Paso por este pueblo y mantengo los ojos abiertos: no me perdonan que no envidie sus virtudes.
Me muerden porque les digo que para las personas pequeñas son necesarias las virtudes pequeñas, ¡y porque me cuesta entender que las personas pequeñas sean necesarias!
Aquí estoy todavía como un gallo en un corral extraño, al que incluso las gallinas picotean: pero por eso no soy antipático con las gallinas.
Soy cortés con ellos, como con todas las pequeñas molestias; ser espinoso con lo que es pequeño, me parece sabiduría para los erizos.
Todos hablan de mí cuando se sientan alrededor del fuego por la noche, hablan de mí, pero nadie piensa en mí.
Esta es la nueva quietud que he experimentado: su ruido a mi alrededor extiende un manto sobre mis pensamientos.
Se gritan unos a otros: "¿Qué nos va a hacer esta nube tenebrosa? Procuremos que no nos traiga una plaga".
Y hace poco una mujer se abalanzó sobre su hijo que venía hacia mí: "Llévate a los niños", gritó, "esos ojos abrasan las almas de los niños".
Tosen cuando hablo: creen que toser es una objeción a los vientos fuertes; ¡no adivinan nada del bullicio de mi felicidad!
"Todavía no tenemos tiempo para Zaratustra" - así objetan; pero ¿qué importa un tiempo que "no tiene tiempo" para Zaratustra?
Y si todos me alabaran, ¿cómo podría yo dormirme con sus alabanzas? Una faja de espinas es su alabanza para mí: me araña incluso cuando me la quito.
Y esto también lo aprendí entre ellos: el que alaba hace como si devolviera; en verdad, sin embargo, quiere que le den más.
Pregúntale a mi pie si sus laudatorias y atrayentes tensiones le agradan! a tal medida y cosquilleo, que no le gusta ni bailar ni quedarse quieto.
A las pequeñas virtudes me atraerían y alabarían; al tictac de la pequeña felicidad persuadirían mi pie.
Paso por este pueblo y mantengo los ojos abiertos; se han vuelto más pequeños, y cada vez más pequeños: la razón de ello es su doctrina de la felicidad y la virtud.
Porque también son moderados en la virtud, porque quieren la comodidad. Sin embargo, la virtud moderada sólo es compatible con la comodidad.
Sin duda, también aprenden a dar zancadas y a avanzar: a eso lo llamo su cojera.- Así se convierten en un obstáculo para todos los que tienen prisa.
Y muchos de ellos van hacia adelante, y miran hacia atrás por ello, con el cuello rígido: a esos me gusta enfrentarme.
El pie y el ojo no mentirán, ni se darán el uno al otro. Pero hay mucha mentira entre la gente pequeña.
Algunos lo harán, pero la mayoría son voluntariosos. Algunos son auténticos, pero la mayoría son malos actores.
Hay actores sin saberlo entre ellos, y actores sin pretenderlo-, los auténticos son siempre raros, sobre todo los auténticos.
De hombre hay poco aquí: por eso sus mujeres se masculinizan. Porque sólo el que es suficientemente hombre, salvará a la mujer en la mujer.
Y esta hipocresía la encontré peor entre ellos, que incluso los que mandan fingen las virtudes de los que sirven.
"Yo sirvo, tú sirves, nosotros servimos" -así canta aquí incluso la hipocresía de los gobernantes- y ¡ay! si el primer señor es sólo el primer servidor.
Ah, incluso sobre su hipocresía se posó la curiosidad de mis ojos; y bien adiviné toda su felicidad de moscas, y su zumbido alrededor de los soleados cristales de las ventanas.
Tanta bondad, tanta debilidad veo. Tanta justicia y piedad, tanta debilidad.
Son redondos, justos y considerados entre sí, como los granos de arena son redondos, justos y considerados con los granos de arena.
Modestamente para abrazar una pequeña felicidad -¡a eso llaman "sumisión"! y al mismo tiempo se asoman modestamente tras una nueva pequeña felicidad.
En sus corazones desean simplemente una cosa por encima de todo: quenadie les haga daño. Por eso se anticipan a los deseos de todos y hacen el bien a todos.
Eso, sin embargo, es cobardía, aunque se llame "virtud".
Y cuando se atreven a hablar con dureza, esas pequeñas personas, entonces sólo oigo en ellas su ronquera: cada corriente de aire las vuelve roncas.
Son ciertamente astutos, sus virtudes tienen dedos astutos. Pero carecen de puños: sus dedos no saben cómo arrastrarse detrás de los puños.
La virtud para ellos es lo que hace modesto y manso: con ello han hecho del lobo un perro, y del hombre mismo el mejor animal doméstico del hombre.
"Colocamos nuestra silla en medio" -así me dice su sonrisa- "y tan lejos de los gladiadores moribundos como de los cerdos satisfechos".
Eso, sin embargo, es mediocridad, aunque se llame moderación.