- XIX - [1543]

Al Rey Enrique IV

Sire, sobrepujar la carga y el número de vuestros graves e importantes negocios es el saber descender y consagraros a los pequeños, cuando de ellos llega el turno, al deber de vuestra autoridad real, la cual os aboca a cada instante con toda suerte y categoría de hombres y ocupaciones. Mas el que Vuestra Majestad se haya dignado parar mientes en mis cartas y ordenar que sean contestadas, prefiero mejor deberlo a la benignidad que al vigor de su alma. Siempre miré con buenos ojos esa misma fortuna de que ahora disfrutáis, y acordárseos puede que hasta cuando tenía que decírselo a mi confesor[1544] en modo alguno dejé de ver gratamente vuestras prosperidades; al presente, con mayor razón y libertad las abrazo al par que con plena afección. Las bienandanzas os procuran ahí provecho palpable, pero aquí no enaltecen menos vuestra fama. La resonancia produce tanto efecto como la ventaja que se logra. No acertaríamos a sacar de la justicia de vuestra causa argumentos tan poderosos para sujetar o reducir a vuestros súbditos como los hallamos a la mano con las dichosas nuevas de vuestras empresas; y puedo asegurar a Vuestra Majestad que los recientes cambios que por acá ve en su provecho, y su feliz salida de Dieppe[1545], secundaron a punto el franco celo y la maravillosa prudencia del señor mariscal de Matignon[1546], de quien me atrevo a creer que no recibís diariamente tan excelentes y tan señalados servicios sin recordar mis seguridades y esperanzas. Yo aguardo de este próximo estío no tanto los frutos que van a madurar como los de nuestra común tranquilidad, e igualmente que pasará por vuestros negocios con igual bienandanza, haciendo desvanecerse como las precedentes esas grandes promesas con que vuestros adversarios alimentan la voluntad de sus prosélitos. Las inclinaciones de los pueblos se gobiernan por impulsos. Si la pendiente os es una vez favorable, el propio movimiento la llevará hasta el fin. Mucho hubiera yo querido que el particular provecho de los soldados de vuestro ejército junto con la necesidad de contentarlos no os hubieran quitado, señaladamente en esta importante ciudad, la hermosa recomendación de haber tratado a vuestros revueltos súbditos, hallándoos en plena victoria, con mayor moderación de la que sus protectores gastan, y, que a diferencia de un crédito volandero y usurpado hubierais puesto en evidencia que eran vuestros por paternal protección verdaderamente real. En el manejo de negocios tales como los que tenéis en vuestras manos hay que servirse de medios no comunes. Así se vio siempre que donde las conquistas por su grandeza y dificultad no pudieron buenamente completarse por las armas ni por las fuerza se perfeccionaron con la magnificencia y la clemencia, alicientes óptimos para conducir a los hombres hacia el partido justo y legítimo. Y cuando precisan rigor y castigo, ambas cosas deben aplazarse para después de la posesión y el marido. Un conquistador magnífico de los pasados siglos se alaba de haber procurado a sus enemigos tantos motivos para que lo amasen como a sus amigos. Y aquí echamos de ver ya algunos visos de buen augurio por la impresión que experimentan vuestras ciudades extraviadas, comparando el rudo tratamiento que reciben con el de las que se colocaron bajo vuestra obediencia. Deseando a Vuestra Majestad una dicha más urgente y menos arriesgada, y que Vuestra Majestad sea antes amado que temido de sus pueblos, sustentando los propios bienes amalgamados con los de ellos, me regocija que la marcha hacia la victoria sea también el camino hacia la paz menos costosa. Sire, vuestra carta del último día de noviembre no llegó a mis manos hasta ahora, pasado ya el plazo que os plugo señalarme de vuestra permanencia en Tours. Considero como gracia singular el que Vuestra Majestad se haya dignado advertirme que acogería con gusto mi presencia: nadie tan inútil como yo, pero vuestro más aun por afección que por deber. Laudabilísimamente acomodó Vuestra Majestad sus formas externas a la altura de su reciente fortuna: mas la bondad e indulgencia de los humores internos es igualmente laudable el que Vuestra Majestad no los modifique. Plúgola, no sólo respetar mi edad, sino también mi deseo, al llamarme a lugar donde Vuestra Majestad se viera un tanto reposada de sus laboriosos desvelos. ¿Será aquél París, dentro de breve plazo? No habrá medios ni salud que yo no deje de sacrificar para dirigirme allí.

Vuestro humildísimo y obedientísimo servidor y vasallo.

De Montaigne, a 15 de enero de 1809.

(Con este sobrescrito de mano del secretario: Al Rey.)

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