando los siento; mi espíritu no va solo como al ser agitado por las piernas: todos los que sin libros estudian experimentan impresión idéntica. La figura de mi biblioteca es circular, y la pared no tiene de plano sino el lugar preciso para la mesa; el sitial; al ondularse, me ofrece de una ojeada todos mis libros, colocados en estantes de cinco peldaños, todo alrededor. Tiene tres vistas que de frente se extienden a lo lejos, y hasta diez y seis pasos de diámetro completamente libres. En invierno me instalo en ella más raramente, pues mi casa está colgada en un cerro, como su nombre reza, y ninguna habitación mas que ésta está expuesta a los elementos; y me place por eso para mantenerme apartado, tanto por el provecho que a la ejercitación acompaña, como para alejar de mi a las gentes. Allí está mi residencia; allí intento convertirme a mi propia dominación y sustraerme en ese solo rincón de la comunidad conyugal, filial y civil; en todo otro aposento mi autoridad es sólo verbal, confusa y teórica. ¡Miserable a mi ver quien en su agujero no tiene donde meterse; donde hacer particularmente su corte, donde ocultarse! La ambición recompensa bien a sus esclavos teniéndolos constantemente a la vista de los espectadores, como la estatua de una plaza: magna servitus est magna fortuna[1086]: ni siquiera su recogimiento tienen por retiro. Nada he juzgado tan rudo en la austeridad de la vida de nuestros religiosos como lo que veo en las órdenes que tienen por regla la perpetua sociedad y compañía y la numerosa asistencia entre ellos, sea cual fuere la acción que ejecuten. En cierto modo encuentro más soportable estar siempre solo que no poder jamás estarlo.

Si alguien me dice que es envilecer las musas servirse solamente de ellas como de juguete y pasatiempo, es porque no sabe como yo cuánto valen el placer, el juego y la distracción; casi me atrevería a decir que todo otro fin es ridículo. Yo vivo al día, y, con respeto sea dicho, no vivo sino para mí: mis designios todos en ello finalizan. Cuando joven, estudié para la ostentación; luego, un poco para templa mi juicio, ahora para distraerme, y jamás para el material provecho. Un humor vano y dispendioso que antaño me encaminara a mi biblioteca, no sólo para proveer a las necesidades de mi espíritu, sino para algo que se le acerca, para tapizarlo y adornarlo, ha ya tiempo que lo abandoné.

Muestran los libros muchas gratas cualidades a los que los saben elegir mas ningún goce sin dolor: son un placer que, como los otros, no es nítido ni puro; tiene sus incomodidades, que son bien pesadas; el alma con ellos se ejercita, pero el cuerpo, cuyo cuidado nunca olvidé, permanece mientras tanto sin acción, cae por tierra y se entristece. Ningún exceso conozco para mí más perjudicial ni que en la declinación de la edad deba más evitarse.

Estas son mis tres ocupaciones favoritas y particulares, sin hablar de las que por obligación civil al mundo soy deudor.

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