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Así vive, lejos del mundo y sin querer penetrar en él, Edmundo de Goncourt, en mi concepto el más caracterizado dé los maestros de la novela contemporánea. Es, sin embargo, el menos conocido del público español. Casi podría decir que en mi patria no se le conoce ni poco ni mucho. Su nombre ha senado, es cierto, de ocho ó diez años acá en labios de algunos que semos sus partidarios constantes; pero el vulgo, ya prendado de Daudet, y siempre dominado por Zola, no tiene del Goncourt impar ni de la fraternal pareja Goncourt, sino esa noción vaga y casi siempre falsa que se forma de un autor no habiendo leído sus obras. La manía de poner á los lectores españoles en relación con mi admirable novelista Goncourt, es ya añeja en mí—y entiéndase que cuando digo Goncourt me refiero á los trabajos de los dos hermanos indistintamente.—En la Cuestión palpitante les consagré mención especialísima, declarándome devota de esa capillita bizantina, pintada y dorada, con curiosas miniaturas y mosaicos; y si no incurro en el error de suponer que Goncourt puede servir de modelo especial á los artistas españoles (no lo permito el genio de nuestra raza ni la índole de nuestra tradición), juzgo indiscutible su poderoso influjo sobre el arte moderno en general, La pintura, el grabado, los muebles, las ropas, todo está ya infiltrado del exotismo japonés y de la molicie del rococó, los dos estilos que Goncourt puse de moda, las dos lindas aberraciones artísticas en que se complace la decadencia actual.

En Francia puede notarse que si la popularidad de Goncourt es inferior á la de Daudet y Zola, su influjo es mayor sobre los refinados, los pensadores y los artistas. Y se comprende. El gongorismo ó delincuencia de Goncourt, poco á propósito para ser entendido por las muchedumbres, tiene que fascinar á los enamorados de la forma, á los decadentistas y á los simbolistas que surgen en todo periodo de enervación. El semidiós de la nueva generación literaria será siempre el que más sutilice, el que más acicale, el que diga con talento cosas más raras y disloque mejor el entendimiento: Flaubert, Baudelaire, Barbey d´Aurevilly y Goncourt son los maestros que hoy tienen fanáticos, y ante los cuales nuestra época literaria quema los extraños perfumes que arden en el altar de los ídolos y los Budas estrafalarios de Oriente.

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