La correspondencia de Montaigne

Michel de Montaigne

Las cartas de Montaigne deben formar el complemento natural de los Ensayos, y acompañan aéstos en casi todas las ediciones modernas. Bien que poco numerosas, bastan a dar una idea precisa de su manera epistolar, que en nada difiere del estilo de su libro, a excepción de las comunicaciones oficiales, que escribió siendo alcalde de Burdeos, por su naturaleza más rápidas y exentas de consideraciones filosóficas. Todas las del principio, menos la primera, son dedicatorias de los trabajos literarios de La Boëtie (originales o traducidos) a los personajes más relevantes del siglo, con el hermoso designio de mantener viva la memoria del amigo amantísimo. La segunda, dirigida a su padre, sin duda la más notable de todas, debe ser como un monumento considerada. En ella se hermana la tristeza más sublime y desoladora con la sencillez más ingenua; es imposible leerla sin que las lágrimas broten de los ojos, y sin que el corazón se oprima en el pecho cuantas veces se lee de nuevo. Todos los que de la correspondencia de Montaigne hablaron, considéranla como un fragmento dignísimo de las antiguas literaturas. Las demás, aun cuando fueran como dedicatorias compuestas, no por ello dejan de ser epístolas familiares por la naturalidad con que en ellas se expresan los sentimientos más elevados de la humana naturaleza, sin oropeles ni afectación de ningún linaje. Las dirigidas a Enrique IV acreditan «la menuda y larga experiencia de Estado y Corte» de que hablaba el licenciado Cisneros y también la posibilidad de comunicarse con los monarcas sin echar a un lado la dignidad y el decoro humanos.

Estas dos últimas son las más importantes entre las descubiertas hace pocos años. En ellas y en cada una de las otras se consigna, en la presente edición, la fecha de su hallazgo y otros pormenores biográficos e históricos necesarios para la mejor inteligencia del conjunto. Casi todas estas noticias pertenecen al muy erudito escritor francés Luis Moland, autor de una Vida de Molière, a quien ya Sainte-Beure tributó merecidos parabienes. Alguna de las cartas a los señores jurados de la ciudad de Burdeos lleva en el principio una cruz, que aquí se ha conservado; y con el fin de no aumentar las páginas de este tomo II, ya considerables, se han omitido las comunicaciones de Montaigne al mariscal de Matignón, gobernador de la Guiena, más interesantes bajo el aspecto histórico que literariamente consideradas.

C. R. Y. S.

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