DEL MISMO AL MISMO.

Octubre.

Me ha entrado pereza de escribirte la semana pasada, y es natural: ¿puedo contarte de este sitio algo que merezca la pena de leerse? No obstante, hoy me impulsa el mismo aburrimiento á ponerte una carta kilométrica.

No me has mandado los libros; dices que Matilde te negó la llave; ¡cualquier día me la pegáis tú y ella! estáis de acuerdo con mamá para que me convierta en momia viviente. Bueno, aguantaré hasta más no poder, y así que me sature de animalidad, tomo las de Villadiego y os encontráis ahí á Pachín el soso. Hablando formalmente, yo te suplico me envíes qué leer; las noches de invierno se echan encima, pronto anochecerá á las cinco, y no sé cómo voy á engañar tantas horas, aunque me acueste con las gallinas.

En un número de El Imparcial que vino de la villita próxima envolviendo arroz, veo el estreno del drama de Echegaray y la honda impresión que ha causado en el público; compadécete de este pobre aldeano, y remíteme por el correo ese drama.

Ahora te pintaré mi Tebaida. Fontela reposa en el hondo de un ameno valle, formado por las vertientes de dos montañuelas, entre las cuales pasa cautivo el río Avieiro. De este río es tributaria la fontela, ó fuentecilla, que mana en el huerto de mi propiedad y le da nombre. Á pesar de este aparato de montañas, río y fuente, la finca no es lóbrega, fría ni triste. Está enclavada en una de las mejores comarcas de Galicia, donde se tocan las provincias de Orense y Pontevedra; la temperatura (á lo que pude observar por ahora) es benigna, y según me aseguró ayer el albéitar de Cebre (que vino á prestar los servicios de su arte á una vaca enferma, y es de los alumnos finitos y resabidos de la Escuela de Veterinaria), el termómetro no desciende jamás á cero grados. En cambio el clima peca de lluvioso; cosa que me fastidia, pues suele aprisionarme entre cuatro paredes. Mucho siento hacerme caro, pero necesito de toda necesidad un buen impermeable: díselo á mamá.

La villa de Cebre, situada á tres leguas escasas, es el lugar habitado que tengo más próximo: compónese esta villa de dos calles y media, una iglesucha tamaña como un cobertizo, un mesón donde remuda tiro la diligencia y una destartalada casa-cuartel de la Guardia civil. Á cinco leguas, por el atajo, hállase Pontevedra; á veces pienso en montar hasta Cebre, meterme en el coche de línea, y pasarme en Pontevedra una semana; luégo reflexiono: ¿para qué? No conozco allí á nadie: el teatro está cerrado; vistos los dos ó tres edificios que lo merezcan, me pasearía por las calles hecho un tonto, aburriéndome más que aquí. Renuncio á las expediciones.

Á todo esto, aún no he descrito el palacio y jardines de mi real sitio. No ha debido ser mala, in illo tempore, la casa, construída á principios del siglo pasado por un bisabuelo ó tatarabuelo de mi madre. Como la mayor parte de las casas solariegas de aquí, tiene la escalera á la parte exterior, y se entra al piso alto por una larga solana ó balcón corrido, mientras el portalón de abajo, que domina una piedra de armas, da ingreso á la bodega, lagar, cuadra y establos. El piso alto—que es el habitable—consta de salón, cocina ancha y semiconventual, y un par de dormitorios en que caben tres salitas como la nuestra de Madrid. Por supuesto que todo se encuentra en lastimoso estado: la solana, desde donde se goza la deleitable vista del río, está alfombrada de habichuelas extendidas á secar, y en la esquina hay un montón de enormes calabazas; la sala se ha convertido en granero, y amenaza hundirse bajo el peso de ingentes montones de centeno y trigo, que muy á su sabor recorren las ratas; y en mi dormitorio había depositado la chica del casero cosecha de peros y manzanas tan abundante, que su fragancia no me dejaba dormir y hubo de retirarlas al cuarto contiguo, lleno ya de patatas y chirivías.

Excuso decirte que en las ventanas de la casa no se encuentra un cristal sano, y que las golondrinas (que ya se fueron) anidaban en las vigas del salón. Yo, para evitar el frío, tengo que vestirme con las maderas cerradas, á la luz que se filtra por las rendijas; es verdad que se filtra bastante, y aire también. Ya vestido, abro la ventana y entra con los rayos del sol la alegría del cielo puro, ó con las nubes una tranquila melancolía gris, que tiene su encanto, por ser muy característica de esta región. He reparado (los aburridos lo reparamos todo) que suelen las nubes oscurecerse y agruparse á la parte del Noroeste, sobre un manchón ó soto de magníficos castaños.

Comprenderás por lo dicho que la casa, más que vieja, se encuentra abandonada y se resiente del olvido en que la tienen sus dueños. La cal se ennegreció, y las vigas y pisos oscuros, que empiezan á apolillarse, aumentan el aspecto desolado de las habitaciones. Lo más curioso es ver aún esparcidas por estos destartalados aposentos algunas reliquias de opulencia señorial. Mi cama, por ejemplo, es salomónica, primorosamente torneada, incrustada de bronce, con monumental copete y dosel altísimo, de donde cuelgan pingajos de damasco ayer rojo y galón ayer dorado; es mueble que si se restaura quedará precioso, y cuando yo tenga un real y muchos cuartos lo compondré para ofrecérselo á mamá. He descubierto también unos bancos de respaldo pintado, una mesilla de tijera que acuerda al rey que rabió, y una Purísima en cobre, tan encubierta por el polvo, que sólo adiviné el asunto viendo blanquear la media luna. Del estado en que se hallan estos tesoros juzgarás si te digo que mi cama, antes que yo llegase, servía para tender castañas y nueces. Los colchones son prestados: creo que del Cura.

Sospecho que hasta mi venida, la familia del casero se permitía dormir y vivir en el piso alto, bien distante de imaginar que ningún Rojas la estorbase nunca el pacífico goce de su morada. Desde mi invasión se refugiaron abajo, no sé si en el lagar ó en la bodega; no he querido averiguar en dónde, porque necesito hacerme violencia para no mandarles que suban otra vez. Me consta que á papá no le agradaría, pues me encargó que me diese á respetar y guardase mi posición, no familiarizándome con los caseros; pero tú, que conoces mis principios, adivinarás cuánto me mortifica saber que á mi lado respiran cuatro ó cinco seres humanos y racionales como yo, amontonados en un lugar sombrío, húmedo, entapizado de telarañas, sin sábanas ni colchones, y al abrigo de una cuba vieja. Porque yo creo que dentro de las cubas vacías duermen todos, chicos y grandes. Aquí, antes del oidium, se cogía mucha cosecha, y hay cubas monumentales que hoy no se usan: las alfombraron de paja, y como Diógenes el cínico.

En tan extraños lechos presumo que duermen el padre, vejete marrullero, fisonomía inmóvil, ojillos relampagueantes de malicia; Maripepa, la hija mayor, que contará sus veinte; la pequeña, como de ocho; el niño, de cinco, y el mozo de granja, un bárbaro (exento del servicio militar por faltarle el pulgar y el índice de la mano derecha, que él mismo segó con la hoz). ¡Qué promiscuidad! dirás tú y dirá cualquiera. Así viven: como las bestias en el establo: peor quizás.

Paso á los jardines. Se componen de un cuadrado de coles, otro de patatas, un maizal que ahora está en rastrojos, y unos cuantos manzanos, perales y cerezos. En materia de flores, ya te contaría Matilde que no pude enviárselas disecadas porque no existen, á no ser tojos amarillos, malvas y unas campanillas blancas bien chiquitinas. Cuando cese de llover, bajaré á las orillas del río á ver qué tenemos de bueno por allí y si es posible coger alguna trucha; me convendría variar el menú, que se compone invariablemente de un caldo, un cocido y un asado de carne con patatas. Creo que Maripepa no sabe más condumios. Es verdad que por la mañana me tiro al cuerpo un vaso de leche... ¡qué vaso de leche, chico! Esto es beber leche: una leche mantecosa, fragante, rebosando la suave crasitud de la nata: un desayuno digno de un rey. Al despertar sudando y molido (porque esta máquina no quiere acabar de arreglarse, pero no se lo digas á los papás), aquel vaso de leche me vuelve el alma al cuerpo. Á las siete en punto entra Maripepa, y cla, cla... me bebo mi vaso, mejor dicho, mi escudilla ó cunca de barro del país, que no nos honramos con otra vajilla más preciosa.

Ya que he puntualizado lo que me sucede aquí, hasta lo más tonto, justo es que me enteres de lo que por ahí ocurre. ¿Habló ya en el Ateneo Gutiérrez Pelado? ¿Gustó? ¿Volvieron Ernesto y su novia de Andalucía? ¿Publicó Lena sus Ilusiones fugaces? ¿Le han dado algún palo los críticos? ¿Á qué altura estás con la rubia del Retiro? ¿Lo pescó Matilde? ¿Y de política? Que vengan los tuyos; amén, pero por turno pacífico, sin pronunciamientos. España necesita un poco de paz, si ha de reponerse. Me repugnan las explosiones brutales, hasta las más justificadas en su origen.

Á ti, en cambio, te entretienen. Dichoso tú. No te faltará diversión.

Ea, adiós; no te empereces, y escribe.

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