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Goncourt será naturalista; pero es lo menos natural que se conoce, La naturaleza amplia y sencilla no le atrae; lo artificial, en cambio, le produce el mayor deleite. Para demostrarlo me bastará extractar un fragmento de la descripción que hace de su propio jardín, que encontró inculto y libre, y se entretuvo en tapizar y adornar como quien adorna un saloncito:

«He elegido los arbustos entre los más raros, porque lo raro,dígase lo que se quiera, es casi siempre lo bello. He querido tener ante los ojos un jardín de pintor,una paleta de tonos verdes, desde el más negruzco basta el más claro, pasando por los verdes azulados, los verdes tostados y las hojas rosadas y pálidas. En mis aficiones de jardinero hay algo de bibeloterie; me gusta el arbusto bien podado, de linda traza arquitectónica, con graciosas manchas, que viene á ser una especie de objeto de arte. Lo coloco en mi jardín lo mismo que colocaría en mi cuarto un mueble exquisito.

»En Italia contraje la afición de los jardines amueblados, donde por do quiera asomen, entre el verdor del follaje, fragmentos de tronco, de mármol, de barro cocido y de loza. Así es que sembré mi jardinete de estatuillas de porcelona y Cupidos de bronce; de grullas japonesas, de bajo-relieves; hasta puse un delfín de antigua Sajonia.»

¡Lo artificial! ¡Lo artificial! Pero ¿acaso es otra cosa el arte? Sobre la imitación de la naturaleza está el poder misterioso de la Idea, hija de la mente humana; la Idea, que se hace carne en el mármol, en el marfil, en el bronce y hasta en el papel. Edmundo de Goncourt, el gran artificialista, ha sido acusado de naturalismo brutal; y cierto día, después de leer un periódico donde le ponían cual digan dueñas y le arrastraban por el lodo, recuerdo que el maestro alzó la frente, me miró con ojos que destellaban inteligencia y dulzura desconfiada, arrugó el periódico, y me preguntó:

—Señora Pardo Bazán... ¿es verdad que soy tan marrano como aquí aseguran?

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