Carta II El aspirante á dictador—la Bastilla

Madrid, Abril 21.

Lo que todo el mundo pregunta al tratarse de la Exposición, es lo siguiente: ¿La habrá? ¿Se abrirá en paz? ¿No se cerrará con barricadas? Esta incertidumbre, zozobra y angustia, que refluye en desanimación del público, el cual se muestra rehacio en disponerse á emprender el viaje, para mí constituiría, si la compartiese, un estímulo, pues siempre he soñado con ver á París en uno de esos momentos críticos y supremos—por ejemplo, el de la Commune—cuando toda Europa fija sus ávidos ojos en la gran capital y espera con ansiedad el fin de la convulsión que la agita, á ver qué cambios traerá consigo. Dicen los que me oyen expresar este deseo, que peco de imprudente, y que una revolución en París es formidable, pavorosa y peligrosísima. No lo niego, y ya conozco que no se puede tener la curiosidad de Plinio el Anciano y mirar de cerca la erupción de un volcán sin exponerse á quedar sepultado entre las cenizas. Mas tampoco se me negará que las erupciones volcánicas son un espectáculo sublime; y que debe de serlo igualmente una conmoción popular en la capital francesa.

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