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Lo que temo—desde el punto de vista de la susodicha y condenada curiosidad—es que el volcán parisiense este ya resfriado y carezca de fuerzas para arrojar un torrente de lava devastadora, pudiendo, á lo sumo, lanzar rojos resplandores y tal cual materia incandescente. El período de las grandes revoluciones pasó; hoy reina cierta sensatez ó escepticismo que detiene los ímpetus de la furia política: Francia puede reunir, como ha reunido, un museo donde se archivan los recuerdos del 93; pero hacer otro 93 total ó parcial...lo considero, á decir verdad, punto menos que imposible.

Ninguna idea radical y de potencia transformadora representa el bulangerismo (el panaderismo diríamos, si tradujésemos al pié de la letra en castellano el apellido del célebre presunto dictador). Tiene el General—¿quién lo niega?—sus acérrimos partidarios; y, sin embargo, ¡cuán por bajo queda, en dimensiones y en importancia, no ya del pálido primer Cónsul que llevaba entre los pliegues de su levitón gris á la Victoria, sino del mismo sobrino de su tío, ambicioso precoz, que había domesticado al aguilucho para que le siguiese por montes y veredas! Si Boulanger pudiese organizar el famoso desquite; arrancar de las uñas de los prusianos á Lorena y Alsacia; devolver á Francia la supremacía militar que llora perdida, y cerrar á un tiempo las heridas del amor propio nacional, Boulanger sería un semidiós. No consiguiendo nada de esto; representando solamente una personalidad y un nombre, á lo sumo la idea de la revisión, lo que creen los más expertos políticos es que Boulanger se quedará en la estacada.

Por otra parte, su reciente odisea, ó mejor dicho, escapatoria, dista mucho de aumentar su prestigio. Las multitudes quieren que sus ídolos estén siempre en tensión heroica, y que el peligro resbale sobre ellos como agua sobre la bien templada hoja de acero. La prudencia humana aconseja portarse como lo hizo el General; pero sus partidarios, que le aclamarían con entusiasmo al verle arrostrar el martirio, no tienen por qué exaltarse al verle pasar la frontera lo mismo que la pasaría un cajero defraudador ó el último de los criminales.

Su proscripción es motivo de regocijo malévolo para los monárquicos, que le dicen: «Tú proscribiste al duque de Aumale; hoy el refugiado en tierra extraña eres tú: no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague.» La popularidad que se adquiere lentamente puedo perderse en una hora. Hace tiempo que fermenta el prestigio de Boulanger: cuando estuve por última vez en París (Marzo de 1887), oía constantemente por las calles la vocecilla de los gavroches parisienses que silboteaban alguna canción con el estribillo indispensable de Viv'le général!...Después de la fuga, ¿seguirán cantando los chicuelos?

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