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Mas esta ya inveterada inclinación, en que toman tanta parte la fantasía y el sentimiento estético, no es bastante, según comprenderá el Sr. Lagarrigue, para llegar á santo. Así se lo manifestó á este señor en la carta que le escribí con motivo de su folleto sobre Valera y las alusiones que me dirigía en él. Y aquella respuesta mía fué la que dió ocasión á la epístola que hoy me dedica el señor Lagarrigue, llamándome nuevamente á la fe altruísta.

En ella hace el panegírico de su Mesías, Augusto Comte. «Su nombre, dice, simbolizará nuestra época y hará de este siglo el siglo más glorioso de la Historia. La doble operación llevada á cabo por Augusto Comte, de haber transformado la ciencia en filosofía, y la filosofía en religión, lo coloca por encima de todos los servidores de la humanidad, constituyéndolo en lamas alta encarnación de la sabiduría. Con este hombre maravilloso, fundador de la doctrina universal, queda fijada la era suprema que divide los tiempos en la edad de la preparación social, que ya terminó, y la edad de la sistematización social, que ya ha comenzado.»

No recuerdo si en mi carta le hacía yo al señor Lagarrigue la objeción siguiente (y por si acaso no, ahora lo repito): De ser exacta la opinión que ha formado sobre Augusto Conato; de ser Augusto Comte el maestro por excelencia, ¿cómo es que la humanidad, nuevamente redimida por el, le tiene puesto en olvido tan profundo que contadas veces pronuncia su nombre?

Augusto Comte era francés. En Francia vivió y en Francia enunció sus doctrinas, ingeniosamente refutadas por Caro en páginas llenas de aticismo. Francia no es ninguna nación donde prepondere el elemento teocrático, ni donde se puedan ahogar las innovaciones al nacer, bajo el pese de leyes coercitivas ó de intransigentes censuras. Francia no desea más que descubrir novedades para difundirlas por el mundo todo, ensalzándolas hasta las nubes. ¿Qué case ha hecho Francia del positivismo religioso?

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